“Podían haberlo olvidado, solo que él no permitió que lo olvidaran” (Gorodischer - Kalpa Imperial: The Greatest Empire That Never Was)
Foto Celina Mutti Lovera / Archivo La Capital
Angélica Gorodischer murió hace dos años.
“Podían haberlo olvidado, solo que él no permitió que lo olvidaran” (Gorodischer - Kalpa Imperial: The Greatest Empire That Never Was)
Aunque había un ascensor de esos bonitos, con una manivela dorada y brillante - que hasta la década del 90 supo accionar un ascensorista - y mucha ornamenta de bronce, quizás simulando una bóveda llena de oro, bajé por la escalera.
El descenso que debía realizar era solo de un piso y los escalones de mármol y baranda de madera noble no escatimaban en opulencia, así que me puse en marcha y fui bajando peldaño a peldaño, izquierda, derecha, izquierda, hasta llegar al descanso.
Allí levanté por primera vez la mirada. Y la vi. Estaba sentada en el bar de la planta baja del Victoria Mall. Ahora que lo pienso, debieron ponerle Victoria Mall de nombre para recordar la fastuosidad del Imperio Británico en la era victoriana. Lo pienso ahora, en aquel momento mi mente se nubló.
El resto de la escalera la bajé sin mirar el suelo, de memoria; guiado por el rojo de su cabello que era un faro entre los parroquianos.
Cuando llegué a la planta baja me detuve un segundo, que fue un siglo. ¿Debía pedirle un autógrafo? ¿Tal vez pueda acercarme para saludar y agradecerle? No, qué ridículo. Aunque no me devolvió la mirada me sonroje. Mi cara debió ponerse bordó, como el uniforme de los ascensoristas que ya no estaban. ¿Cómo voy a interrumpir la charla que llevaba con sus amigas?
Después de ese segundo eterno, resolví la situación como siempre lo hago, escapando hacia adelante. Me fui sin mirar atrás, pero con esa sensación que tiene uno a veces, de que podía haber hecho algo más y no lo más fácil.
La primera vez que la vi pensé que era un hombre. Bueno, en realidad, la primera vez que la leí. Porque la primera vez que la vi en persona fue en la Bajada Sargento Cabral, en una feria literaria donde hace varios años hubo un boliche.
Ella explicaba y explicaba, hablaba y hablaba, gesticulaba como para decir un millón de palabras, ahí, donde alguna vez seguro sonaron The Police, INXS y Soda, en Contrabando. Ahora que lo pienso, debieron ponerle Contrabando de nombre para recordar el pasado portuario y delictual de la ciudad en adyacencias de la vieja Aduana. Lo pienso ahora, en aquel momento mi mente se nubló.
Pero volvamos a la primera vez que la leí. Pensé que era un hombre. Yo tenía unos 10 u 11 años y nunca había leído a una mujer, en mi corta edad creí que no escribían libros. A lo mejor no les gustaba y tenían algo más interesante que hacer de su vida. Siempre eran hombres y casi siempre también extranjeros los escritores en mi mundo infantil y primitivo.
La colección Biblioteca de Oro de Anteojito que me traía mi mamá iba quedando un poco atrás, y decidimos en casa sofisticarnos un poco y empezar a comprar la revista Conozca Más, que venía con unos libritos de bolsillos con cuentos de ciencia ficción y relatos extraordinarios de Poe, H.G. Wells y Guy de Maupassant, entre otros. El último número, llamativamente era de cuentos fantásticos de escritores argentinos. Pasé el de Horacio Quiroga y empecé “La alfombra verde de Hojas”, de A. Gorodischer.
Me impactó desde el inicio. La sola idea de que un argentino - para mí, hasta ese entonces era un varón - pudiera escribir una historia que se desarrolle en un castillo de Gran Bretaña, en la edad media, con un enano bufón de palacio asesino me exacerbó. Me llevó a una especie de nirvana.
Enajenado por la estimulante lectura quise saber más del autor y busqué la contratapa del libro para leer un párrafo que funcionaba de biografía:
ANGÉLICA GORODISCHER - Buenos Aires, 28 de julio de 1928.
Era una mujer. Le fui a contar a mis padres en medio de un estupor que había leído un cuento que escribió una chica y me había encantado. Cuando me dijeron que vivía en Rosario, casi que no les creí. Pero decidí entrar en esa puerta de fascinación que se me abría de par en par. ¿Así que una chica, y de Rosario puede escribir a la par de Quiroga, Borges y Tolstoi? Fue maravilloso, una de las mejores noticias que había recibido del mundo. Un despertar.
Hace un año también sentí que me despertaba A. Gorodischer. Pero esta vez de manera literal. ¿Saben ustedes lo que es un falso despertar? Un falso despertar es un sueño vívido y convincente en el que se sueña que se despierta del sueño, cuando en realidad la persona sigue durmiendo.
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Estaba en mi cama, acostado, y Angélica de pie, se encorvaba a la vera del velador y me tomaba del hombro derecho dando un tironcito con su mano. Una, dos, tres veces. “Roque, despertate”, me dijo. Yo abrí los ojos y me sentí muy agradecido. Pero antes que pudiera incorporarme en el lecho para estar a 90 grados, todo se desvaneció y volví a despertar pero esta vez en soledad. Fue muy fuerte.
Los especialistas dirán que fue un falso despertar. Un sueño dentro de otro sueño como escribía Borges (el Gorodischer de los porteños). Un sueño en capas como filmó Christopher Nolan en Inception. Pero sé que no tienen razón, no se acercan a la verdad. Fue real, aún hoy lo recuerdo.
Gorodischer como un ángel al pie de mi cama me despertó por segunda vez en la vida. Y en esta oportunidad, para siempre. Para que me ponga a escribir, de una buena vez por todas.
Ahora que lo pienso debieron ponerle Angélica de nombre por aquello de estar cerca de Dios.
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