El médico pregunta a calzón quitado qué queremos saber, qué queremos ver. Y da pudor decir "todo" porque no sabemos si eso es posible o siquiera digerible. El no tiene tiempo para titubeos y empieza a hablar de las pandemias como de esas malas amigas que lo acompañaron toda la vida.
El director del sanatorio y de la UTI, Carlos Lovesio, de 76 años, tuvo Covid en agosto de 2020 y aún está sin olfato. Trabaja entre 12 y 16 horas por dia y está a cargo de un centenar de profesionales entre médicos, enfermeras y auxiliares.
Foto: Virginia Benedetto/La Capital
Dice que a mediados de los 50 se topó con el brote de poliomelitis. "Tenía 7 años, no iba a la escuela, nos colgaban bolsitas de alcanfor y recuerdo que se me murió un compañero". Y sigue contando, con tono firme y preciso, como si lo que acaba de decir no fuera conmovedor. "En 1983, ya como médico, me tocó vivir con el Sida cuando no había tratamientos y solo acompañábamos la evolución del paciente que en general tenía un final fatal".
Sigue. "En 2009 fue el momento de la gripe H1N1 con enfermos con asistencia respiratoria, pero el máximo de enfermos intubados eran ocho: visto retrospectivamente, hoy, eso no era nada. Es que el virus Sars Cov2 genera una patología única, infecciosa, con alta capacidad de contagio: mire –apunta dispuesto a ejemplificar–, en marzo del año pasado tuvimos un paciente por Covid, en mayo ya eran seis, en septiembre 33 y en esta segunda ola, desde marzo a hoy llevamos más de 90 con asistencia respiratoria. Son más jóvenes y ya hablamos de colapso".
Se le pregunta qué significa precisamente "colapso", palabra que últimamente se reitera como los adjetivos "abarrotadas" y "saturadas" que describen a las UTI de la ciudad. El médico no se complica. Consulta su celular donde tiene todo apuntado y explica con cifras precisas: "«Colapsado» tiene que ver con la velocidad de la ocupación de camas y está íntimamente relacionada con la velocidad de los contagios: si esto sigue así no tendremos capacidad de atención para todos, por eso hay que limitar esa velocidad".
Terapia intensiva Sanatorio Parque
En la sala grupal del tercer piso de la UTI Covid del sanatorio Parque solo los pacientes duermen mientra el personal vive en un clima vertiginoso y cargado de dramatismo.
Foto: Virginia Benedetto/La Capital
Y añade mirando su móvil. "Mire, en marzo-mayo del año pasado había 9 pacientes en esta UTI, en ese mismo lapso ahora hay 97. Antes tenían en promedio más de 65 años, ahora unos 50. Son pacientes graves, con infección respiratoria por el virus que pueden tener trastornos cardíacos e insuficiencia renal. Colapsado significa un 95 por ciento de ocupación de camas".
Solo una cama vacía
En la entrada del sanatorio Parque por Oroño se destacan desde el mes pasado varios pasacalles que le desean "fuerza" y pronta recuperación al ex intendente y actual presidente de la Cámara de Diputados de Santa Fe, Miguel Lifschitz.
El edificio tiene 100 camas para distintas internaciones, pero se destinaron este último año tres áreas especiales para el Covid, con otras 93 camas. En la sala de la UTI, mientras se hizo la nota, solo había una cama vacía, con las sábanas aún revueltas: se había desocupado minutos antes.
Era la única en silencio y todos sabían que eso se mantendría así por poco tiempo.
En esa cama el monitor estaba apagado y el respirador y las bombas de infusión que proveen suero y drogas, semejantes a los viejos y grandes celulares, no estaban conectados a nadie.
Terapia intensiva Sanatorio Parque
En la cama de cada paciente intubado hay aparatos con luces, números y ondas movedizas de colores.
Foto: Virginia Benedetto/La Capital
Cada cama de la UTI del sanatorio tiene una mesita a la altura de los pies, Sobre ella un frasco de alcohol en gel, una caja de guantes de látex y tarritos rojos como los de residuos, pero pequeños: son descartadores de agujas y otros materiales punzantes. Estos objetos se replican en todas pero la dinámica no: en los aparatos de las otras camas hay luces, números y ondas movedizas de colores. También hay médicos, kinesiólogos y enfermeras haciendo como marca personal y por zona a cada paciente.
En general están en posición "supino" (boca arriba) aunque a algunos se los coloca de "cúbito prono" (boca abajo), para que ventilen mejor.
En un sector algo alejado de esa sala grupal, el día de la visita de este diario había dos hombres más, profundamente dormidos, aislados por su alta carga viral detrás de un vidrio. Pegado a uno de esos vidrios se ve vestido de celeste a un kinesiólogo con la vista fija en un paciente. "Lo estamos dializando", explica sin sacarle los ojos de encima al hombre que reposa.
Desde una de las camas de la sala grupal, un hombre joven ve a la fotógrafa, sonríe, y levanta una mano como pidiendo que le saque una foto. A diez minutos de ese gesto todo un equipo lo asiste mecánicamente: una médica, dos enfermeras y un kinesiólogo.
"Esto es así, en minutos un paciente está bien y pasa a no poder respirar", dice la enfermera Mariela Hernández, de 49 años y 27 en la profesión, sobre el hombre que pasó a estar dormido y conectado a su respirador.
"El acababa de tomar su yogur, pero debimos asistirlo de inmediato", dice la mujer que siempre trabajó en terapia pero que se entristece al ver que en esta oportunidad los pacientes entran solos y "así pueden terminar, sin poder despedirse de nadie querido".
