En el patio trasero, una nube traviesa de nenes y nenas del jardín corretean de un lado a otro. Se trepan a las hamacas y al tobogán azul, le llevan piedritas a las seños, toman un poco de agua y vuelven a correr. La escena se repite en un loop furioso de un recreo de fin de año. Y en un costado, a la sombra de un espeso árbol de palta, una construcción pequeña hecha con fenólicos de madera, palets y techo de chapa. La casita del nivel inicial de la Escuela Marcelino Champagnat que nació como un proyecto sobre reutilización de desechos junto a chicos y chicas de la salita de tres del jardín de Villa Banana.
El calor agita fuerte en el mediodía del oeste rosarino y Sabrina Torres vigila de cerca el recreo de sus alumnos. Ella está en el turno tarde y Corina Gattarello en el de la mañana de la salita de tres, donde se gestó el proyecto de reciclado y cuidado del medioambiente. Y con la meta final de una bioconstrucción: una casita para el patio del jardín. “La idea surgió porque veíamos que en el barrio había una falta de aprovechamiento de recursos y se desechaban cosas que todavía tenían vida útil”, apunta Sabrina a La Capital.
Se echó a andar en abril de este año, en el marco de la planificación anual. Y que sea desde la sala de tres no fue azaroso: había una apuesta a trabajar con los pequeños, desde el juego y la construcción colectiva, diferentes nociones vinculadas a la reutilización de materiales. Con la intención de que algo de lo aprendido, los nenes y nenas lo lleven a sus hogares.
Tras poner en marcha el proyecto, se contactaron con una pareja de Zavalla que tiene un emprendimiento vinculado a la agroecología y que hizo su casa desde la bioconstrucción. “Nos dieron una mano enorme”, recuerda la maestra. A partir de ahí, se dieron a la tarea de reutilizar los recursos propios de la zona. Primero se pensó en el barro y los palets, para retrabajarlos junto a chicos y sus familias. Pero en una barriada de familias trabajadoras —sobre todo albañiles— fue difícil coordinar horarios para que los padres se puedan sumar. No obstante, las familias se hicieron presentes en la propuesta y de hecho colaboraron con una rifa que organizaron para cubrir pequeños gastos. “A la par —recuerda Corina— veníamos acompañando este proceso con la exploración de materiales de desechos mediados con el arte. Con la obra de Antonio Berni hicimos un proyecto donde trabajamos collage con papeles y residuos. Y ahí los chicos exploraron muchísimo”.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
Por el río Paraná
Termina el recreo y la seño Corina conduce a los chicos a la salita. Ayrton y Liam toman la delantera. Detrás los siguen Zaira, Denise y Ambar. Un grupito se sienta en una mesita y dibuja en cartulinas de colores, el otro se acerca a una tarima de madera y con sus piernas en canastita juegan a apilar unas figuras geométricas. Hay risas y comentarios, pero todos se muestran híperconcentrados en sus tareas.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
En 2021, con sala de 5, el jardín de la Champagnat trabajó en el proyecto “Paraná, corazón del Litoral”, sobre las especies que habitan en el humedal. La charla ahora se traslada a la salita de 3 y Sabrina aprovecha para dar detalles de ese trabajó que entusiasmó a los nenes y nenas de la Champa. “Hasta trajimos una pelopincho chica, la armamos en esa esquina y estuvo ahí por unos dos meses”, cuenta. Y ante la mirada de asombro, la profe saca su celular y escrolea en la carpeta de imágenes hasta encontrar las fotos de aquellas jornadas: en una aparecen los chicos tirados de panza en la salita dibujando a los peces del Paraná, en otras pintando con témperas las olas del río, y en otras “pescando” con mojarreros de caña en la pelopincho tuneada con ramas, juncos y papel madera unos surubíes, bogas y dorados sublimados sobre placas radiográficas. Para lograr el marrón del río usaron arena que cubría todo el fondo de la pileta y hasta pusieron un hornero en un costado para ambientar el rincón. Cuando la creatividad se abre juego en las aulas todo es posible.
