Elpidio González fue el único vicepresidente rosarino de la historia del país. Pertenecía a la Unión Cívica Radical y ocupó su cargo entre 1922 y 1928 bajo el gobierno de Marcel T. de Alvear. Mientras ejerció, rechazó recibir un salario y, cuando estuvo alejado de la escena política, se opuso a cobrar la pensión vitalicia. Con 60 años, eligió recorrer las calles porteñas vendiendo sobres de anilina Colibrí para poder subsistir y murió en la más absoluta pobreza.
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El Colegio Comercial Anglo Argentino donde Elpidio González pasó sus años de alumno primario.
Al terminar sus estudios secundarios se mudó a Córdoba, después a La Plata y finalmente se radicó en Buenos Aires. Formó parte de la recientemente nacida Unión Cívica Radical, fundada en 1891 y se convirtió en gran amigo de quien sería el primer presidente elegido por voto popular en 1916, Hipólito Yrigoyen.
En 1905 tomó las armas y participó de la revolución radical que intentó derrocar al gobierno conservador. Las exigencias del partido radical eran claras: se debía terminar con aquella política para pocos, gobernada por el fraude y comandada por una pequeña elite. El levantamiento fracasó y González, junto a tantos otros, fue encarcelado.
Sin embargo, la demanda de abrir el juego electoral siguió presionando y en 1912 se sancionó la famosa Ley Sáenz Peña que estableció el voto universal, secreto y obligatorio para los varones argentinos mayores de 18 años. Ese mismo año, González ya era un personaje reconocido dentro del radicalismo y fue parte de la lista de candidatos a diputados nacionales en las históricas elecciones legislativas, las primeras bajo la ley Sáenz Peña.
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Un joven Elpidio González
Bajo el gobierno de Yrigoyen
Cuando Yrigoyen ganó las elecciones en 1916 y se convirtió en el primer presidente elegido por voto popular, convocó a González para ser Ministro de Guerra, cargo que el rosarino aceptó.
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Hipólito Yrigoyen junto a Elpidio González
Dos años después, sin embargo, se hizo cargo de la Jefatura de Policía de la Capital Federal, protagonizando una de las represiones más cruentas de la historia argentina del siglo XX.
La Semana Trágica fue un levantamiento protagonizado por los obreros metalúrgicos en un contexto económico complicado por los desastrosos efectos de la Primera Guerra Mundial. Lo que empezó como una huelga en los Talleres Vasena de Buenos Aires terminó siendo un conflicto sindical generalizado que dejó 700 muertos y cerca de 4.000 heridos. Fue, junto a los violentos sucesos de la Patagonia Rebelde, una mancha indeleble dentro de la primera gestión radical.
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El vicepresidente austero
Las elecciones de 1922 encontraron a Elpidio González ocupando la candidatura a la vicepresidencia bajo la fórmula encabezada por el radical antipersonalista Marcelo T. de Alvear. El lugar era estratégico ya que la presencia del rosarino en el gobierno le servía a Yrigoyen para contrarrestar el advenimiento de las fuerzas antiyrigoyenistas.
En octubre de ese año, tras ganar las elecciones, González asumió su cargo. El sueldo de vicepresidente lo rechazó: era un honor y un deber ocupar ese lugar. El pueblo le había delegado aquella gran responsabilidad, por lo que consideró que no era ético recibir dinero por su rol.
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Mirada firme. González durante la vicepresidencia.
En 1928 terminó la presidencia de Alvear e Yrigoyen volvió a ganar las elecciones por una amplia diferencia: 863.234 votos contra los 536.908 de la oposición radical. En el breve período desde la asunción del caudillo hasta su derrocamiento en 1930, González fue ministro del Interior y ministro de Guerra.
El golpe militar que derrocó a Yrigoyen inauguró un nuevo período en la historia del país, signado por el retorno del fraude y la restricción política. González fue encarcelado tras el triunfo de los militares sublevados el 6 de septiembre de 1930, fecha en la que se inauguró la conocida Década Infame.
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A la izquierda, el presidente Marcel T. de Alvear. A su lado, González en su rol de vicepresidente.
Los años de pobreza
En 1916 González, que entonces todavía ejercía como diputado nacional, había declarado un patrimonio de 350 mil pesos fuertes. Quince años después aquella cifra se había convertido en una deuda de 65 mil pesos. Tuvo que rematar su casa porteña para saldar parte de aquel déficit y, tras salir de la cárcel de Ushuaia después del golpe de 1930, debió vender las últimas de sus pertenencias y buscar un trabajo para subsistir.
