Frente al diario La Capital, sobre calle Sarmiento, antiguo centro comercial de la ciudad de Rosario, la semana pasada no circulaban los autos. Ya no circulan por allí los colectivos de pasajeros. En el atardecer de uno de esos días salir a la calle era encontrarse con una calle triste y sola.
La esquina de Córdoba peatonal y Sarmiento ha sido, tal vez ya no lo sea, un sitio de encuentro de los habitantes de la región.
Era, se insiste, tal vez aún lo sea, la duda es metódica, cartesiana y original, un sitio fácil de identificar. Estaba en la memoria. Encontrarse en la esquina de "La Favorita" fue/era parte de un ritual ciudadano. La tienda de la familia García, hoy en manos de los capitales chilenos de Grandes Tiendas Falabella, tal vez ya no forme parte del ritual de encuentros. Tal vez ya no haya encuentros. Acaso los recuerdos, la memoria de una ciudad de Rosario que fue enturbiando el presente, volviéndolo nostalgia. ¿Quién puede hablar por la memoria colectiva? … nadie, es cierto, pero los hechos definen. Era un punto de encuentro.
La calle de la ciudad era/es "la peatonal Córdoba" y su extensión hasta bulevard Oroño, pomposamente titulada "Paseo del Siglo" y la verdad, la verdad, ay, de algún modo sigue siendo la calle de la ciudad. Dolorosamente. Es en calle Córdoba peatonal donde, pasadas las 21 de cada día, las hordas de mini forajidos discuten territorios con manteros, descuidistas, músicos callejeros cerrando su estuche y simples muchachos de la calle que certifican que la ciudad es otra, la región es diferente y que, acaso, su presencia certifica que ésa es la verdadera cara de la región: avivados, descuidistas, barrabravas descarriados y solitarios sin otro destino que la delincuencia y el abandono. Si, tal vez esa miserable corte de personajes oscuros que se adueña de "La Peatonal" sea parte del mundo que nos negamos a ver y la calle represente, como corresponde, el reflejo real del tiempo que vivimos. Cruel momento el de la realidad. Solo a través de la realidad se puede buscar la verdad, sostenían los griegos.
Este fin de año (2016/2017) no aparecen iluminadas, en diciembre, las calles cercanas (adyacencias) ni será fácil imaginar coros cantando el "jingle bell". Todo es inseguro. Mucho.
La decisión de la gestión municipal de tornar zona súper calma a las calles centrales del viejo casco rosarino encierra una contradicción tan brutal como inexplicable. Es en palabras de sus funcionarios que se oscurece: "…se dejará circular autos y se permitirá el estacionamiento para favorecer las ventas de fin de año…". Es fácil entender la contraria. Cuando no se permita la circulación de autos o esté absolutamente restringida aparecerá la contraria: pocas ventas. Cómo entender la contradicción. Buena pregunta. Difícil respuesta. Hay una: la gestión municipal no imagina al centro histórico como comercial, no quiere que se multipliquen las ventas. No todos los días, sólo excepcionalmente. No es la mejor respuesta. Es la que mejor resuelve la contradicción.
Calle Sarmiento, frente al diario de la ciudad y, cabe recordar: el diario más antiguo del país que sobrevive (ejem) era, en la semana pasada, una calle triste y sola. Al aire las entrañas de Sarmiento y Santa Fe, con la amenaza firme de destripar todo el pavimento posible para una reformulación del centro de la ciudad que quite los autos, los desaliente, los espante, lo que aparecía era la desolación.
El centro sin circulación de autos, sin la fila de taxis frente a la Gran Tienda, sin los paquetes de las compras no es lo mismo. Hay una pregunta que la gestión municipal no contesta y es la única pregunta que deberían tener resuelta antes de cualquier modificación: ¿Cambiará la facturación favorablemente cuando el estropicio termine? ¿Cambiará el valor de los alquileres? ¿El metro cuadrado cubierto qué precio tendrá? Subirá. Bajará. ¿Quedará el centro habilitado a las ventas o imaginan un sitio de paseo para la foto de las revistas del mundo (che, que linda está Rosario…) mientras los comercios languidecen, el sitio se vacía, ganan la batalla los shoppings lejanos y una banda de forajidos anónimos se adueña, al atardecer, del camino que va de bulevard Oroño a la Catedral y el Monumento? No quieren, no pueden responder. Tengo para mi que no imaginan un centro vacío y triste por las noches. Ese es el cuadro más cercano a lo que se ve y lo que se ve es el punto de partida para el porvenir.
"Me busqué, te perdí, derrapé, malviví, todo es tan extraño. Conspiré contra el sol, enviudé de farol, cómo pasan los años. Fui cuesta abajo, sabiendo que llorar era un atajo hacia el mar…".
Ni tan blue, ni tan negro, ni tan Nueva Orléans. "El blues del alambique", de Sabina, describe su tristeza minimalista. En principio adherimos, pero vamos a la confesión más clara de una calle invadida de tristezas. Ya está escrito el poema.
Toda baguala es un blues y todo blues es el comienzo de un tango y todo tango, ya se sabe, es una queja o un lamento. No hay alegría en la nostalgia.
Acaso Homero Expósito describa, de un modo más perfecto, la tristeza, la soledad de calle Sarmiento, frente al Diario La Capital, un atardecer, sobre el fin de noviembre.
"… Vagos con halagos de bohemia mundanal. Pobres, sin más cobres que el anhelo de triunfar, ablandan el camino de la espera, con la sangre toda llena de cortados, en la mesa de algún bar. Calle como valle de monedas para el pan... río sin desvío donde sufre la ciudad... los hombres te vendieron como a Cristo y el puñal del Obelisco te desangra sin cesar…". A Homero Expósito le afligía la calle porteña que nunca duerme y así la describió ("Tristezas de la calle Corrientes"). Vale. Para calle Sarmiento, en Rosario. Vale igual.
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