El viernes cumplió 105 años, se lo festejarán dentro de unos días y ella invitó a Maxi Rodríguez porque es leprosa, su fan y porque una ocasión así amerita el convite. Maneja el microondas, va y viene por la casa, cuando la familia sale cocina un churrasquito a su gusto y hasta hace cinco años vivió sola. Tati Ramírez(es tan coqueta que como su nombre no le convence prefiere que la conozcan por su apodo) nació en 1912 y dice que el secreto está en ser paciente, respetuosa y sobria. Habrá que creerle, porque está impecable como el gigantesco ramo de flores que le envió Prefectura, por ser la más longeva de su obra social.
"Ella podría patentar la paciencia, en estos tiempos vertiginosos donde lo acelerado nos tiene a mal traer", había escrito su sobrina nieta Silvia Aiello en una carta de lectores de La Capital, cuando cumplió 100. Es que Tati creció cuando los cambios eran lentos y la soledad pesaba en el arisco campo correntino, donde lo único fértil era su imaginación, con sus juguetes de palitos y pezuñas.
Quizás la prudencia que tanto valora sea la impronta del prejuicio social que selló sus labios al guaraní que hablaba su mamá Emilia, que vivió hasta los 104. O tal vez viene de aquellas sobremesas de comidas criollas, con pocas palabras y farol.
"Era otra crianza, había respeto por el mayor, que ahora no viene más ni en estuche, y por las personas extrañas, cuando la mamá estaba con visitas que no aparezcan los chicos", dice Tati y cuenta que compartió la infancia con su bisabuela Bernarda Machuca y con su abuela.
"¡Cómo ahora!", se entusiasma su familia que sigue la charla en medio de cajas de fotografías antiguas y no tanto y los juegos de los niños en el comedor. Frente a una taza de café con leche, Tati mira a su alrededor ¿evoca? sin perder jamás el hilo de la charla, más aún, ella también pregunta.
¿Qué opina de contar su cumpleaños en el diario? "No me gusta, prefiero ser humilde; pero bueno, que sea algo discreto", dice y se declara lectora cotidiana del matutino.
Menuda, con peinado de peluquería, casaca negra a la moda, lucidez implacable y cruces compinches con el resto de la familia en medio de la charla; ahí se le enciende la mirada y sonríe. Y la risa es breve, sin desentonar con su gesto y compostura de estirpe ancestral.
Cumplir 105 es mucho tiempo. Tanto como para haber visto comprar la leche en ordeñe directo o el sulky con los tarros, cuando su familia se mudó al pueblo de Esquina. O hacer sus alpargatitas en yute como actividad escolar y hasta lavar los pisos de rodilla, como supo tocarle en las casas donde trabajó.
La llegada a Rosario
La adolescencia en Esquina, donde sólo había luz en pleno centro, tenía días lentos y bailes mirados desde afuera. "Los padres eran demasiado rígidos", recuerda Tati. Allí había poco horizonte de trabajo, de modo que la opción Rosario apareció pronto, tras los pasos de su hermana mayor, Ramona.
A los 18 años vino en barco a esta ciudad y comenzó a trabajar cama adentro, también en una envasadora de duraznos que descarozaban y que recuerda en calle Italia.
Otro trabajo fue en la casa de una familia porteña "que vino a vivir a Rosario porque falleció el esposo y no podía continuar el medio que solían tener", dice satisfecha con su análisis. Y asegura no haber tenido problemas en sus trabajos por su forma de ser. "Callada, de no andar como quien dice mostrando los dientes, respetuosa, no me gusta las bromitas, me gusta la seriedad y ser buena persona. Y si se puede hacer el bien, sin mirar a quien", señala.
Hoy vive en familia y tiene un lugar de privilegio en la casa desde donde le gusta mirar el río. Está actualizada en deportes y todos los temas y a pesar de ser correntina prefiere la música del Altiplano y los valsecitos, es muy creyente y reza cada noche.
Tati vive con "Martita, su hija Silvia y sus dos nietos ,Facundo y Ambar Luisina", explica y aclara sobre la familia más amplia: "Los quiero a todos". El que mira satisfecho es Nicolás, el nieto de otra sobrina, que tiene 22 años y vive en Capital Federal desde donde viaja cada año para el 24 de marzo; y la declara su bisabuela.
El círculo cierra, Tita es de afectos fecundos. "Tengo un sobrino que hasta ahora me pide que le haga milanesas", dice. Y cuando ágil se levanta para la sesión de fotos, la pregunta era inevitable. ¿El secreto? "Comer poco, no grasas, a veces miro a las personas que comen como si fuera el último día, no, hay que dejar siempre un huequito", aconseja y cuenta que le gusta acostarse tarde y mirar la tele, pero todo sin prisa. También le gusta "conversar algo" con un licorcito en invierno después de la cena.
"No hay que apresurarse en la vida", aconseja. Al final, las noches de su infancia suenan tan distintas como cercanas. Ahora sólo resta esperar a Maxi.