Surgió como una posibilidad de actuar rápido ante la crisis pero, para muchos, se convirtió en un modo de vida hasta hoy. El Mercado Retro de Pichincha nació a principios de 2002, cuando el país ni siquiera mostraba signos de recuperarse del estallido social de diciembre de 2001, y albergó a desocupados que buscaran tener ingresos a través de la venta de antigüedades. Este domingo cumplirá 20 años y, en ese marco, los comerciantes pioneros de la iniciativa manifiestan cómo atender los puestos se convierte en una experiencia que va desde el descubrimiento permanente de artículos hasta el intercambio cultural que existe en las historias detrás de cada uno de ellos.
El Mercado Retro “La Huella” está integrado por 74 familias que trabajan en 64 puestos. Se venden antigüedades, artículos coleccionables y objetos vintage de uso cotidiano. Los rubros que participan de este mercado son vajillas y utensilios domésticos, bijouterie, indumentaria, blanco, libros, afiches y revistas, elementos decorativos, pequeños muebles, juguetes, fotografías y otros objetos.
Ariel, Héctor y Graciela son quienes, a finales de 2001, reunían los requisitos para obtener un puesto en el mercado que comenzó a gestarse semanas antes del estallido social y que abrió en abril de 2002: estar desocupado y tener más de 45 años. Los stands se proporcionaron gratis y cada titular tenía que representar a un grupo familiar o de vecinos que pudieran aportar objetos de no menos de 25 años de antigüedad.
Variedad histórica
Ariel Odriozola trabajaba con su padre en un negocio de compra y venta de herramientas en Sarmiento al 1200 antes de que la crisis de 2001 arrasara con millones de comercios y puestos de trabajo. En 2002, decidió juntar lo que tenía, sumarle algunas antigüedades y ponerse a vender en el Mercado Retro que recién se iniciaba. “Tuve que cerrar porque, para seguir, debía endeudarme. Y a mí las deudas no me gustan”, se sincera en diálogo con La Capital.
El puesto de Ariel hoy tiene herramientas antiguas y “artículos varios”, entre los que "se puede encontrar desde una plancha eléctrica o instrumentos de cirugía hasta canillas de bronce. Es muy variado”.
En general, las personas que llevan artículos para vender dejaron de trabajar o tienen un familiar directo que falleció, por lo que buscan desprenderse de sus posesiones donando o vendiendo los elementos. Muy distinto al panorama que se veía en los comienzos, cuando los primeros puestos se apostaron en el ingreso de la estación Rosario Norte y en Callao entre Güemes y Aristóbulo del Valle, con personas que iban a vender cosas antiguas que daban vueltas por sus casas desde hacía años.
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Foto: Silvina Salinas / La Capital
La actividad escaló y Ariel tiene clientes del interior del país que lo llaman para preguntarle si tiene algún que otro artículo o se arriman hasta el puesto: “No vienen todos los fines de semana, pero cada dos o tres meses aparecen”.
No puede olvidarse de una vitrola portátil, con un cilindro de unos 15 centímetros de diámetro, que le vendió a un coleccionista de radios y televisores rosarino. Y sobre el instrumental quirúrgico que tiene en su puesto para vender, comenta: “Hay muchos coleccionistas de esas cosas, algunos son médicos que compran eso porque hay elementos que no se usan más”.
De trabajar el vitró de La Favorita a la venta de antigüedades
Encontrar al “Colo” Margariños y su puesto de colecciones de billetes, monedas, estampillas y autos a escala no es difícil. Solo basta con preguntar por él a cualquier otro feriante, ya que fue uno de los primeros que levantó su puesto en 2002: “Arranqué el primer día, pero lo pensamos diez o doce personas junto a Dante Taparelli seis o siete meses antes”.
La historia de Héctor en el Mercado Retro, nombre real del “Colo”, es otra más que se gestó a partir de la crisis de 2001: “Tenía una pequeña empresa de confección de ropa de trabajo y tuve que cerrar. Quedé en la lona”. Coleccionista desde que tiene uso de razón, agarró algunos billetes y algunas monedas históricas que tenía para venderlas y salir adelante.
La feria, cuenta, “abrió la posibilidad de comprar antigüedades también, porque la gente te iba a vender”. Dice que, ahora, no va tanta gente a vender sus posesiones sino que lo llaman para que haga visitas a domicilio, para evaluar los artículos que las personas tienen para vender. “Cuando voy, si veo otra cosa que también es una antigüedad, trato de comprarla”, cuenta, entre risas.
El artículo que más le gustó y del cual más le costó desprenderse, recuerda, fue “una máquina de coser de juguete, japonesa, de la época de la pre guerra (alrededor de 1930), pero que cosía a la perfección”.
De todos modos, el “Colo” ya sabe lo que es pararse en una feria: fue artesano hasta 1989, cuando una enfermedad lo obligó a cambiar de rubro. Gracias a su especialidad en vitró hizo trabajos de reparación en el lucernario principal de La Capital y, más arduo, el mantenimiento de diversas estructuras en La Favorita. “Desarmé todo y volví a armarlo. Me llevó casi un año”, recuerda.
Una historia detrás de cada cosa
Antes de recalar en el Mercado Retro, Graciela Audet pasó por El Roperito. Pero cuando la llamaron para tener su puesto en la feria, después de haberse anotado y esperar por un lugar, no dudó un segundo: “Es lo que más me gusta. Cada artículo encierra una historia diferente”. Tener su puesto se dio, también, después de la crisis de 2001. “Antes estuve en locales de venta de bijouterie y dictaba cursos de decoración de vidrieras en la Gurruchaga. Pero todo se empezó a venir abajo”.
Su puesto tiene “de todo”: adornos, marcos de cuadros, vajilla, juguetes antiguos y “todo lo que vaya consiguiendo”. Graciela rescata que cada artículo que pasa por el puesto abre una puerta hacia un intercambio cultural más que a la compra o venta de algo: “Las personas te cuentan algo sobre algún artículo que ven. Muchos se acuerdan de un montón de cosas, de momentos gratificantes”.
“A lo mejor, hay vajilla que es linda, europea, pero hay otros artículos que encierran otras cosas históricamente. Eso me gusta más”, explica Graciela, y cuenta que los artículos más llamativos que tuvo exhibidos en su puesto fueron “una jarra francesa con dos picos, que es para soda y es del 1800” y un reloj de estación alemán.
Pasado mañana, para celebrar los 20 años del "La Huella", habrá shows, animaciones, música vintage y exposición de autos antiguos de la Asociación Civil de Vehículos Especiales Rosario (Acver), en Rivadavia al 2300, de 10 a 19.