Aunque la recuperación de la actividad económica impulsó una mejora en los indicadores laborales _al punto tal que la tasa de empleo fue a fines del año pasado la más alta de las últimas décadas (43,6%)_ la participación de los jóvenes sobre el total de la población ocupada, se redujo en el cuarto trimestre de 2021 dos puntos respecto a igual período de 2020 uno de los momentos más críticos en términos de empleo, y pasó de 24,2% al 22,3%.
Las oportunidades transitan un camino aún más estrecho a medida que es más bajo el nivel educativo. Por lo cual, ser joven y tener poca instrucción es una doble vara de discriminación para conseguir un empleo. Al cuarto trimestre de 2021, estaban ocupados sólo el 2,9% de quienes tenían primario incompleto y el 11,7,% con primario completo.
Pero aún sorteando esos límites, la inserción en el mercado laboral para los jóvenes viene impregnada de dos categorías que caracterizan a la nueva clase trabajadora en la Argentina del siglo XXI: el empleo informal (asalariados sin aportes) que son un tercio de los que cobran un sueldo en el país; y el cuentapropismo, encarnado especialmente en la figura del monotributo, que está muy lejos de representar una oportunidad de emprendimiento personal y más cerca de formas encubiertas de empleo precarizado.
“La clase obrera existe, claro que sí, pero su realidad no es asimilable a la de algunas décadas atrás, ya no vive de un único ingreso y muchas veces tiene dos trabajos, los asalariados y asalariadas trabajan en promedio 37 horas y media por semana, y los trabajos informales, que representan a uno de cada tres trabajadores, son de menos horas y peor pagados”, describe un estudio del Mirador de la Actualidad del Trabajo y la Economía (Mate), que hace un repaso sobre las nuevas formas que adquirió el concepto de clase trabajadora en la Argentina.
Los economistas de Mate explican así que hay un imaginario histórico sobre la clase trabajadora que choca con la realidad diversa que la atraviesa en la actualidad y discuten sobre “ciertos estereotipos” forjados sobre el “hogar obrero”, una construcción histórica y cultural en la que “sobrevive la idea de que hay trabajadores con un único empleo, con 44 horas semanales de trabajo que alcanzan para sostener un hogar y, sobre todo, que hay una única persona que trabaja en cada uno de los hogares”.
Además destacan el crecimiento del “monotributismo” un universo muy variado, concentrado en las categorías más bajas, y que en la práctica opera muchas veces como “una relación salarial encubierta”.
El engaño del monotributo
El monotributo fue creado en julio de 1998, emulando figuras similares en otros países, sobre todo de América latina. Ante “la ausencia o insuficiencia regulatoria”, aclaran desde Mate, este sistema permitió a las entidades empleadoras “ocultar una relación salarial evidente”, contribuyó a “legalizar la precarización laboral” y también naturalizar “la existencia de una ciudadanía de segunda categoría con ingresos por debajo del salario mínimo, vital y móvil vigente”.
La información provista por el Sistema Integrado Previsional Argentino (Sipa) echa luz sobre esta nueva dinámica del mercado laboral. Los últimos datos del cuarto trimestre de 2021 muestran que los que mostraron mayor dinamismo en la recomposición del “trabajo registrado” fueron el monotributo y los asalariados del sector público, según consignó un informe del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (Ipypp).
“Mientras el segmento privado creció un 3,2%, los trabajadores inscriptos en el monotributo, un 7,1% y los asalariados públicos, un 4%”, indicó. De hecho, “de los poco más de medio millón de puestos de trabajo registrados creados durante el último año (514.814), 244 mil fueron agregados por estas dos últimas categorías que, sumadas al avance del monotributo social en los últimos meses del año, totalizan 330.951: el 64,3% del crecimiento de las ocupaciones registradas”, agregó el relevamiento.
El informe de Mate detalla que el ritmo de crecimiento de las personas inscriptas en el monotributo supera el del aumento de la población total, de la población económicamente activa (PEA), y de la ocupación de trabajadoras y trabajadores registrados del sector privado. A fin de 1998 había 642 mil personas inscriptas, el 4,7% de PEA y en el primer trimestre de 2021 había casi 4 millones, el 22%.
Además, en 2021 las personas inscriptas activas en el monotributo equivalían al 64% de la fuerza de trabajo registrada en el sector privado.