Cuenta que se los acompaña, se les da la mano, se los escucha, se trata de darles confianza y una esperanza que a veces ella y sus compañeros pierden.
"Días atrás falleció una joven de 23 años. Es duro. Es duro, puta madre este virus", repite la mujer, que pide disculpas por el insulto y dice que cuando llega a su casa solo quiere ver a sus dos hijos de 14 y 18 años y preguntarles: "¿Qué quieren comer?".
Hernández cuenta que tiene el pelo negro y largo hasta la cintura. Lo cuenta porque en la UTI no se le ve: lo tiene escondido tras una cofia estampada, un rasgo de alegría en un lugar donde eso no abunda.
Está con un ambo blanco, que según aclara, cambia todos los días tanto ella como todos sus compañeros y compañeras. Tiene un calzado blanco tipo Crocs, pero con una cruz roja y sin agujeritos: "Es calzado autorizado, nada punzante, sangre o líquidos tiene que entrar en contacto con el pie", explica.
Terapia intensiva Sanatorio Parque
Terapia intensiva (UTI) . Covid - 19 . Coronavirus. Pandemia. Sanatorio Parque
Dice que se baña en el sanatorio antes de ir a su casa porque allí "gracias a Dios", subraya, cuentan con un vestuario "bien equipado" para todo el personal.
Se le pregunta por Dios, si escucha a los pacientes hablar de él.
Y dice :"Acá en terapia creo que hasta los no creyentes buscan algo en que creer. En otra época algunos pedían que los visite un sacerdote o un pastor. Ahora eso no es posible. Acá todos están solo con nosotros: todos están solos".
Llorar y no dormir
La médica intensivista Cecilia González accede, agradable, a una breve charla pero pide que no le saquen fotos. Se la ve joven y cansada. Tiene 38 años, 15 de médica y 13 años de terapia. Es una de las encargadas de dar los partes médicos telefónicos a los familiares de los pacientes.
No disimula para nada lo difícil que es estar en sus zapatos.
"Es terrible, muy difícil en todos los aspectos. Una siente angustia, dolor, miedo. Una debe explicar que una persona no está bien, que se muere, y del otro lado escucha llantos, cargos de conciencia, enojos, insultos hacia una, hacia ellos, hacia la institución, la vida. Hay gente que no quiere ver lo que está pasando: te dicen, «pero si es joven, pero si estaba sano hasta hace unos días, ¿cómo puede ser?». Son relatos que sensibilizan, preguntas que una no puede contestar, palabras necesarias que una no puede cortar por más apuros que se vivan acá. Una trata de ser humana y compasiva".
Terapia intensiva Sanatorio Parque
Terapia intensiva (UTI) . Covid - 19 . Coronavirus. Pandemia. Sanatorio Parque
Foto: Virginia Benedetto/La Capital
Se le pregunta a González cómo tramita todo lo que escucha. Si lo traduce en llantos íntimos o en mal dormir. Y sin vueltas y con la voz entrecortada contesta: "En todo: a veces lloro, a veces no duermo bien".
La médica cuenta que tuvo compañeras internadas y que pensó más de una vez qué sería de sus hijos si ella tuviera que pasar lo mismo que sus pacientes y corriera riesgo de no salir viva de allí. Confiesa que también pensó en la posibilidad de contagiarlos, a ellos y a su marido. "La vacunación nos dio algo de tranquilidad".
Mientras se da el diálogo se acerca una enfermera que le pregunta a González por una medicación y su dosis: "El paciente de la 8 se está despertando... ", le explica la mujer y la médica interrumpe unos segundos el diálogo, da las directivas y vuelve.
¿Vale la pena seguir preguntando? No. La médica agradece la decisión y vuelve a las camas. No para.
Adentro y afuera de la UTI
Entonces entra en escena y continúa la charla el jefe de kinesiología, Martín Manago, de 47 años y con diez de servicio, quien presenta al equipo de su especialidad como el que está "los 365 días del año y las 24 horas en pie".
Cualquiera podría creer que él y su equipo rehabilitan a los pacientes solo en su motricidad y en el fortalecimiento muscular. "No", dice, y lo aclara con especial interés.
"Participamos directamente en el manejo respiratorio, invasivo o no invasivo de los pacientes, controlamos y monitoreamos los respiradores. Pronamos (maniobra kinesiológica con la que se los pone boca abajo) a los pacientes y cuidamos que el respirador no les lesione los pulmones, por ingreso de volumen no adecuado de oxígeno", dice Manago, a cargo de un grupo de 14 jóvenes que parecen los mismos que se ven corriendo o en los bares del bulevar. Con la diferencia que estos jóvenes visten ambo, trabajan dentro de una UTI y viven "aislados", porque no van a una fiesta, un asado o un cumpleaños desde hace un año.
Se llaman Gabriel Musso y Gabriel Appendino. Tienen 34 y 27 años respectivamente y piensan que se mueren si se enteran que alguien de sus familias se contagió por su culpa.
Manago dice que el contraste entre el adentro de la UTI y el afuera es muy grande.
"Vos estás acá rodeado de gente acostada, con respiradores, no alcanzan las camas, muchos se mueren, tenés miedo de contagiarte y contagiar y salís de acá y a pocos metros te encontrás con grupos tomando cerveza como si nada. Da un poco de bronca", reconoce. Y tira una frase que por común no pierde dramatismo. "Uno suele escuchar que la gente bromea con la pandemia como si se tratara de una pavada y dice: «De algo hay que morirse». Te puedo asegurar que una vez que están acá, en la terapia, todos se aferran a la vida".
Algo así como aferrarse al aire, a una nueva oportunidad; nada menos que a respirar, lo único que debería importar por estos días.