La única certeza que tenemos los humanos es la muerte. Y María lo tiene tan claro que decidió que el tránsito final hacia ese otro estado sea lo más placentero posible. Carlos Sorín sabía que tenía que nadar en aguas revueltas. No es nada sencillo hacer una película sobre la muerte e incluso abordar el tema de la eutanasia sin caer en algún golpe bajo o una situación excesivamente nostálgica. Pero Sorín, con las espalda que le otorga haber filmado películas inolvidables como “La película del rey”, “Historias mínimas” y “El perro”, entre otras tantas, tiene un pulso sensible como pocos en la Argentina. La mano del director se ve en la manera en que supo tomar un dramático caso, que está inspirado en una historia real, y darle un tratamiento tan profundo y emotivo como cargado de sentido del humor. María (logrado rol de Valeria Bertuccelli) está internada en un sanatorio y ya su médico (Mauricio Dayub, impecable) le confirmó que su vida finaliza en cuestión de días. Ella se aferra a su amor por Federico (Esteban Lamothe, simple y efectivo) y principalmente a su hijo Tomy (Julián Sorín, nieto del director). Desde la cama, mientras desfilan sus amigos y amigas de toda la vida, ella le va escribiendo algunos tips en un cuaderno a su pequeño hijo. Allí le dirá básicamente que haga lo que quiera y que sea feliz, pero en un tono divertido y libre. De la misma manera, hablará por WhatsApp con su entorno más cercano y en vez de lamentarse o llorar por su inminente partida mandará mensajes en sorna, en los que la muerte se aleja de la temida figura de la Parca para manifestarse de un modo más natural. Con más sonrisas que lágrimas, Sorín hizo lo suyo y, como siempre, redondeó una gran película.