Gracias a un amigo comenzó a vender anilinas Colibrí. Día a día salía del hotel en el que vivía y, a sus 60 años, recorría las calles porteñas ofreciendo aquel producto junto a pomada para zapatos.
Muchos quisieron ayudarlo, desde el dueño de la fábrica Colibrí hasta el presidente de facto Agustín P. Justo. Sin embargo, el vicepresidente rosarino era incorruptible. Había decidido que la austeridad formaría parte de su vida a pesar de encontrarse en un contexto apremiante económicamente y nadie lo convencería de lo contrario.
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Un ya envejecido González junto a quien sería presidente de Argentina en 1963, el radical Arturo Illia.
De hecho, en 1938, bajo el gobierno de Roberto Ortiz, se promulgó una legislación que se elaboró pensando en la situación precaria que vivía Elpidio González: la pensión vitalicia para los expresidentes y vicepresidentes. Sin embargo, el rosarino no claudicó y le envió una carta al presidente dejando la constancia de su "decisión irrevocable" de no aceptar los beneficios de aquella ley.
"Al adoptar esta actitud cumplo con íntimas convicciones de mi espíritu. Jamás me puse a meditar acerca de las contingencias adversas que los acontecimientos me pudiera deparar. Confío en poder sobrellevar la vida con mi trabajo, sin acogerme a la ayuda de la República, por cuya grandeza he luchado. Y si alguna vez he recogido amarguras y sinsabores me siento reconfortado con creces por la fortuna de haberlo dado todo por la felicidad de mi patria", escribió el exvicepresidente.
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La carta dirigida al presidente Roberto Ortiz constando su rechazo a la pensión vitalicia.
Su última participación política fue en la campaña electoral de 1946 dentro del heterogéneo frente político conocido como la Unión Democrática. Tras el triunfo de Juan Domingo Perón ese mismo año, González volvió a recorrer las calles de Buenos Aires vendiendo anilinas.
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Una entrevista al expresidente publicada en la histórica revista Qué en 1947
Sus últimos meses de vida los transcurrió dentro del Hospital Italiano de la ciudad porteña. Había ingresado por un accidente y quedó allí al no tener a dónde ir. Murió el 18 de octubre de 1951. Fue velado en el comité de la UCR y enterrado en el Panteón de los Caídos en la Revolución del Parque de Artillería de 1890, en el cementerio de Recoleta, junto a Hipólito Yrigoyen.
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Mausoleo de la UCR en el cementerio de Recoleta, donde descansan los restos de González.
El testamento
En 1949, dos años antes de su muerte, González redactó su testamento frente al escribano José Antonio Basso.
“Muero en la fe de mis padres en la que he vivido. Pido ser enterrado con toda modestia como corresponde a mi carácter de católico, como hijo del seráfico padre San Francisco, a cuya tercera orden pertenezco, suplico con amor de Dios, la limosna del hábito franciscano como mortaja y la plegaria de todos mis hermanos en perdón de mis pecados y en sufragio de mi alma".
"No tengo ascendientes vivos y no he tenido descendientes de ninguna naturaleza, por lo que a mi muerte y de acuerdo a la ley nadie podrá, invocando parentesco ni consanguinidad con el otorgante, reclamar al Estado favor, emolumento, beneficios o pensión alguna".
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"Es mi última voluntad, por otra parte, que no se decreten honores ni honras oficiales de ninguna especie. No hago institución alguna de herederos, porque no tengo ningún bien de que disponer. Declaro además que toda mi vida pública ha sido siempre inspirada y regida por los principios y doctrinas de la Unión Cívica Radical, manteniéndome en todas las horas identificado con el pensamiento y la conducta del eminente republico doctor Hipólito Yrigoyen".
"Que la Unión Cívica Radical a la cual dedique todos mis fervores y desvelos de ciudadano es una, indivisible y absoluta y que cualesquiera sean las contingencias que ella soporta sobrevivirá siempre como imperativo histórico de la conciencia democrática argentina. Declaro que este es mi único testamento firme y valido, que revoco cualquier otro anterior y que dejo encomendado a mis amigos el doctor Silvio E. Bonardi, el señor Elvio Gabriel Anchieri y el señor Carlos Borzani el cumplimiento de estas disposiciones”