Justo en una semana atravesada por la escasez de gasoil, Cristina pasó a nafta su máquina política con rumbo a 2023 pero sus principales engranajes aparecen desgastados.
Por Mariano D'Arrigo
Justo en una semana atravesada por la escasez de gasoil, Cristina pasó a nafta su máquina política con rumbo a 2023 pero sus principales engranajes aparecen desgastados.
Si en el primer tramo de la experiencia del Frente de Todos ella se concentró en el pasado -amenazado por las causas judiciales- y el futuro -la herencia y la sucesión de la empresa política familiar-, el desvío y posible descarrilamiento del cascoteado convoy que conduce formalmente Alberto Fernández la obligan, en su lectura, a intervenir cada vez más en el presente.
Una vez más, Cristina ratificó ante su público que sigue apostando al Estado como gran ordenador y articulador de la vida social. El problema es que escasa de dólares y trabada por el déficit fiscal la maquinaria se muestra incapaz de responder a las duras exigencias a la que la someten.
El politólogo Andrés Malamud advierte que el Estado argentino está desmantelado. “Dejó de ser un motor para ser un conjunto de tuberías que transfiere plata. No tiene capacidad regulatoria ni impulsora. Está presente, pero está quieto”, sostiene.
Una de esas tuberías la manejan los movimientos sociales, que complementan, o directamente reemplazan, al Estado en los territorios más castigados. A tono con el clima de época, y en una frecuencia similar a la de dirigentes políticos que se ubican del centro a la derecha del espectro político, la ofensiva de Cristina contra las organizaciones -uno de los pocos puntos de apoyo de Alberto Fernández- coincide con los veinte años exactos de la brutal represión en el Puente Pueyrredón en la que murieron los jóvenes militantes Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
A dos décadas de esas jornadas donde se evaporaron entre el humo de las gomas quemadas y la pólvora la fantasía de Eduardo Duhalde de permanecer en el poder, la Argentina atraviesa, otra vez, un cuadro social dramático, la multiplicación de las protestas y una autoridad política erosionada que debe exorcizar el fantasma de la ingobernabilidad.
Se cumplen veinte años de la represión en el puente Pueyrredón, en Avellaneda, donde fueron asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán
Tras el estallido de la convertibilidad, la larga crisis económica iniciada en 1998 empezó a resolverse en el segundo semestre de 2002 -megadevaluación y pesificación asimétrica mediante- pero la crisis política recién se superó tras las presidenciales 2003. Sin embargo, a diferencia de la era en que Néstor primero y Cristina después condujeron con puño de hierro el peronismo, la ahora presidenta del Senado enfrenta una situación de impotencia estratégica, el achicamiento de su base de apoyo y cuestionamientos abiertos a su liderazgo.
No es una situación nueva. En definitiva, con Cristina como jefa el peronismo ganó sólo una de las últimas cinco elecciones. Sin la unidad no se puede, y sólo con la unidad no alcanza.
Sin posibilidad de armar coaliciones novedosas -como en su momento la Concertación Plural con la UCR- y con la fórmula de juntar a un moderado con un kirchnerista ya gastada, Cristina está obligada a jugar. Al menos, para retener la provincia de Buenos Aires.
Por cálculo, falta de audacia, ambición e imaginación para crear algo distinto, o un poco de cada cosa, intendentes y gobernadores se pegan a la única que mide. La dos veces presidenta es, como dijo hace dos semanas el politólogo Pablo Touzon a este diario, víctima de su propia centralidad autoconstruida.
Al contrario de otras experiencias de la historia argentina en las que el liderazgo de la fuerza política y el liderazgo institucional están divorciados -Roca y Juárez Celman, Yrigoyen y Alvear, Perón y Cámpora- es la primera vez que quien posee los votos está dentro del gobierno. Si Cristina empuja demasiado fuerte, corre riesgo de quedar sepultada bajo los escombros.
En este marco, un Fernández que se mueve más cómodo en la arena internacional que en la atribulada escena doméstica pidió una silla para la Argentina en la mesa del BRICS y al cierre de esta edición se dirigía a la cumbre del G7 en Alemania, atravesada por la invasión de Rusia a Ucrania, la disparada de la inflación global y la escasez de alimentos y energía.
Se verá con cuánto se vuelve el presidente de lo que parece otro viaje de egresados del albertismo -al que subió como liberado a Sergio Massa, que usa la amenaza de ruptura como carta de negociación interna- pero lo que es seguro es que los movimientos del dólar en un momento del año donde amaina la entrada de divisas y una inflación que no perfora el piso del 5% ponen al gobierno en un desgastante minuto a minuto para cumplir dos objetivos de mínima, pero que nadie se anima a dar por descontados: evitar la híper y terminar el mandato en tiempo y forma.
En este contexto, Omar Perotti sostiene su juego propio. Mantiene el reclamo por la redistribución de recursos entre la Nación y las provincias, pero no se sube a la liga de gobernadores, el ariete que armó Cristina para extraer fondos a Fernández, como la federalización de los planes sociales. Una movida que, dicho sea de paso, tampoco parece garantizar per se un manejo menos discrecional de la ayuda social.
El gobernador Omar Perotti reclama fondos a Nación pero se concentra en el territorio
Enfocado en el pago chico, donde la inseguridad es la plataforma a la que se suben todos los dirigentes opositores para pegarle al peronismo, el gobernador cerró ayer el Foro de intendentes del PJ del que participaron dirigentes de todas las tribus justicialistas.
La turbulencia en las alturas del Frente de Todos sacude sobre todo a los albertistas santafesinos. Una curiosidad: en una visita a un canal porteño de noticias, Leandro Busatto, referente de La Corriente, el espacio más cercano a Fernández, destacó el rol de Cristina como “garante de la unidad” del Frente de Todos y elogió su discurso del lunes en el plenario de la CTA.
“Está muy bien que alguien con la estatura política de CFK marque lo que se está haciendo mal”, dijo el diputado provincial. Anotado en la carrera por la gobernación, sin el aval de la Casa Gris, y con la figura de Alberto como salvavidas de plomo, Busatto opta por guarecerse en el campo kirchnerista.
Más enojados, en el Movimiento Evita, blanco directo de los dardos de Cristina, advierten que mira la realidad socioeconómica “desde una perspectiva vieja, de mediados del siglo XX, que no tiene en cuenta las transformaciones del mundo del trabajo”, y que cae en generalizaciones injustas. “Es como si dijéramos que porque en su gobierno hubo casos de corrupción todo su gobierno fue corrupto”, deslizan.