Los escritores se llamaban Mateo Booz, Fausto Hernández, Alcides Greca. El ambiente artístico contaba con Antonio Berni, Leónidas Gambartes, Julio Vanzo y Alfredo Guido, entre otros. Los teatros recibían a grandes compañías nacionales y extranjeras. En los diarios escribían Virgilio Albanese, Antonio Robertaccio, Hernán Gómez, Horacio Correas. Ese fue el ambiente cultural que encontró García Lorca cuando llegó a Rosario el 22 de diciembre de 1933 para ofrecer su conferencia "Juego y teoría del duende", en el teatro Colón.
Pero para llegar a ese punto Daniel Feliu tuvo que pasar por las casas en que vivió García Lorca en Granada, Valderrubio y Fuente Vaqueros, el lugar donde nació.
—Luego de ese viaje vino mi gran "alorcamiento" y crecieron mi admiración y mi afecto hacia su figura —cuenta—. Pero la idea del libro aún no había nacido.
En 2013, cuando se cumplían 80 años de la visita del poeta a la Argentina, Feliu se propuso homenajearlo.
—Fue ahí donde comenzó realmente mi investigación. Quería ir más allá de la crónica de Gardelli, ir a las fuentes, saber más. No quería que llegara el día de los ochenta años de la visita a Rosario y que el hecho pasara desapercibido. Siendo actor, había pensado hacer alguna intervención teatral, pero no lograba darle forma. Luego surgió la posibilidad de publicar un artículo en el suplemento Señales de La Capital con lo que había investigado hasta el momento. El artículo salió casualmente el día del aniversario, el 22 de diciembre. Luego continué mi investigación sin saber de qué manera iba a plasmar los resultados. El trabajo se fue extendiendo y enriqueciendo. Durante ese proceso entré en contacto con Liliana Ruiz, directora de Baltasara Editora, como una de las tantas personas que iba contactando en busca de información. Pasó el tiempo y Liliana me propuso la idea del libro. En total fueron unos tres años y medio de trabajo.
Viaje en el tiempo
Actor egresado de la Escuela Provincial de Teatro, Feliu (Marcos Juárez, 1976) contaba con una formación como investigador desde que integró un equipo coordinado por Clide Tello dedicado al teatro profesional en Rosario durante el período 1940-1959, para el libro Historia del teatro argentino en las provincias (2007). "Allí aprendí muchas cosas: una metodología, saber qué era una fuente, ir a esa fuente e interpretarla; ir a bibliotecas, archivos, hemerotecas. Cómo entrevistar, qué preguntar; cómo contrastar la información de las diversas fuentes; luego darle forma a todo ese material", dice.
—¿Cuáles fueron los pasos de la investigación?
—Comencé de manera bastante ingenua, preguntando en archivos o a personas si "no tenían o sabían algo sobre la visita de García Lorca a Rosario". Digo ingenua porque luego descubrí que la búsqueda tenía que ver con acceder a materiales más concretos, como los ejemplares de los diarios Tribuna o La Capital. Fuera de las crónicas de Horacio Correas y Gardelli, no había nada escrito, salvo artículos que a su vez los citaban. El primer paso fue encontrar las crónicas de Correas, las únicas de un testigo directo de los hechos. Así llegué a ellas: una de 1946 y otra de 1961, hechas cuando se cumplían, respectivamente, el 10º y el 25º aniversario del asesinato del poeta.
También se propuso reconstruir el contexto de la ciudad a la que llegó el poeta: "No quería que el viaje quedara en la mera anécdota, debía hacer una investigación más profunda". Por eso el libro se extiende en la descripción de Rosario a través de la ciudad.
—El proceso de investigación fue arduo, engorroso y fascinante para mí. De lo que ya estaba escrito en las crónicas hubo cosas difíciles de establecer, como dónde se hospedó y qué grado de veracidad tenía la famosa anécdota de "¿Tenéis un río?". No sólo porque no había nada al respecto, sino porque implicaba, quizás, poner en cuestión cosas que luego de ochenta años y con la historia circulando, se daban como verdades incuestionables. Los pasos fueron ordenados o caóticos según el momento. La escritura la fui haciendo a medida que conseguía más información. A veces un dato o una fuente llevaba a otra fuente o a otra persona con la que contactarme, de manera que debí priorizar, porque la lista parecía crecer exponencialmente. Había temas de los que conocía poco, lo cual me llevaba a profundizar en ellos antes de poder seguir avanzando. También iba consultando a determinadas personas que tenía como referentes según el tema.
—¿Qué dificultades se plantearon en ese trabajo?
—Hubo varias: algunos archivos estaban perdidos total o parcialmente; algunas colectividades no daban acceso a sus bibliotecas porque carecían de personal que pudiera ocuparse. Otras instituciones o personas simplemente no tenían interés en colaborar; por otro lado, de otras tantas tuve gran colaboración, y gran parte de ellas, es justo decirlo, fueron las bibliotecas y archivos municipales y provinciales. Un hecho llamativo y frecuente en muchos casos fue que la década del 30 era el período del que menos material había.
