El escritor Julio Cortázar dijo en Madrid en 1981: “Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad”. Ese pensamiento es una base de sustentación ideal para compartir el afán de recuperar el valor de los términos. Y desde hoy Rosario como sociedad tiene el desafío comunitario de revitalizar la palabra “clásico”, de empezar a devolverle la esencia que alguna vez tuvo, aquella que se fue desvaneciendo por la pérdida del sentido común en manos de la violencia.
Sí, hoy es el día para volver a empezar a edificar un clásico que merezca ser vivido como la propia palabra lo indica, porque clásico define al momento de mayor plenitud de una cultura o civilización, y es allí donde el reto rosarino es demostrarse a sí mismo y también al mundo lo que significa el fútbol sustentado en dos sentimientos diferentes, pero con un origen común y que paradójicamente coinciden en intensidad.
Después de tres años sin este encuentro tradicional por razones deportivas, el destino vuelve a darle un guiño a la esperanza para nutrir una exposición de pertenencia de alta gama, de una forma de sentir y expresar que moviliza la emoción de hasta el más indiferente. A la vez que constituye una nueva posibilidad para aprender a convivir con los avatares de un juego.
También clásico es aquello digno de imitar de un arte, de una ciencia y también del deporte.