“Siguiendo con esa línea que tiene que ver con el medioambiente, con el cuidado del planeta, pudimos dar una continuidad con este proyecto de la casita”, apunta Sabrina. A la sala de 3 del colegio de la congregación marista asisten 36 chicos, divididos en turnos mañana y tarde.
De a poco, con donaciones de familias, empresas y otros particulares, fueron consiguiendo los elementos necesarios para montar la casita en el patio. Las maderas para las paredes, las chapas para el techo, los palets para la base. Todo se puso en común en una jornada junto a profes de especialidades. Ahí comenzó a levantarse la estructura. “Si bien cambiamos la idea original, la base es la misma: transmitir el mensaje de que las cosas no terminan, que hay una segunda oportunidad y que se pueden reutilizar”, reflexiona la maestra. Si bien los chicos y chicas desde noviembre ya hacen uso de la casita, la idea es hacer una inauguración formal del espacio, que ya quedó para principios del año que viene. Los nenes y nenas —dicen las profes— ya están enloquecidos por usarla. Un pizarrón verde completamente garabateado con tizas da cuenta de ese disfrute.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
Las docentes destacan que la escuela trabaja con el método de Reggio Emilia, donde la intención —explican— es poder armar diferentes espacios donde no es necesario que todos los chicos estén haciendo lo mismo en simultáneo: “Por eso la idea es que la casa pueda tener una funcionalidad en relación a lo que uno esté trabajando y tenerla montada para lo que se quiera usar, que las propuestas sean diferentes y abiertas”.
El rebote de este trabajo vinculado al reciclaje ya se hace sentir y las maestras dicen que de a poco van a atesorando anécdotas y aprendizajes de este tipo de propuestas que involucran a los chicos y sus familias. Como esa madre que empezó a incorporar en su hogar botellas ecológicas para guardar desechos secos y limpios y hacer así ecoladrillos, ese nene que estaba fascinado porque su papá se acercó un día al jardín para ayudar a hacer un pozo, o esa nena contenta porque su familia fue una de las que ayudó a desarmar los fenólicos. “Por eso la idea es que las familias sean parte del proyecto”, apuntan las docentes.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
Inserción en el barrio
Ana Landriel es la directora del nivel inicial de la Champagnat y destaca el trabajo en equipo para la concreción de este y otros proyectos similares que se desarrollan en la institución de Rueda al 4500. “Todos dieron una mano”, reflexiona. El vínculo de la escuela con el barrio —en su mayoría familias que habitan en Villa Banana— es para la directora un aspecto clave de toda iniciativa. “Este siempre fue un lugar de referencia, donde los padres incluso venían a que le des una mano para hacer el currículum o a preguntar alguna cuestión que tenga que ver con la vacunación”. La escuela tiene desde sala de tres hasta quinto del secundario, lo que permite garantizar la escolaridad obligatoria.
“Acá hay una identidad muy grande con la escuela y eso —dice la directora— también hay que decirlo. Tenemos chicos que ingresan de pequeños y terminan la secundaria. Y el hecho de que acá se trabaje en familia y en equipo permite que las cosas funcionen. Eso hace que a veces no hace falta pedir una ayuda, porque para las familias el simple hecho de estar ya las hace parte y colaboran de manera activa. Eso es fundamental, porque al margen de las donaciones que uno pueda tener, si no hay predisposición o no tenés un acompañamiento del otro es muy difícil lograr los objetivos”. Y como dice Sabrina, también tener la suficiente versatilidad y flexibilidad para poder adaptar cuando por imperio de la realidad los proyectos deben reformularse. Saber no bajar los brazos y buscar otros caminos para llegar. En este proceso de mutaciones, Landriel dice que la clave es que se trata de una escuela que no es rígida y que busca innovar: “Yo a las chicas —por las docentes— les digo «hagan, vamos para adelante». Porque si vos te quedas con la escuela tradicional hay cosas que no podríamos hacer y sabemos que esa escuela ya no sirve, ni para los pibes ni para las maestras”