Un motivo secreto
García Lorca tenía por entonces 35 años y sus libros de poesía Romancero gitano (1928) y Poeta en Nueva York (1930), eran conocidos en Rosario. Tanto como su obra de teatro Bodas de sangre, estrenada en la ciudad por la compañía de Lola Membrives en septiembre de 1933.
Llega el poeta
El viernes 22 de diciembre de 1933 el verano se hacía notar. El reloj de la estación marca las 12.30. En el andén, "conmovido de trenes y sucio de humos viajeros", un grupo de hombres espera el arribo del tren rápido de las 12:30 proveniente de Buenos Aires. Dentro de la comitiva expectante se encuentran el presidente del Club Español, Víctor Echeverría; el cónsul de España en Rosario, Gonzalo Diéguez Redondo; representantes de entidades españolas y algunos periodistas, entre ellos: Horacio Correas.
Desde lejos comienza a escucharse la bocina del tren. La tierra vibra a medida que se acerca, y el sonido metálico de las ruedas sobre los rieles se hace más intenso, marcando un compás característico. El tren llega a los andenes y el humo de la locomotora se disipa al tiempo que los pasajeros abandonan los vagones: valijas, encuentros, abrazos. La comitiva busca entre la multitud a dos viajeros.
La esperada visita deja de un salto el estribo del vagón: es Federico García Lorca. La personalidad del momento, el joven valor de las letras hispanas, ya se encuentra en Rosario. A su lado Pablo Suero, su guía, inicia la presentación: "Aquí, Federico..." Los viajeros estrechan sus manos con los miembros de la comitiva. Suero se reencuentra con Antonio Robertaccio, su antiguo camarada y amigo.
Con el magnetismo que lo caracterizaba, Federico García Lorca conquista rápidamente la simpatía del grupo, que lo recibe con cordialidad y sin protocolo, como a él le gustaba. Una de sus primas más cercanas, Clotilde García Picossi, recordaba: "La suprema simpatía de Federico, tan popular y tan genial, era un imán que todo lo atraía. Te comía, te embobaba, no se podía con él. Y no es que fuera más que otros: es que era distinto, diferente...".
Horacio Correas cuenta sus primeras impresiones: "Su acento andaluz, su expresión vivaz, su ademán resuelto y franco, lo convertirían irremisiblemente en el eje del grupo..." y describirá al hombre que aún no era un mito: "Moreno rostro adornado de lunares, de ojos negros y expresivos, de nariz recta y labios gruesos y sensuales." Pablo Suero agregará: "Ancho de hombros, con una hermosa frente y una mirada color ciruela. García Lorca da sensación de vigor y de energía. Juega y ríe. (...) una risa un poco ronca. Su acento andaluz escamotea sílabas. Habla con vehemencia y rapidez."
Dentro de la comitiva, los miembros de la prensa los esperaban "con interés profesional, no exento de ambición afectuosa por hacerles grata su permanencia en la ciudad", dirá Correas, y agregará: "Entonces le conocimos, fuera de sus libros, fuera de sus anécdotas. (...) Mirándolo se tenía la impresión de que en sus talones se afirmaba toda la tierra."
Los recién llegados y la comitiva son fotografiados en los andenes. La imagen será publicada por La Capital. En el centro del grupo García Lorca, el único con pantalón claro; el cónsul de España en Rosario Gonzalo Diéguez Redondo y Pablo Suero, que sonríe y sostiene un cigarrillo. En torno a ellos, de izquierda a derecha, Horacio Correas, sombrero "rancho" en mano; otras dos personas; luego Luis Bravo y Antonio Robertaccio; Mario Monte; Víctor Echeverría y otra persona. El grupo acompañará al poeta durante toda su estadía en la ciudad.
Entre otros aspectos, Feliu indaga las razones por las cuales vino: hubo una cuestión económica, por la cual acordó dictar su conferencia "Juego y teoría del duende", contratado por empresarios rosarinos; también pudo incidir la amistad entre el periodista Pablo Suero, quien lo acompañó desde Buenos Aires, y Antonio Robertaccio, uno de los dueños del teatro Colón y redactor de La Tribuna. Y había un motivo secreto: un primo de Federico llamado Máximo Delgado García vivía en Arroyito y la familia no tenía noticias suyas.
—El tema de los familiares de García Lorca en la ciudad surgió también de la crónica de Gardelli —dice Feliu—. Allí nombraba a dos primos: Máximo Delgado García y Modesto Ruiz, aunque este último, en otras ediciones de la crónica, aparecía, por error, como Rey. La historia de Máximo fue más fácil en un principio porque es mencionada en correspondencia entre el poeta y su familia, y algunos autores la mencionan brevemente. En el catálogo de la Fundación García Lorca, que conserva el legado del poeta, encontré dos cartas de Máximo a Federico, y en la correspondencia del poeta a su familia la historia con Máximo en Rosario es mencionada en reiteradas oportunidades. En cuanto a los Ruiz, no tenía manera de rastrear descendientes, hasta que un comentario de una conocida por una publicación mía en Facebook sobre el poeta me puso al tanto de que su hija descendía por línea paterna de aquellos Ruiz. Así logré ubicarlos y entrevistar a varios descendientes.
