Su pasión por internet nació hace más de diez años, pero advierte que debemos ser conscientes de los efectos nocivos que generan las redes sociales y el celular. Si uno busca a Santiago Billinkis en Google, una catarata de resultados indica que es egresado de la Universidad de San Andrés con medalla de oro en Economía, que fundó decenas de empresas y que decidió abandonar una promisoria carrera dentro de P&G, una de las multinacionales más prestigiosas del mundo, para convertirse en un empresario dedicado a escribir libros y a dictar conferencias a lo largo y a lo ancho del país para compartir su experiencia y conocimientos sobre tecnología. En una charla con Más reveló que su obsesión por la tecnología surgió desde que volvió de estudiar en la Singular University de Silicon Valley, Carlifornia, lo cual lo llevó a transformarse en uno de los habitantes de ese paraíso de emprendedores de donde surgió Apple, entre otros tantos proyectos tecnológicos.
Pasados los años, lanzó su primer libro, Pasaje al futuro, en el que el autor volcaba su visión “optimista” sobre las posibilidades que tienen la tecnología e internet para mejorar nuestra calidad de vida, al alcance de nuestras manos. Pero dos años atrás, una experiencia personal lo llevó a reflexionar acerca de los perjuicios que genera la era virtual. Entonces se sentó a escribir en su laptop —a la que lleva a todos lados— esta “Guía para sobrevivir al presente”, en el que apunta a los desafíos que tienen los seres humanos por delante para no “caer en la trampa” de las principales empresas de comunicación y redes a la hora de exprimir nuestro tiempo libre.
Por eso, Bilinkis aclara que “nada es gratis” y que las pantallas de los celulares o el autoplay de la plataformas virtuales influyen de manera considerable en nuestro comportamiento y nuestras relaciones con los demás. Así, entre otras cosas, revela que cada usuario desbloquea el celular 150 veces al día, que las empresas “estudian muy bien nuestro cerebro” para quitarnos cada vez más tiempo de descanso y generar más dinero, y que los medios de comunicación como el resto de las empresas corren el riesgo de desaparecer en el lapso de cinco años si no cambian el modelo de negocio que los sostuvo durante los últimos cien.
—¿Cómo comenzó tu pasión por la tecnología?
—Mi afinidad con la tecnología nació hace diez años, cuando tuve la oportunidad de ir a estudiar a una sede de la Nasa en Silicon Valley (Singularity University) con muchos de los más grandes líderes mundiales en temas tecnológicos. Volví obsesionado y con la cabeza partida de cómo la tecnología iba a permitirnos solucionar todos los mayores problemas de la humanidad. Eso me llevó a mi primer libro, Pasaje al futuro, que de alguna manera refleja esa visión optimista de todos los cambios que iban a ir apareciendo. Y hace más o menos un año y medio mi mirada empezó a cambiar.
—¿Cuál fue el motivo?
—Quizá el punto de inflexión haya sido el Día del Padre del año pasado, cuando salí a almorzar con familia y noté que en la mesa de al lado había otra pareja joven con hijos chicos, que estaban completamente anulados por sus celulares. A partir de ahí me puse a investigar y noté que, en promedio, desbloqueamos nuestros celulares 150 veces por día, lo cual representa a un desbloqueo cada seis minutos del rato que estamos despiertos o que uno de cada cuatro accidentes viales son provocados por la distracción del peatón o conductor por estar mirando el teléfono. Entonces seguí investigando y me di cuenta que esto no está pasando por casualidad, tiene que ver con una particularidad de cómo funciona internet porque, en general, esperamos que todos los productos que usamos sean gratis y cuando un producto es gratis, siempre hay un precio.
—¿Y cuál es el precio que se paga?
—Cuando vos te vas a comprar un auto al vendedor le conviene al igual que a vos que el auto funcione en óptimas condiciones. Pero en este caso, cuando el producto es gratis, lo que le conviene al vendedor no es exactamente lo que te conviene a vos. A las redes sociales les conviene que las utilices todo el tiempo. Entonces, de repente, nos encontramos absolutamente tironeados y tensos porque las empresas se disputan una batalla campal la mayor parte del tiempo. Y ese es el problema que tenemos hoy: vivimos sumamente acelerados, donde nunca hubo tanta comunicación pese a que estamos más desconectados que antes de las personas que queremos. Por eso tenemos que ver cómo hacemos para aprovechar de la tecnología sin que nos mantenga aislados.
— En la mayoría de los casos no valoramos el tiempo que perdemos delante de la pantalla...
— Sí, gran parte del problema es que con esto pasa algo parecido como con las comidas. Las tortas y los dulces nos encantan, pero también sabemos que no podemos comerlos todo el tiempo o todos los días porque hacen mal. Todavía no hemos logrado generar conciencia con el uso en las redes sociales. Obviamente que nos gusta mirar fotos en Instagram, mirar series en Netflix, publicar en el muro de Facebook y comunicarnos a través de whatsApp. Pero al igual que las tortas, esas cosas en exceso terminan siendo nocivas.
— Tu segundo libro se llama "Guía para sobrevivir al presente". ¿Cuáles son los desafíos que tenemos por delante en un mundo cada vez más tecnológico?
