Desde los inicios del proyecto educativo nacional, Rosario se destacó no solo como semillero de grandes exponentes del magisterio argentino sino también como escenario de experiencias pedagógicas inéditas e innovadoras. Una de esas prácticas que dejaron huellas en la memoria de la cuidad tuvo lugar en el espacio que ocupa el Hipódromo en el parque Independencia.
En la primera década del siglo XX este pulmón verde de la ciudad ofrecía una postal difícil de imaginar para el rosarino actual. Los jardines y paseos contrastaban con un conjunto de ranchos habitados por las familias que vivían del turf. Una gran barriada suburbana de hogares humildes que alojaban a hijos e hijas de los cuidadores y jockeys del hipódromo, y que pasaban gran parte del día en ese establecimiento.
El 1º de mayo de 1916 la Asociación Francisco Podestá, conformada por ex alumnas del Normal Nº 2, tomó la iniciativa de fundar una escuela en el paddock del Hipódromo Independencia a la que llamaron “Escuela al aire libre”, y que surgió con el objetivo de incluir a esos niños, niñas y adolescentes que en su mayoría estaban fuera del sistema educativo oficial.
El 7 de agosto de 2002, Inés Gonzáles y Elsie Laurino, docentes y egresadas del Normal 2, rescataron esta experiencia pedagógica en una nota del diario La Capital titulada: “Cuando el hipódromo fue una escuela al aire libre”. En la crónica, las docentes relataban: “Se trataba de un rincón del hipódromo al que se lo llamó escuela, aunque no tenía ninguno de los carácteres que las reglamentaciones oficiales establecen. Se ambientó bajo un conjunto de paraísos sin otro mobiliario que los bancos destinados al público en días de reunión, ni más material escolar que los pizarrones de las cotizaciones”.
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Asistían niños de todas las edades, en su mayoría hijos e hijas de los cuidadores y jockeys del hipódromo. Colección Museo de la Ciudad Wladimir Mikielievich.
Quienes ejercieron la tarea de educar en ese espacio eran las recién egresadas del Normal 2, maestras que no tenían empleo público y que solidariamente colaboraron aportando con elementos para la higiene, la enseñanza y el alimento en favor de aquellos niños, niñas y adolescentes que se acercaban a aprender. Los preceptos higienistas del normalismo de la época estaban presentes en cada jornada. La nota describía: “Las clases empezaban junto a la canilla de agua corriente, la maquinita de cortar pelo pasaba de una cabeza a la otra, después el jabón y el agua adicionada con unos gramos de bicloruro de mercurio daban cuenta de parásitos y mugres”. Y continuaba: “Frente al pizarrón de las cotizaciones una maestra enseñaba a leer, otra iniciaba a un grupo en aritmética haciéndolos contar cosas que abundaban en el paraje. (...) Alguien se ocupaba del alimento. El café con leche era bebida de todos los días, otro se preparaba una modesta sopa, o cuando se podía un sabrosísimo guiso. No se rechazaba a nadie. Asistía el niño de 14 y el de 5, y hasta el hermanito de un año que no tenía con quien quedarse en la casa”.
Aquella escuela que nació al aire libre en 1916 bajo la iniciativa de la Asociación Francisco Podestá —luego denominada Ana María Benito—, fue una experiencia inédita en la ciudad por su flexibilidad y capacidad de adaptación respecto de los cursos, horarios y recursos. Pero sobre todo fue una iniciativa solidaria fundada en los valores de la inclusión y el trabajo colectivo.
Funcionó durante 14 años a pesar se sus limitaciones materiales, hasta que en 1931 se convirtió en la Escuela Nº 94 integrada al sistema educativo oficial.
En la década del 60, bajo el impulso del inmigrante libanés José Cura, se construyó un barrio por la zona y los vecinos y maestros informaron sobre la necesidad de contar con una escuela primaria. En agradecimiento al trato recibido por el pueblo argentino, Cura donó un terreno en acuerdo con el Club Provincial para la construcción de esa escuela necesaria. En la intersección de las calles Jorge Cura y Santiago se construyó el edificio para la Escuela Nº 94, a la que se llamó República del Líbano, inaugurada el 24 de mayo de 1962. Una Institución educativa que hoy convoca a cientos de niños y niñas y que anida en sus genes a aquella experiencia educativa que hizo historia bajo la sombra de los paraísos del Parque Independencia.