La llegada a la estación Sunchales, el alojamiento en el Hotel Italia —o en el Savoy, según otra versión—, el almuerzo en una cantina italiana, la conferencia, el paseo nocturno que va de una chopería hasta el río, una visita al Hospital Español, un banquete en el Rotisserie Cifré, "el restaurant más lujoso de la ciudad", el recibimiento en el Club Español. García Lorca, el duende en Rosario documenta paso a paso los movimientos del poeta entre el 22 y el 23 de diciembre de 1933, con abundante documentación gráfica: fotografías, cartas, programas de mano, carteleras periodísticas y manuscritos.
Rosario en los años 30
—¿Qué te interesaba de la historia al principio y qué encontraste sobre el final, cuando la estabas escribiendo?
—Quería saber más detalles de lo que había hecho durante su estadía; aquellas cosas que mencionaba Gardelli en su crónica. Saber si había más fotos o libros dedicados. La escritura fue avanzando junto con la investigación. Hubo mucha reescritura, reformulaciones. Fui encontrándole profundidad a cada cosa, yendo más allá de la mera anécdota. Conocí y entendí un poco mejor a aquel Rosario de los años 30 con el que se había encontrado el poeta. Comprendí que cada cosa que había hecho en la ciudad tenía su razón. E indagando en la historia con su primo Máximo, encontré ese aspecto desconocido de su visita, las motivaciones personales y familiares. Venir a Rosario no obedecía sólo a una cuestión profesional.
—¿Qué te parecen ahora las crónicas de Gardelli y Correas que leíste al comenzar el trabajo?
—Tienen un gran valor testimonial. Son la columna vertebral de buena parte del libro, que las contextualiza y les da mayor profundidad. Tengo a la vez la ventaja y desventaja, respecto a ellos, de no ser contemporáneo a los hechos, lo cual me permitió ver más en perspectiva y me obligó a interiorizarme en aquel contexto. La última crónica de Correas tiene 55 años. La de Gardelli, más de 20. En ellas mencionan hechos, lugares o nombres que en su época eran conocidos. Para mí –y para los lectores– fue necesario explicitar cada uno de ellos; hay toda una historia detrás de cada uno.
—¿Qué muestra la visita de García Lorca sobre Rosario y su cultura?
—Rosario tenía en aquellos días una gran actividad cultural. La visita de García Lorca movilizó y generó expectativa en un círculo de personas: periodistas, intelectuales, artistas de la ciudad, o público que era acotado en relación a la cantidad que asistía con regularidad al teatro. Tuvo una gran repercusión, pero dentro de esos círculos. La prensa se mostró muy entusiasta, los empresarios que lo trajeron hicieron una apuesta importante, pero el público no respondió en forma masiva, como sucedió poco después en Uruguay, donde llegó a dar cuatro conferencias. Un testigo de la época recordaba que poca gente esperó la llegada de García Lorca en la estación Sunchales, cuando pocos días antes, ante la llegada del plantel de Boca Juniors, se habían colmado la estación y las calles adyacentes. En resumen, ayer como hoy, iniciativas culturales en la ciudad hubo muchas, y gente muy capaz vinculadas a ellas, pero no siempre tuvieron la repercusión esperada. De todas maneras, la visita del poeta fue posible porque en la ciudad había lo que hoy llamamos una movida cultural importante.
—¿Y qué agrega la historia de esa visita a la vida de García Lorca?
—Creo que la visita fue mucho más relevante para los rosarinos que para García Lorca. Para él, me atrevo a decir, lo más importante de ese viaje fue reencontrarse con su primo Máximo y ayudarlo, dado que se lo había pedido su padre. Federico se estaba independizando económicamente de él, y a ello contribuía el enorme éxito que estaba teniendo en la Argentina. Ayudar económicamente a su primo y hacerlo "sentar cabeza" lo dejaba bien parado ante su padre. Así lo entiendo yo, al menos, teniendo a la vista lo que me arrojó la investigación.
El relato de Feliu sigue a García Lorca hasta el momento en que deja Rosario, el 23 de diciembre de 1933, en el tren vespertino que iba hacia Buenos Aires. Allí lo despidió "una nutrida delegación de representantes de la colonia española residente en nuestra ciudad", según la crónica de la época. Entre los testigos, Horacio Correas anotó: "El poeta agitó su mano en señal de despedida. Aquel ademán debe estar dormido en la atmósfera de Sunchales. Es cosa de advertirlo". Y eso fue precisamente lo que hizo Daniel Feliu en su libro.