— El problema básico es que tenés un montón de compañías que saben muy bien cómo funciona tu cerebro y tienen capacidad para desarrollar apps de manera que se nos vuelvan adictivas. Y enfrente tienen a un grupo de usuarios que no se está dando cuenta del problema que tiene delante de sus ojos. Mi apuesta con este libro es que seamos más inteligentes y que sepamos cómo funciona todo: qué maximiza el algoritmo de Facebook, qué busca el algoritmo de Tinder, qué trata de hacer Netflix con las series... Yo creo que cuando nosotros estemos más informados y sepamos qué efectos tiene la tecnología en la humanidad, vamos a estar mejor preparados para tomar buenas decisiones y utilizar los recursos tecnológicos sin quedar entrampados en las negativas.
—¿En qué aspecto la tecnología mejora la vida de las personas?
— Hoy tenés una pastilla que es capaz de curar una enfermedad que antes mataba a millones de personas; vivimos en promedio mucho más que antes con una calidad de vida muy superior; el porcentaje de pobreza e indigencia, cuando uno considera al mundo como un todo, viene disminuyendo de manera sostenida año tras año; el nivel de vida de una persona de clase baja es mejor que la que tenía una persona de clase alta hace 200 años. El progreso ha sido absolutamente indudable, pero es en esta última etapa, con la proliferación de dispositivos digitales, que en teoría nos hacen bien, que están empezando a generarse problemas.
—¿Cómo ves a la industria de los medios masivos de comunicación en esta era digital?
— Todas las industrias están atravesando una crisis muy grande y los medios no son la excepción. Porque las empresas no nacieron para innovar sino que fueron adaptándose de manera sistemática a una fórmula o modelo de éxito de alguien que ya la había inventado. Y lo que esperabas de la empresa era que ejecute y no que innove. Ahora, en cambio, no sólo que las cosas cambiaron sino que actualmente son exactamente opuestas: una empresa que no sea capaz de reinventarse a sí misma cada cinco años probablemente se muera. Pero todas las personas que integran las organizaciones, los esquemas salariales y de incentivos, la cultura de las organizaciones apunta al modelo anterior. Un alborotador que venga a complicar o discuta cómo se deben hacer las cosas era lo último que querías en el mundo. Y ahora necesitamos todo lo contrario. Sucede que no es fácil convertir a la gente en exactamente lo opuesto a lo que siempre le pediste. Y ese es el estrés que están viviendo muchos trabajadores y empresas, cuando de repente le cambiaron completamente las reglas de juego y no tienen ni la gente ni los esquemas de incentivo ni la cultura para provocar esta innovación permanente y constante.
—¿Cómo sobrevivirán los medios?
— El dato más fuerte es que lo que hasta ahora estaba funcionando bien, ha dejado de funcionar. Pero mientras los medios buscan esa nueva manera de subsistir, lo importante es que se den cuenta que eso va a ser mucho más efímero que el modelo de negocios que lo sostuvo durante los últimos cien años. No va a durar más de cinco años y van a tener que volver a crear otra forma. Por eso el tema no pasa por saber cómo salir de esta situación sino cómo salen de la idea de que uno vive a partir de una fórmula estable para pasar a subsistir a una era de reinvención constante y permanente. La certeza de tenerla clara ya es cosa del pasado, ahora sucede que aquel que tenga las cosas claras va a ser justamente el que sabe que no sabe, y el que sabe que lo que hoy funciona va a dejar de funcionar bastante rápido y va a tener que reaprender. Hay una frase de Alvin Toffler que dice que los analfabetos del siglo XXI no son los que no saben leer ni escribir sino lo que no saben desaprender y reaprender.
— En tu columna en el programa "Basta de todo”, de FM Metro, contaste que las empresas quieren "combatir" las horas de nuestro descanso...
— Cuando le preguntaron tiempo atrás al fundador de Netflix acerca de algo que había introducido uno de sus competidores, contestó: '¿Sabés pasa? Yo no compito con HBO o Amazon video: mi competencia es el sueño'. Además, en esa conferencia aseguró que la gente aún duerme muchísimo. Y, de alguna manera, lo que él estaba reconociendo públicamente es que están dispuestos a inducir hábitos completamente contrarios a nuestra salud con tal de ganar más dinero. Y los síntomas se están viendo: hay un montón de gente que se levanta muy temprano y son las 4 de la madrugada y aún están viendo el capítulo de una serie y no puede parar de mirar. Eso tiene que ver con la estructura narrativa de las serie, el autoplay que te propone la plataforma digital y con la intriga que te deja el capítulo previo al inicio del siguiente. Tienen muy estudiado cómo diseñar la serie para que no puedas parar de mirar, y nosotros caemos en la trampa. Lo importante es entender que todas las redes sociales, e incluso Fortnite, son adictivos, no en mismo sentido que la cocaína, pero sí toca mecanismos psicológicos que despiertan este deseo de querer usarlos y cada vez más. Y tal vez por el hecho de que no tiene el componente de las drogas más fuertes, la tomamos con liviandad y no deja de ser cierto que están distorsionando todos nuestros hábitos y la calidad de los vínculos con nuestros seres queridos, la cantidad de tiempo de nuestra vida y nuestro descanso, que es parte de lo que desarrollo en mi nuevo libro.