“En los próximos años la situación en el río va a ser terrible”, sintetiza con dramatismo Roberto Bonetti, un instructor de kayac con vasta experiencia en Rosario. ¿Por qué? La razón principal, un crecimiento descontrolado del parque náutico, que con más de 20 mil embarcaciones es hoy por hoy el segundo del país y promete seguir aumentando. También se suman una normativa desactualizada y escaso cumplimiento de la vigente; falta de conciencia entre los conductores de embarcaciones a motor (que suelen navegar a alta velocidad, a veces con prepotencia, poca atención y cerca de la costa) y una creciente pasión por disfrutar el río que multiplica a bañistas, nadadores y deportistas náuticos de toda laya, en una convivencia cada vez más compleja. De estar “de espaldas al río”, Rosario se zambulló sin salvavidas.
El accidente que hace 10 días le costó la vida al periodista y nadador Marcelo Abram (ver aparte) dejó al desnudo los riesgos que entraña la coexistencia de tantas actividades náuticas. Una problemática que la propia intendenta Mónica Fein admitió el miércoles al referirse al “uso” del río que hacen miles de personas y la llevó a afirmar que se venía evaluando un plan para mejorar la seguridad en las playas y el agua desde el 1º de diciembre.
El Concejo también reaccionó ante la tragedia y a los pocos días el bloque del Frente para la Victoria propuso convocar en una mesa intersectorial a todas las partes involucradas en el uso del río: municipio, Prefectura (ver página 4), guarderías y clubes náuticos, concesionarios de playas y paradores de islas, guardavidas y organismos de emergencias. Todas iniciativas válidas, pero que debieron llegar antes. Tanto como la ambulancia del Sistema Integrado de Emergencia Sanitaria (Sies) que socorrió a Abram. Si bien desde el municipio aseguran que el móvil tardó 21 minutos en arribar hasta donde se encontraba herido, varios testigos hablan del doble. El polémico lapso disparó denuncias como la de Adrián Martínez, publicada en la sección Cartas de los Lectores de La Capital el 20 de noviembre donde se pregunta ¿cómo no hay una ambulancia afectada a esa zona?
En cuanto a las responsabilidades, hay fuego cruzado. Los kayacs —un eslabón frágil en la cadena— acusan a las embarcaciones a motor de circular a mil, levantar olas, no atender a lo que pasa en el agua y hasta de chocarlos. Las lanchas apuntan que los kayacs deberían navegar de día (por eso no están obligadas a llevar luz), pero que suelen hacerlo de noche y es difícil verlos.
Ciertamente, los relatos de kayacs atropellados por lanchas se cuentan a montones. Quizás en parte se deba a que, según Bonetti, Rosario “es la ciudad con mayor cantidad de gente remando en el país”
El hecho más dramático es el que tuvo por víctima a Bruno Borsani, un joven de 24 años que murió por esa causa en el 2009 y cuya madre aún denuncia que quedó impune.
Otro es el de Gustavo Trucco: a 6 metros de la Rambla Catalunya literalmente le “pasó por arriba una lancha que zarpaba de la playa mientras el conductor miraba hacia atrás”. Se salvó sólo porque atinó a “tirarse para adelante”.
El tercer caso es el de una alumna del instructor Luis Cano —un “cultor del kayaquismo desde hace 33 años”— embestida a 50 metros de la costa de Isla Verde por un crucero cuyos tripulantes adujeron no haberla visto. A pesar de que eran no menos de diez los kayacs que navegaban juntos.
Bonetti sube la apuesta y dice que se han chocado hasta tablas de wind surf que, con velas de cuatro metros, “difícilmente pasan desapercibidas”.
“En mis cursos repito los cuatro peligros según parámetros norteamericanos: el viento, el agua, las olas y el frío, pero les agrego que, al menos acá, el peor peligro son las lanchas”. Por distracción, alta velocidad y hasta por el hecho de que “en la isla se toma mucho”.
Mariana Nina, una mujer de río hace 25 años y habitante del sector isleño, apunta en especial a los recién llegados a la actividad náutica. “Es fácil comprarse una lancha y tirarla al agua, pero el río tiene otra lógica que la ciudad y nadie lo quiere entender”, cuenta.
Como autos. “Es que en los últimos siete años la gente compró lanchas creyendo que se compraba un auto, que era lo mismo... pero el río no es la calle: acá el viento, la corriente y la lluvia no son una pavada. Y si a eso le sumás un litro de vino tras el asado...”, cuenta Sebastián Clerico, titular de una de las dos firmas habilitadas para hacer excusiones turísticas por el río.
Si alguien tiene millas náuticas es Haydée Oficialdegui, una de las dueñas del Barco Ciudad de Rosario. La mujer grafica algo de lo que ve: “Es impresionante la cantidad de kayacs y piraguas, chicos muy jovencitos que cruzan, no todos con salvavidas, pasan delante de nuestro barco (28 metros de eslora, 7 de ancho, 70 toneladas de hierro), nos miran y saludan: creen que tenemos la maniobrabilidad de una lanchita. A la noche no llevan luces, todo un problema”. Y más: “Embarcaciones chicas que pasan a velocidades espantosas: ¿con qué necesidad? Motos de agua manejadas por chicos. E imprudencia porque si el río no esta en condiciones se sale igual”.
Futuro. Para Bonetti está claro que debería haber un reordenamiento a cargo de Prefectura y otros organismos oficiales, al que incluso se sumen los clubes y guarderías náuticas. “Tenemos preocupación por lo que ya hay y por lo que se viene”, apuntó.
Comparte la idea el titular de la Cámara Náutica de Rosario, Jorge Pinilla, convencido de que “hay que ajustar muchas cosas”. Una opinión en la que casi todos los actores, gubernamentales o particulares, parecen coincidir.
Normativa obsoleta, huecos de legislación que atañen a deportes nuevos o que han tenido cambios de escala por su masividad, falta de conciencia, ignorancia o desapego hacia las reglas náuticas y un verdadero boom de apropiación del río. Demasiados ingredientes como para seguir pensando que se trata de un tema de puro placer.