“Era la prueba de amor que había que dar”, dice un armador sobre la foto fundacional del nuevo frente opositor. Tras largos meses de cortejo, esta semana radicales, socialistas, amarillos y el javkinismo escenificaron la unión de las familias políticas. Ahora viene lo más difícil: la convivencia.
“Fue más para adentro que para afuera, para decir ‘estamos todos’. Ya no hay vuelta atrás, todos estamos convencidos de que es la única alternativa que tiene cada espacio político para su supervivencia”, dice un operador de la UCR.
Los radicales salieron rápido a capitalizar la imagen de la unidad. Relegados durante años al asiento del acompañante, sienten que ahora tienen derecho a agarrar el volante. Más que llegar a destino, el aprendizaje más difícil es otro: saber cuándo y hasta dónde apretar el acelerador.
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Otros partidos se mostraron más medidos puertas afuera. Por ejemplo, el PRO y el PS, que tienen una larga lista de temas donde acercar posiciones.
Uno es el nombre del frente. El PRO imagina un Juntos por el Cambio remodelado. Para el PS hay que construir desde cero y la marca debe cobijar a todos.
El partido fundado por Mauricio Macri empuja por una nacionalización de la alianza. Se dará de hecho. Al superponerse los calendarios, también lo harán las agendas y las campañas. Los presidenciables bajarán a la provincia a apoyar a las figuras locales y los referentes provinciales tratarán de imantarse a los líderes nacionales.
El PRO quiere condicionar al PS para que no haga rancho aparte en el plano nacional. “Si no quieren apoyar a Patricia Bullrich que acompañen a Horacio Rodríguez Larreta o a Facundo Manes”, lanza un halcón. Una señal: ayer Mónica Fein, presidenta nacional del PS, se reunió con el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti. La ancha avenida del medio es un sueño eterno.
En el socialismo leen que la jugada del miércoles cumplió el objetivo. “Dimos un paso hacia adelante que cambió el tablero político santafesino. Haber actuado primero nos da ventaja, la reacción de dirigentes aislados dentro del peronismo muestra que se trató de una movida con mucho peso político”, señala un integrante de la mesa chica.
La reacción instintiva de algunos dirigentes peronistas fue meter cizaña con las diferencias históricas entre el PS y el PRO. Así lo hicieron el presidente del PJ, Ricardo Olivera, y los también diputados Leandro Busatto y Matilde Bruera.
Son las mismas divergencias que busca explotar el nuevo frente que tratan de armar Rubén Giustiniani, Carlos del Frade, el radical Fabián Palo Oliver, la corriente socialista Bases y otras expresiones de centroizquierda, que no quieren quedar aplastadas por la grieta. Apuntan a seducir a militantes y votantes desencantados con el giro del PS.
Una mayoría contundente dentro del PS respalda el acuerdo. Tanto el grupo que acompañó a Miguel Lifschitz como el cercano a Antonio Bonfatti. También los intendentes y los líderes con los pies en el territorio. Pero los que impugnan el viraje conectan con el malestar que se expande entre militantes y votantes socialistas y se amplifica en las redes sociales.
“Tuvimos plenarios, se discutió ciudad por ciudad y vamos a revalidar la alianza en un Congreso partidario. El 90 por ciento del partido no quiere ser testimonial, que es lo más cómodo, ni que nos reduzcamos a una expresión parlamentaria. Queremos ofrecer una opción superadora a Perotti. Estamos convencidos de que el instrumento tiene potencia electoral y el socialismo puede protagonizar el proceso”, sostiene un dirigente de la primera plana del partido de la rosa.
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Por primera vez en tres décadas, el PS ingresa al año electoral sin controlar al menos uno de los dos gobiernos más importantes de Santa Fe: el provincial y el de Rosario. Sin esa plataforma, ni una carta electoral imbatible bajo la manga, el 2023 presenta al socialismo un desafío de supervivencia. Afuera hace frío.
Seguir dilatando los tiempos ya no era una opción. Lo experimentó Massa en 2019. Primero migra el electorado. Después, los caciques territoriales y los cuadros intermedios. Al final, la superestructura queda sostenida por una base angosta. Cuentan que Juan Carlos Millet repetía: “El buen cacique no es el que lleva a los indios hacia donde él quiere, sino el que los lleva hacia donde ellos quieren ir”.
Fase dos
El próximo paso del nuevo frente es tender una mesa promotora que ordene el proceso.
Algunos partidos más chicos se fueron del local del PDP con la sensación de que el nuevo frente es todavía un rejunte de individualidades.
Esas fuerzas más pequeñas todavía tienen fresco el recuerdo de diciembre. En ese momento las dejaron afuera de las reuniones previas a sellar la unión. Algunas levantaron la voz en público y en privado.
“Si te hacen eso ahora y no te quejás, cuando ganemos algunos ni te atienden el teléfono”, advierten los -diría Massa- hermanos menores de la alianza.
Los arquitectos del frente piensan en una mesa que contenga a todos y a la vez sea operativa. Un difícil equilibrio para una nueva fuerza que tiene once partidos, 41 legisladores sobre 69 e intendentes y jefes comunales que gobiernan al 75 por ciento de la población santafesina. La responsabilidad principal recae sobre los hombros de los cuatro hermanos mayores: la UCR, el PS, el PRO y Creo. Por ahora, de esas casas no asoma ningún pater familias. Tampoco ninguna matriarca.
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En paralelo al complejo bordado de un programa de gobierno se irán tejiendo las candidaturas y alianzas internas. El riesgo es que alguno tire demasiado del mantel. Tensiones típicas de las familias ensambladas.
En la alianza no quieren hablar de pacto de agresión. Tampoco nadie quiere ganar el premio al fair play.
“En las Paso va a haber una confrontación dura, es parte de la dinámica política. Cada uno tiene que mantener su perfil y vamos a ver posicionamientos, estrategias de acumulación. Pero tenemos que tener la inteligencia colectiva para no generar una distancia que sea irremontable hacia las generales. Además, tenemos que pensar que después hay que gobernar bien y hay que consolidar un proyecto de largo plazo”, analiza un dirigente que se sienta a la mesa de negociaciones.
Por ahora, no asoman conflictos que detonen la unión. “A lo sumo, pueden pasar cosas que el proceso sea más lento, pero que no cambie el resultado final. Por ejemplo, que venga Carrió y tire una bomba. Igual, a los diez días se soluciona todo”, confía un operador.
Con sus choques entre albertistas y cristinistas, el Frente de Todos es un ejemplo de que los conflictos mal tramitados pueden desatar escándalos y llevar a la coalición al divorcio. Pasa hasta en las mejores familias.