Por Luciana Boglioli
Marina González tiene 71 años, y vino a Rosario a buscar un lugar donde vivir. Aquí encontró trabajo como portera, en la escuela N 799, donde se desempeñó durante 30 años. A los 49 sufrió un ACV y a partir de ese episodio, que la mantuvo más de un año sin poder caminar, se jubiló y se preguntó: "¿Qué voy a hacer a partir de ahora?". Y decidió poner su vida a servicio de los niños. Así nació el merendero Sagrada Familia.
Marina recibe a todos en la cochera de su humilde hogar, ubicado en Pasaje Hutchinson 4241 (Garibaldi al 3200). Al principio acudían cinco chicos a tomar la leche, después 10 y hoy, 29 años después, son más de 80 los que reciben su merienda en este merendero.
Desde que comenzó, Marina puso a disposición su jubilación para sostener el merendero. "A veces me ayuda una panadería, que me da lo que sobra del día anterior", explica la mujer que fue nombrada ciudadana ilustre por el Concejo Municipal por su labor solidaria, y apunta que ese reconocimiento no le sirvió para contar con algún subsidio.
Las cosas brillantes siempre salen de repente. Así fue como el grupo de 30 voluntarios llamados "Trascendentes" se enteraron de la situación del merendero Sagrada Familia y decidieron poner manos a la obra para mejorar esa realidad. "Una de las integrantes del grupo conocía a Marina y nos contó su caso. Cuando la conocimos a ella y al lugar nos fue imposible no ayudarla", cuenta Facundo.
Los niños asisten al merendero después de la escuela, a las 17.30. Marina los espera con la mesa lista, un mate cocido con leche caliente y bizcochos, galletitas, o lo que haya ese día. "A veces la merienda es su única comida del día. Las mamás me piden lo que sobra de la merienda para darles de cenar a la noche", relata Marina.
La generosa mujer arma y desarma los tablones para servir la leche todos los días. "No me duele nada", relata con una sonrisa, y cuenta un caso del día anterior: "Una de las mamás vino caminando 20 cuadras, en medio de la tormenta, con sus 6 hijos, para venir a tomar la leche. También preparamos mamaderas, y me piden que se las llene para poder dárselas de nuevo a la noche", agrega.
"Los políticos sólo se acercan en la época de elecciones, llevan donaciones y después, cuando pierden, vuelven a llevarse las cosas", denuncia Marina con el respaldo que le dan los años de experiencia en el barrio.
"Hay gente que llega hasta la puerta del lugar y a Marina se le parte el corazón porque no tiene estructura para recibir más gente. Así que la reforma de agrandar el merendero nos pareció lo más urgente", cuenta Marcela, una de las voluntarias.
Las condiciones edilicias del merendero son precarias. Por sólo nombrar algunos ejemplos, el techo es de chapa, y el baño sólo cuenta con un escaso revoque, no tiene azulejos y la puerta carece de vidrios. Tampoco hay agua caliente. La cocina no tiene gas natural. El área de servicios es insuficiente para la cantidad de chicos que atiende, por eso es tan necesario agrandar el espacio.
El objetivo de los voluntarios es ambicioso: realizar una extensión del merendero, dos baños nuevos y una cocina completa, que pueda abastecer las necesidades de los chicos.
Qué necesitan
Los voluntarios piden ayuda de todo tipo: mano de obra, materiales de construcción o dinero para comprarlos, alimentos no perecederos, como harina, azúcar, mate cocido, leche en polvo, galletitas, platos, cubiertos, tazas, vasos, ollas. Una cocina industrial, útiles escolares, juegos de mesa, ropa. Todo es bienvenido. Quienes quieran colaborar podrán comunicarse al Facebook de Marina González, o a su teléfono: 156-168939, o con Luciana (voluntaria) 156-897338.
"Ayudar nos genera gratitud, amor y mucha responsabilidad porque esta mujer está atendiendo 80 familias todos los días sin la ayuda de nadie. Y con un equipo súper responsable decidimos ayudarla. Es impresionante lo bien que se siente ayudar. Creo que si las personas lo supieran ayudarían más seguido", relata Facundo.
"No vivimos, sobrevivimos", reflexiona Marina. "Vivir es sentarte en la mesa a comer con tu familia. Caminar 15 cuadras bajo la tormenta para tomar la merienda es sobrevivir".
"La realidad del merendero es dura. Es un barrio complicado en el que hay mucha droga, muerte y familias destruidas por la droga. Marina está muy involucrada en esta lucha sola, pero ya no está más sola", relata Facundo.
"Cada vez que voy veo entrega absoluta de Marina y de toda la gente que ayuda. A pesar de su situación, a los chicos se los nota contenidos. Dos veces por semana van las maestras de la Fundación Sí y se generan momentos de juego y aprendizaje", relata Marcela.
Y ambos dejan un sabor dulce, una energía tan poderosa que todo lo puede. El aprendizaje es claro: "Enfocarse en las cosas que realmente importan. Cuando ves los chicos con las necesidades que tienen y ves a Marina orgullosa de todo lo que tiene, quizás para otro puede no ser nada, pero para ella lo es todo. Sólo piden salud para darle de comer a los chicos", destaca Marcela.
"Había días que no tenía nada, ni siquiera para la garrafa de gas. Pero siempre me ayudaron, mi nieta me hizo un Facebook y un Instagram", cuenta la responsable del lugar. ¿El sueño de Marina? Que no haya más merenderos, que los chicos puedan estar en su casa comiendo con su familia. "Doy lo que me dan. Estoy orgullosa de hacer lo que hago. Soy a cara lavada, sin maquillaje y con mis canas. Cada noche apoyo la cabeza en la almohada y me duermo hasta el otro día porque mi cabeza está en paz", expresa Marina. Las palabras sobran. Cuando el corazón está repleto de amor, el espíritu rebalsa de sueños.