Dicen que el Señor Amado Cortez tiene muy poco de amado y mucho menos de cortés. Pero de pronto recibirá correspondencia de una forma misteriosa que hará que también sea misteriosa la manera de encontrarse a sí mismo. Por allí pasa la historia de “Cartas al Señor Amado”, la obra teatral escrita y protagonizada por Darío Maruco que sube a escena este domingo, a las 20, en el Multiespacio Nicasio, de San Lorenzo 1055.
Todo sucede en el año 1929, en una pequeña localidad imaginaria llamada Pueblo de Letras. Allí vive el escritor Amado Cortez (Maruco), una persona algo hosca con el mundo exterior, que apenas tiene empatía con su sirviente leal Danilo Figueroa (Marcos Alvarez Rubio), hasta que empieza a recibir cartas de una tal Esthercita (Caro Robúl). Las funciones se repetirán los domingos 10 y 24 de julio en el mismo horario y sala, y las entradas se reservan en el WhatsApp 3416414927.
En diálogo con La Capital, el autor y director Darío Maruco reflexionó sobre los puentes de sentido que se asocian a la ficción y la realidad y sobre la potencia inclaudicable que se encuentra en la belleza de las palabras, en donde muchas veces se anida la esencia de la pulsión amorosa.
—¿Qué te inspiró como autor crear y además protagonizar una propuesta como “Cartas al Señor Amado”?
—Creo que si un psicólogo analiza lo que escribimos los autores, llegaría a la conclusión de que gran parte de las cosas que nos inspiran son aquellas que, de una u otra manera, están en nuestra esencia. Todos los personajes tienen algo de su autor. El señor Amado Cortez se parece mucho a alguien que alguna vez fui, alguien que no se decidía a amar, sentir, pensar y vivir de una manera diferente a la ya establecida, la manera en la que nos enseñaron.
—¿Y qué pasó después?
—Un día quise ser quien soy y creo que ya no corro el riesgo de pasar por lo que pasa mi personaje, el señor Amado Cortez. Todo el tiempo trato de transmitir a mis alumnos de los talleres de oratoria lo importante que es conocerse a sí mismo, ser honesto y descubrir lo maravilloso que podemos llegar a ser cuando nos animamos a ser quienes somos. Hay gente que ve pasar la vida y se va de ella sin ser felices, sólo por cumplir y obedecer directivas que nada tienen que ver con lo que uno verdaderamente es. Parafraseando a Jorge Luis Borges podríamos decir que Amado Cortez ha cometido el peor de los pecados: no ha sido feliz, y ser feliz, muchas veces, es una decisión o una falta de decisión.
—¿Desde ese lugar, por dónde pasa la historia de la obra?
—”Cartas al Señor Amado” es una historia que nos invita a reflexionar sobre lo frustrado que podemos sentirnos si no nos damos permiso para ser felices, para ser honestos con nosotros mismos en primer lugar y con los demás. Podría decir que me inspiraron mis vivencias personales y el tratar con tanta gente que desconoce sus maravillosas capacidades y posibilidades de ser felices, sólo por estar escondidos en sus miedos, inseguridades y la falta de animarse a amar y ser amado.
—¿Son las cartas un objeto del pasado o todavía la palabra escrita es una prueba irrefutable para volcar el sentimiento amoroso?
—En esta obra las cartas cobran protagonismo porque está adaptada en el año 1929, donde las redes sociales no existían y escribir cartas era una de las formas más simples y cotidianas de comunicación. Para quienes trabajamos todo el tiempo con la palabra, creo que es la más mimada en el acto comunicativo. No sé si es porque soy un romántico en peligro de extinción, pero creo que no hay nada que se le parezca tan romántico a este ritual de volcar en el papel palabras que brotan en el alma y se deslizan por la punta de los dedos hasta llegar a la hoja en blanco.
—Nada como una carta de puño y letra, ¿verdad?
—Escribir una carta de puño y letra es una demostración de afecto, de interés y de dedicación al destinatario. Cuando yo recibía cartas recuerdo que tardaba en abrirlas para que me dure más tiempo la expectativa, la ilusión que yo depositaba en esas epístolas. El señor Amado Cortez tuvo la suerte de recibir durante dos años, todos los días, una carta y una rosa blanca. Creo que no está mal rescatar del pasado aquellos gestos que nos hacen más cercanos y más artesanos de las palabras. Escribir una carta de puño y letra es dejar y entregar algo de uno. Mientras haya quienes sigan escribiendo cartas, la poesía tendrá un recerborio.