Cambios estructurales
En la búsqueda de esta nueva caracterización de la clase obrera de la Argentina, desde Mate se metieron, entre otras fuentes, en la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares (Engho) realizada en 2018, una medición que permite captar cambios estructurales, con un importante nivel de detalle y alcance nacional. Para profundizar el análisis, los valores referidos a ingresos y gastos fueron actualizados según el Indice de Precios al Consumidor hasta mayo de 2021.
Con esos datos explicaron que en el mercado laboral en Argentina hay grandes diferencias de ingresos según el sector laboral.
Según la Engho, casi 75% de las personas ocupadas son asalariadas. En el momento de la encuesta eran 12,7 millones de personas y los trabajadores formales del sector privado son el grupo más importante: cuatro de cada diez, mientras que el Estado ocupa a un poco menos de la cuarta parte.
Sin embargo señalan que “los trabajadores sin registrar son una porción enorme, que se mantuvo estable entre 30% y 35% del total a lo largo de los últimos años” y fue el año 2018 en el que llegó a uno de los niveles más altos.
Casi el 90% de los trabajadores formales tiene un empleo de tiempo completo (más de 30 horas por semana) pero este valor desciende al 81% en el sector público. Sólo el 62% de los trabajadores informales trabaja todo ese tiempo. “Esto marca una primera desigualdad: tener un trabajo informal, en general, implica que además será un trabajo que no completa un mínimo de horas”, indican desde Mate.
Otro fenómeno es el del “segundo empleo”. El promedio general de los trabajadores que dedican al menos 5 horas semanales a un segundo empleo que sea fuente de ingresos es del 8%. Entre el sector público, sube al 14%.
Otra diferencia se refiere al ingreso laboral. El salario medio en el sector informal es menos de la mitad del ingreso neto de un trabajador formal, indicaron desde Mate.
Dispersión por sector y por género
En el sector privado hay una enorme dispersión de salarios por sectores. También existen diferencias por sexo. El estudio captó que las mujeres ganan menos y trabajan en promedio menos horas que los varones en todos los casos. Pero el salario por hora de las mujeres es mayor. “Este dato puede parecer sorprendente pero tiene sentido cuando se toma en cuenta, por un lado, que las mujeres trabajan en mayor proporción dentro del sector público y, por otro, su calificación, en términos de los niveles de estudio”, indican.
Las mujeres trabajadoras tienen mayor nivel educativo pero en cada una de las divisiones establecidas tienen un salario menor que el de los varones. Los “techos de cristal” limitan la ocupación de puestos de mando. Por otra parte, las mujeres a cargo de familias asumen más tareas de cuidados que los varones, pueden trabajar menos horas y, así, tienen salarios más bajos.
A diferencia de otras épocas, el mundo asalariado se divide hoy en una proporción bastante similar entre varones y mujeres.
Según la Engho, el 55% y el 45%, respectivamente. Entre las mujeres que trabajan y son asalariadas, prácticamente la mitad (48%) tienen estudios universitarios iniciados o completos, lo que contrasta con el 26% de los varones. En el nivel primario (hay casi el doble de varones que de mujeres trabajando (89% de diferencia). Esta diferencia se reduce en el caso del secundario, hasta llegar a un 69%. Y se da vuelta en el nivel terciario y universitario, con un 50% más de mujeres que de hombres. De cada 10 trabajadores asalariados con estudios de nivel superior completo o incompleto, 6 son mujeres y 4 son varones.
“Esta diferencia muestra el cambio de largo plazo en el mercado laboral; las mujeres se han incorporado hasta igualar prácticamente a los varones en número, pero hay un corte muy notable explicado por el nivel educativo”, apuntan.
La relación con las horas trabajadas es diferente. Los varones trabajan alrededor de 44 horas semanales en promedio, independientemente de su calificación. Las mujeres más calificadas trabajan, en general, más que las menos calificadas.
En términos generales, a un mayor nivel educativo corresponde una menor tasa de informalidad. Entre los trabajadores que tienen escuela primaria incompleta la informalidad alcanza a prácticamente el 70%. En el caso de quienes tienen nivel superior universitario completo es del 11%.
La formalidad del puesto de trabajo garantiza una mejor remuneración, mejores condiciones de trabajo y salubridad y una mayor estabilidad laboral. Los investigadores pusieron el ejemplo de la pandemia: “La prohibición de despidos protegió los puestos de trabajo formales pero no pudo contener el derrumbe del sector informal. En el segundo trimestre de 2020 se perdió el 2,5% de los empleos formales y el 35% de los puestos informales de la economía”.