La sociedad chilena decidió el fin de semana del 15 y 16 de mayo archivar la experiencia de los últimos 30 años, el "modelo chileno", y dar vuelta la página. Ahora, por todo lo que se lee y escucha, los planes de renovación se parecen más bien a un manual de historia económica. Chile parece haber decidido desechar el modelo que, con sus límites, propios de toda nación emergente, le proporcionó grandes avances en estas tres décadas para replantear un modelo estatista-socialista traído del pasado. Archivará un modelo que funcionaba para volver a probar otro que si algo probó es que no funciona. El convulsionado gobierno de Salvador Allende, cuando se despeja el aura emocional que envuelve ese período, deja esa lección. Admitida por los socialistas chilenos durante estos 30 años. Al menos, así era hasta ahora.
Chile sigue siendo pese a la pandemia y el sismo político que vive desde octubre de 2019, un imán para las inversiones extranjeras directas (IDE), esa especie preciada que buscan todos los gobiernos de los países emergentes. Pero hay 96 de 155 constituyentes recién electos que estudian prohibir (SIC) esas inversiones. Chile exhibe una estabilidad "macro" evidente, aunque en lo que hace a inflación no es el único hace mucho: toda Sudamérica salvo Argentina y Venezuela se han curado de la inflación crónica desde los primeros 90s. Pero se dice, y los 101 constituyentes electos de las diversas izquierdas así lo creen, que Chile crece mucho, pero que esa riqueza se distribuye muy mal, se la quedan unos pocos. Que el "modelo" es tramposo. Para salvar esto proponen una receta vieja, de mediados del siglo XX, que nunca dio resultados perdurables, salvo breves fogonazos de consumo y subas del salario real igualmente efímeras. Y a veces ni eso.
Es bueno en este punto ver algunos números: la pobreza decreció sistemáticamente en Chile en estos 30 años de democracia, y notoriamente lo hizo en los años 2000 (ver gráfico: http://www.ipsuss.cl/ipsuss/estadisticas-e-indicadores/pobreza-y-pobreza-extrema/2018-08-21/171553.html). En 2017 la pobreza había caído a 8,9%, 3,1 puntos menos que en 2015 y 5,8 puntos menos que en 2013. De ese 8,9%, 6,35% es "pobreza no extrema". Los datos son oficiales, del Ministerio de Desarrollo Social y la encuesta CASEN (Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional, 2017).
Cierto, la ralentización del crecimiento chileno en los últimos 4-5 años ha hecho caer el ritmo de baja de la pobreza y en general de mejora de todos los índices sociales. Pero este punto más bien indica que hay que apostar aún más por el "modelo chileno", que se basa en hacer crecer fuerte y sostenido el PBI, como en general hacen todos los países emergentes exitosos, de China y Tailandia a Chile y Perú. Chile creció un promedio de 4% anual entre 2000 y 2017, pero entre 2014 y 2017 bajó el ritmo a 1,7%. Para seguir bajando la pobreza debería recuperar aquél ritmo de crecimiento, pero las medidas que estudian los constituyentes van en contra de esa posibilidad.
A su vez el Indice de Gini, que mide la desigualdad, también ha bajado en Chile, según datos del Banco Mundial. No en forma espectacular, pero sí de manera sistemática. En 1990, cuando se restauró la democracia, daba 57,2, y 25 años más tarde, en 2015, había bajado a 44,4. El Gini mejora cuanto más bajo es (100 es desigualdad máxima y 0, igualdad absoluta). En otro índice clave, el PBI per cápita, Chile también mide bien, con uno de los más altos entre los emergentes. El PBI per cápita de Chile crece desde 2009, año en que cayó por la crisis internacional, y es el país con el mayor PBI per cápita de la región: registró 25.222 dólares en 2015. Argentina ese mismo año marcó 13.789 dólares. Son datos del Banco Mundial.
La estabilidad "macro" y la falta casi total de inflación, junto a un fuerte mercado doméstico de capitales, han permitido, entre otras tantas cosas, que el crédito hipotecario alcance a las clases populares. Mientras en Argentina la pauperizada clase media ya ni sueña con la casa comprada en cuotas a 30 años de plazo, en Chile lo pueden hacer tanto la clase media como la clase popular. Y cuando no se accede a créditos hay subsidios bien focalizados para los más necesitados. Cierto, los "campamentos" (villas miseria) crecieron con fuerza al menos desde 2017. Pero durante años los campamentos se redujeron y llegaron a ser un problema residual en Chile, mientras en el resto de la región crecían a ritmos alarmantes. Además, en gran medida el resurgimiento de los campamentos en Chile es producto del atractivo que ejerce el país en la región, lo que genera una fuerte inmigración, difícil de asimilar.
En otro tema clave, el de la inflación, es trágicamente claro para los argentinos el efecto devastador que tiene sobre el salario real. Una economía sin inflación distribuye mejor la riqueza por sí sola, más allá de las políticas fiscales y sociales. Lo mismo vale para el desempleo, aunque en este punto Chile aún debe la materia. En diciembre de 2019, antes de la pandemia, el desempleo era 7,3% según cifras oficiales. Un desempleo verdaderamente bajo, como tiene EEUU, es muy distributivo per se, como saben los empleadores que deben mejorar el sueldo que ofrecen para conseguir o retener empleados en un mercado laboral muy demandado.
En suma, Chile ha hecho mucho por sus clases sociales menos aventajadas en estos 20-30 años. Mucho más que sus vecinos, por cierto.
Cambiar un modelo que, con sus límites inherentes, funciona, por otro que no se conoce o sí se conoce, pero negativamente, porque es el que aplican las izquierdas y populismos desde hace un siglo con efectos opuestos a los que proclaman, no parece inteligente ni prudente. Pero esto no les importa a los 101 constituyentes de este sector, ni a los muchos chilenos que los votaron en la doble jornada del fin de semana pasado. Aunque muchos constituyentes son independientes, las dos formaciones políticas dominantes en la Asamblea serán sin dudas el Partido Comunista y el Frente Amplio. Sus recetarios económicos harían sonreír a Deng Xiao Ping.
Una de las constituyentes electas como independiente es Giovanna Grandón, conocida en las redes sociales como la "Tía PIkachu". Se hizo famosa en las marchas de 2019 porque se le ocurrió disfrazarse del personaje de Pokemon. Lo de "tía" es porque fue durante años maestra jardinera y en Chile las apodan así. Desde hace un tiempo es autónoma: transportista escolar. Se podría creer que una trabajadora por cuenta propia estaría de acuerdo con el modelo chileno, que da amplias oportunidades a los "emprendedores". Pero no, la Tía Pikachu es una creyente fanática del Estado: “Beneficios para todos en salud, educación, pensiones, servicios, alimentos y minerales. Queremos que todo sea para el Estado y en beneficio de la gente”, enumera. Sin vueltas ni matices, la Tía Pikachu profesa una fe conmovedora y monolítica en los poderes justicieros del Estado. Tal vez debería cruzar la cordillera para pensarlo mejor.