"El cliente siempre tiene razón", repite Agustín Mothe y se ríe cuando se le pregunta qué les dice a las clientas y a los clientes cuando le piden una pilcha que sabe que no les quedará bien. Quien se presta a la broma es uno de los vendedores del negocio de ropa informal Laundry, de Mitre y Córdoba, un joven de 35 años a quien a los 18 le diagnosticaron dos tumores cerebrales. Por mucho tiempo su vida pasó entre cirugías, quimioteapias, rayos, tratamientos en el Instituto Fleming de a Buenos Aires y algún que otro trabajo informal: un locutorio y un depósito.
"Pero arranqué otra vez con la vida cuando empecé a laburar todos los días", dice como para dar a entender de qué se trata el sueño que alcanzó recién a los 30 años, casi como una excepción a la regla. Nada menos que ser un joven, discapacitado, y con un trabajo formal.
Aunque desde la asociación Taller Protegido de Villa Gobernador Gálvez, también suman a otros 16 jóvenes trabajadores a la lista de los que concretaron el sueño. Estas son personas con discapacidad intelectual, que ya forman parte de la planta de trabajadores de seis empresas. Pocos casos ante un claro vacío legal, ya que la ley nacional de Discapacidad (Nº22. 431) solo obliga al Estado a que ocupe al menos a un 4% de personas discapacitadas en su personal.
"Las empresas que hoy toman a trabajadores discapacitados no lo hacen por ley, no existe, lo hacen por humanidad", asegura la presidenta de Taller Protegido, Lidia Guintales.
Y así lo siente Agustín, porque así se lo hacen sentir a la vez sus compañeros quienes lo llaman "Pipi", un sobrenombre que heredó de su papá.
"Acá él es uno más: hasta te diría que es el que más voluntad le pone, menos caja hace todo: atiende al público, ordena las prendas por talles la guarda: lo que hacemos todos", dice el encargado del local, Ariel Moscoloni.
Agustín o Pipi, según el lugar donde se lo encuentre, jugó al rugby, como segunda y tercera línea, con la clase 86 en Gimnasia y Esgrima de Rosario (GER), cursó el colegio secundario en el Brigadier López y comenzó a estudiar Psicología en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), hasta que un día se dio cuenta que veía mal.
"Fui a un oftalmólogo y me derivó a un neurólogo. Me hicieron una resonancia y ahí empezó otra historia de mi vida", dice antes de apuntar con precisión las fechas de las operaciones y de los tratamientos, los episodios de vómitos y mareos, los bajones anímicos, la colocación de una válvula y hasta la visita al padre Ignacio quien le aconsejó se ponga agua bendita en la cabeza.
"Todo en ese tiempo corrió por cuenta de la obra social de mi papá que es bancario", reconoce Agustín, hijo también de una maestra jardinera y hermano de dos mellizas, Estefanía y Carolina. Un grupo familiar que, dice, al igual que sus compañeros de trabajo, lo hacen sentir como uno más, sin tratos preferenciales ni de víctima.
Eso sí, Agustín reconoce que es una ventaja que su padre haya conocido al dueño de su actual trabajo.
"No es fácil hoy, para ningún joven, encontrar un trabajo en blanco por el solo hecho de mandar un currículum y para un joven discapacitado, es menos fácil aún", remarcó el joven que toca rock con la guitarra y está lleno de amigos: sus ex compañeros del equipo de rugby, Franco y Federico, dos que le quedaron del colegio.
Y también cuenta con Julia, como un amor, y esta actividad laboral que lo mantiene económica y anímicamente, según revela. Un trabajo con todas las de la ley que da estabilidad frente a situaciones inestables: aguinaldo, vacaciones, obra social. "Como antes", dijo Agustín.
Seis empresas y 16 trabajadores
Al Taller Protegido lo creó un grupo de padres hace 26 años cuando vieron que sus hijos terminaban de cursar la escuela especial y volvían a su casa a "hacer nada". Así lo relata Guintales, madre de Leonardo Carrió, un artista plástico de la Escuela Musto y trabajador de "Buena cosecha", un emprendimiento de comercialización de aceitunas y pickles y otros encurtidos.
Guintales dice que en todo este tiempo se realizaron acuerdos con distintas empresas e integrantes del Taller Protegido, algunos de los cuales no están escolarizados.
Briket fue la primera empresa que dio el puntapié inicial y sigue dando trabajo. "Desde hace años está trabajando con nosotros y siempre nos llama cuando hay una vacante", señala la presidenta de la asociación antes de aclarar que también se sumaron a lo largo del tiempo a la oferta laboral las firmas Dana (que ya cerró), Cirubon (fabrica de piezas estampadas en frío, de Alvear), Alto Impacto (firma de los cascos Vértigo) donde les seden a la asociación un espacio para realizar trabajo tercerizado, Fad (fábrica de bicicletas de Villa Gobernador Gálvez), Plasticraft (industria plástica, Villa Gobernador Gálvez) y el frigorífico Paladini.
"Nosotros hacemos capacitación con los jóvenes, buscamos las empresas donde puedan insertase y hacemos acompañamiento con los operarios y su perfil laboral: buscamos la mejor persona para la empresa y para que los jóvenes tengan los mismos derechos y obligaciones de cualquier trabajador . Hacemos todo el esfuerzo posible y vamos al compás del mercado, si las empresas cierran tenemos lógicamente menso posibilidad de fuentes de trabajo, pero por suerte hay varias empresas que abren sus puertas, de hecho estamos en tratativas de que se sume una más", dijo Guintales.
Su empuje es hacia la franja joven de los 12,6 millones de personas ocupadas, durante el cuarto trimestre de 2021, en los 31 aglomerados urbanos, según los últimos datos del mercado de trabajo difundido por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) en base a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH).
De ese caudal de trabajadores, sólo el 22,3% son jóvenes de entre 14 y 29 años, tienen trabajo. Un 9,4% son mujeres y 12,9% varones.
Más detalles pueden leerse en la nota "Los jóvenes, el eslabón más débil del mercado laboral" que acompaña los cuatro testimonios en este 1º de Mayo.