El soplo del viento es tan poco humano como yo. Siempre he debido preocuparme por las necesidades de los otros. He visitado sus alegrías y sus tormentos. Siempre he debido luchar para sentarme a su lado y aprovechar un poco del calor humano. Los amo mucho, pero no espero reciprocidad”, dijo una vez una mujer a quien todo en la vida le costó demasiado: Mary Kingsley.
Desde su nacimiento (Londres, 1862) como hija de George Kingley, médico naturalista y una cocinera criada por sus suegros, debió esforzarse por conseguir el espacio que le pertenecía. Dada su condición femenina, no le era permitida una educación clásica como a su hermano. Debió cultivarse ella misma, leyendo los libros de la biblioteca de su padre, estudiando etnología, historia natural y alemán, para acceder a los escritos de su padre. En 1880 se t rasladaron a Cambridge y hasta 1892, cuando ambos fallecieron, se hizo cargo de sus progenitores. Libre de responsabilidades, logró su sueño: descubrir Africa y concluir un libro iniciado por su padre. El continente aparecía en esos momentos como un sitio ideal para asentar colonias y lograr beneficios, aunque algo inhóspito y peligroso para una mujer sola. A ella poco le importó. Un viaje previo a las Canarias ocultó su verdadero deseo de aventuras mayores en un sitio llamado “la tumba del hombre blanco”: El Congo.
Al margen de los riesgos lógicos de naturaleza y habitantes, existían un sinnúmero de enfermedades mortales que se podían contraer. Partió en 1893 desde Liverpool en un carguero hasta la actual Angola, donde vivió entre los nativos para recabar información sobre costumbres y creencias. Fue un viaje arduo para una dama inglesa pero su fortaleza y carisma consiguieron una estrecha amistad con el capitán, con quien mantuvo innumerables charlas, aprendiendo secretos de la navegación. Se atrevió a pilotear el navío, mostrando una gran capacidad de aprendizaje. Al llegar a tierra, Mary se internó en la selva y caminó por ríos agrestes de Sierra Leona y Anglo, que pocos habían osado atravesar. Luego convivió con los Fang, de la región del Gabón, un pueblo belicoso y dominante de otras etnias, y a los que se los suponía caníbales. Mary quedó fascinada. Había conocido lo que por años su ilusión había conformado en sus lecturas: las vivencias extraídas de algunos expedicionarios (Braza, Stanley, etcétera) mient ras vivía confinada a tareas domésticas. Se quedó un tiempo en Inglaterra pero Africa la atraía demasiado y nuevamente se embarcó hacia Sierra Leona (1895).
Allí viajó en canoa por el río Ogowé hasta la región Fang, debió nadar por pantanos y sortear el acecho de los cocodrilos y otras bestias. Nada le impidió continuar. Escribiría sus peripecias en tono jocoso en su “Viajes por el Africa occidental” (1897), convertido en bestseller. Fue su más extraordinaria expedición pues debió avanzar sin cartografías donde nadie había pisado: el Congo francés. Los riesgos la apasionaban y le provocaban el empuje necesario para continuar, nadando por ciénagas o subiendo los rápidos de Camerún en una primitiva piragua, acompañada por nativos. Recolectó especies nunca vistas, (insectos, reptiles y plantas) del río Ogowé y las donó al Museo Británico. Enfrentó a gorilas y ascendió a 4.095 metros del monte Camerún. Tuvo momentos complicados pero su coraje sirvió para aportar estudios insuperables sobre sociología, religiones tribales, biología, etcétera. Al llegar a Inglaterra, se había convertido en la mayor autoridad del Siglo XIX sobre Africa occidental. Los periodistas peleaban por una entrevista y durante tres años, recorrió Inglaterra dando conferencias.
En 1897, al publicar su obra, sedujo a los lectores contando anécdotas importantes con un estilo natural, infrecuente hasta ese momento. Dentro de una época victoriana marcada por decretos y estrictos cánones de moral, Mary daba a luz una cultura distinta y para algunos, incoherente, enfrentando a contemporáneos y religiosos al alabar la poligamia y denunciar a ciertos misioneros que pretendían trastocar las costumbres indígenas. Promovió los derechos e igualdad de los negros a la par de los blancos pero sin mbargo, no comulgó con el voto femenino. Joseph Chamberlain (1836-1914), político inglés, defensor del Imperialismo en política exterior, llamó a Mary como consejera. Pero ella tenía otros conceptos y odiaba los compromisos sociales.
Lejos de eso, en la guerra Anglo-Boer ( 1893 -1902 ) (grupo de etnia de origen holandés en Sudáfrica), se anotó como enfermera voluntar ia. Mientras cuidaba a presos Boers , contrajo tifus. Murió en 1900 , en la ciudad de Simon’s Town, cercana a Ciudad del Cabo y pidió que su cadáver fuera arrojado al mar. En un tiempo en que a las mujeres se les consideraba capacidades menores, Mary Kingsley demostró inteligencia, bravura y una delicada solidaridad para alcanzar igualdad de derechos para todos los seres humanos. Se expuso a la amenaza de un continente desconocido e inseguro, con su sombrilla, y vestida como si estuviera en Inglaterra. Al fin quedó allí, en la patria que supo amar y acogerla. Katherine Hepburn personificó a Rose Sayer, un personaje inspirado en Mary en el film La Reina de Africa (1951).