Uno de los fundamentos más fuertes del arte es la vincularidad. No tantos libros piensan a los artistas visuales a la luz de sus relaciones. Uno de ellos es Contagiosa paranoia, de Rafael Cippolini, cuyos textos forman parte de esa literatura capaz de sacar al arte de la abstracción desde la que ha operado ideológicamente en el siglo XX.
Cabe recordar que, por mucho tiempo, los talleres de los artistas visuales han sido invocados románticamente como espacios solitarios, abstraídos de sus contextos. Sin embargo, es en la casa y en el taller donde conviven los artistas con sus amores, con las visitas de sus colegas y amigos, con sus dispersiones, sus visiones, sus colecciones de ideas y de objetos necesarios e innecesarios.
Mele y Eduardo se casaron en 1960. Fue a partir de 2007 que comencé a visitarlos, en el marco de la incorporación del trabajo de Eduardo en la exposición inaugural de la galería Ángel Guido Art Project, que por entonces empezó a funcionar en Buenos Aires. Para cualquier amante de las imágenes, entrar a su casa fue y sigue siendo un privilegio, pues allí los artistas fueron montando intuitivamente el museo de sus vidas creativas, desbordando el espacio con obras, libros, fotos, textos escritos por ellos mismos, piedras, dedales de la colección de Mele y otros objetos que dan cuenta, sin dudas, de la lógica específica de una modernidad aún vibrante. De unos itinerarios muy concretos y referenciales con respecto a lo que sucedió en el siglo XX en Rosario, desde la perspectiva de las artes plásticas.
Acercarse a su obra en conjunto es lícito. Y lo es porque justamente ninguno de sus trabajos fue hecho en la soledad del taller, sino más bien en la necesidad de la discusión, de los análisis exhaustivos, de los acuerdos y desacuerdos. Además, y sobre todo entre los años 60 y 70, los artistas participaron en numerosas muestras en conjunto, como la recordada Dos plásticos rosarinos en la galería Carrillo, en 1967.
En el año 2009, luego de varias entrevistas y abordajes historiográficos realizados junto con Nadia Insaurralde, el archivo de Eduardo Serón quedó desplegado en el marco de la preparación de su muestra individual en el Museo Castagnino. Pero este archivo era entonces un compendio que se completaba auspiciosamente con los relatos de Mele, haciendo imposible esa idea automatizada con la que muchos habíamos crecido de separar el arte de la vida.
La muestra antológica de Eduardo Serón en el Castagnino se inauguró el 26 de junio de 2009. Fue en ese momento que le pedimos a Mele que nos muestre sus producciones recientes, generándose un vínculo que germinó junto con el deseo de exhibir gran parte de su obra. Así fue que el 15 de junio de 2012, luego de un año de trabajo, se abrió al público su exhibición titulada Mele Bruniard. Intérprete de la xilografía, también en el Castagnino.
La obra de Eduardo cumple un papel esencial en el arte local, pero aún más si quisiéramos trazar una genealogía del arte concreto en la ciudad. En este sentido, cabe señalar que Serón fue un disidente de los postulados que Grela y Gambartes, junto con el grupo Litoral, promovieron como característicos del arte de la provincia de Santa Fe. Serón eligió la vanguardia sin tapujos, algo con lo que Grela se debatió internamente hasta sus últimos días. Por su parte, Mele se abstuvo de definirse como discípula del Juan Grela grabador, y terminó construyendo un camino propio en el mundo de las imágenes impresas, eligiendo a la xilografía como régimen.
Las obras de ambos son diferentes y eso es una obviedad, pero al mismo tiempo no lo es. Hay artistas mujeres que en la vivencia de cierto tipo de vincularidad suscriben sus imágenes al mismo estilo que el desarrollado por sus parejas o maestros, ya sea por respeto, por tradición o por admiración. Esto es algo que hoy puede leerse perfectamente como parte de los rasgos patriarcales de la cultura.
Un primer punto a señalar en la mirada de las obras de estos dos artistas en forma conjunta, anclada obviamente a un ejercicio curatorial, es la relación existente entre dos modos de experimentar el arte: la pintura y la xilografía. ¿Podría esta relación oficiar como un paradigma del arte rosarino pre y posdictatorial?
La hipótesis de esta premisa es que la pintura y la xilografía se configuraron como las principales derivas del arte local de la segunda mitad del siglo XX. Es en estos dos ámbitos de la práctica artística que muchos artistas rosarinos definieron los lineamientos de sus lenguajes, signados ya sea por preocupaciones estrictamente formales o por detonar síntomas del entorno social, autorreferencial o familiar circundante.
Un segundo punto a marcar es la tensión entre figuración y abstracción constitutiva de las fluctuaciones del arte moderno, y que en ambos casos fue asumida buscando un modus operandi muy particular. En el caso de Mele ese modo se organizó en torno a cierto tipo de referencia realista, anómala, con una dicción gráfica impulsora de una textualidad rica y única, como se puede ver en piezas como las del conjunto Álbum de familia, de los años 60, o en su serie Bestiario de los 90. Eduardo buscó interpelar directamente al lenguaje, y paradójicamente lo hizo también en el contexto de una cosmovisión realista. Esto es subrayado por él mismo cuando en 1984 declaró que “las bases del concretismo están en las ideas de una pintura que sea una realidad plástica y no una realidad representativa de otra realidad”.
Un tercer punto en el que es posible recalar a partir de esta vincularidad es la interpretación, a la que ambos entendieron como leitmotiv de su estética. Mele desde el punto de vista de la elaboración de un lenguaje basado en otros lenguajes, siendo aprendiz constante de lenguas olvidadas, originarias como la quechua, cuyos diccionarios buscó y transcribió en cuadernos. Eduardo, desde un interés profundo por hacer de los elementos que conforman el plano de la pintura un sumario cuya manipulación puede producir cambios rotundos en la percepción.
Pero en el mismo plano del imaginario de sus expresiones está la convivencia de sus archivos, de sus trabajos, el hecho de verlos colgados en las paredes de una misma casa. O sus apariciones en conjunto en las pocas inauguraciones de muestras a las que habían decidido asistir por convicción.
Mele, nacida como Nélida Elena Bruniard, falleció este año dejando un inmenso legado, que sigue poniendo en evidencia la importancia de esta vincularidad forjada junto con su esposo, formadora de ambos procesos de producción artística. Es este un tipo de afinidad afectiva que hace que hoy en día sea imposible leer al arte más allá de la vida, es decir exceptuando el entramado que cada imagen teje dentro de una misma casa, dialogando entre los distintos cuartos, evocando al pasado y remitiendo al presente desde la futuridad. Eso es el arte, y es lo que lo hace de una sensibilidad tan potente inscripta en las imágenes que imprime, en los grabados o en las pinturas, en los dibujos o en los textos más allá de la distinción obstinada por géneros artísticos, humanos o culturales.