Existen hechos, sucesos, en ocasiones una batalla, que en cuestión de horas definen el rumbo de un pueblo entero por generaciones. Son esos instantes decisivos en la historia de una nación que marcan un antes y un después; momentos sin cuya cabal comprensión es imposible entender el desarrollo posterior de la vida de un pueblo. Y dado que algunos pedagogos insisten en privilegiar la enseñanza sólo de los "procesos" históricos, las nuevas generaciones pierden la ocasión de entender los hitos definitorios que dejaron una impronta en nosotros. De ahí la urgencia de ir a su rescate y ponerlos sobre la mesa.
El pasado 1º de febrero se cumplieron doscientos años de uno de esos instantes concluyentes, que tuvo lugar muy cerca de Rosario. La batalla de Cepeda en la que se enfrentaron, por un lado, las tropas federales formadas con soldados de todas las provincias y comandadas por el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y Francisco "Pancho" Ramírez, joven entrerriano con aspiraciones políticas y mano derecha del caudillo oriental José Gervasio de Artigas, y por otro lado las huestes del Director Supremo, José Rondeau.
Se la llamó la "batalla del minuto" por su corta duración, a diferencia de otras que duraban horas. Este hecho de armas fue a la vez el punto culminante de un enfrentamiento de años previos y el medio elegido por ambas partes para dirimir en el campo de batalla lo que había sido imposible acordar desde la política.
Se impone una previa caracterización de ambas partes. López y Ramírez eran caudillos federales de sus respectivas provincias. Pero en rigor, actuaban reconociendo el liderazgo de quién no sólo había sido el primer caudillo provincial sino que era además el Protector de los Pueblos Libres, José Gervasio de Artigas, líder del pueblo uruguayo, entonces una provincia del ex Virreinato, que desde 1815 sufría la invasión de las tropas portuguesas. Artigas, nacido en Montevideo, se había convertido por la fuerza de los hechos en el caudillo del pueblo oriental, y toda su vida se sintió tan argentino como un porteño o un correntino. Por eso es fundamental sacarnos de la cabeza su caracterización, posterior incluso a su muerte, como "padre de la uruguayidad" por ser éste un esquema que no sólo no existía en su tiempo sino que lejos estaba de sus ideales políticos. En efecto, en 1813 Artigas puso por escrito los puntos más importantes de su modelo de país: declaración inmediata de la independencia, estado republicano y confederal, capital fuera de Buenos Aires, y quizás lo que más irritaba a algunos, sistema económico proteccionista respecto de las artesanías e industrias locales.
El Directorio en cambio, representado en 1820 por José Rondeau y con sede en el puerto de Buenos Aires, representaba intereses distintos y anhelaba un modelo de país antagónico del federal. En efecto, la Constitución de 1819, fue rechazada por las provincias por ser unitaria y por ir de la mano con proyectos monárquicos fomentados por las autoridades nacionales para coronar entre nosotros a un príncipe de origen francés.
Pero la diferencia insalvable entre ambos bandos, que habría de dirimirse por las armas en la frontera entre Santa Fe y Buenos Aires, concretamente en la cañada de Cepeda, no pasaba tanto por las formas de gobierno y el modelo económico a adoptar. Había algo mucho más grave que enfrentaba a federales y directoriales (luego se los llamará unitarios). En 1815 los portugueses, aprovechando la anarquía posterior a mayo de 1810, invadieron y ocuparon el territorio de la Banda Oriental, pretendiendo su incorporación forzada al Brasil. Artigas lideró el famoso éxodo del pueblo oriental que abandona las ciudades y se propone retomar el territorio y reincorporarlo a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Para ello necesita de la ayuda militar y económica de las restantes provincias argentinas. Todas ellas, en especial las mesopotámicas y Santa Fe, auxilian a Artigas con milicias voluntarias, pero el Directorio y el Congreso asentados en Buenos Aires le niegan ayuda económica para adquirir armamentos. ¿Por qué? Sencillamente porque Artigas y el federalismo por él encarnado caracterizado por un profundo arraigo en las tradiciones populares, postulaban un modelo de nación distinto al pergeñado en las logias del puerto, que a diferencia de aquél era claramente minoritario, pero con tutelajes externos poderosos.
En Cepeda, en pocos minutos el gauchaje federal aplastó categóricamente, como lo hará nuevamente en el futuro, la soberbia portuaria y todo lo que ella representaba. El desbande es generalizado. Se disuelve el Congreso y desaparece el Directorio. Cunde el pánico en el centro de Buenos Aires (no en los arrabales, poblados por gauchos como los provincianos) porque se teme todo tipo de violencias por parte de los federales, dueños de la situación. Nada de eso sucede. Los gauchos tienen más hidalguía y cultura que muchos contrabandistas de riqueza rápida. Pero también harán gala de una ingenuidad absoluta. Porque la victoria militar será desaprovechada cuando pocos días después se firme el tratado de Pilar. La ayuda militar porteña negada tantos años y que debía destinarse a desalojar a los portugueses de la Banda Oriental irá, en cambio, a reforzar a Pancho Ramírez que le declarará la guerra a su ex jefe Artigas. En una jugada diplomática el puerto librecambista se quita de encima la amenaza de su viejo enemigo, valiéndose del joven entrerriano con aspiraciones políticas, que cumplirá su cometido. Artigas, derrotado, se exiliará en Paraguay, donde morirá en 1850, sólo y olvidado por su Montevideo natal, pero rodeado del afecto y cariño de los indios guaraníes que lo consideraban como un padre. Contra su voluntad, años más tarde el caudillo argentino más importante será trasladado a Uruguay que como país independiente buscaba afanosamente un "padre de la patria" y tuvo que fabricarlo de apuro. Paradoja cruel para uno de los puntales de una Patria Grande sudamericana.