A los 89 años Carlos Ismael es todo un personaje en Tablada. Camisa a cuadros azul y blanca, pantalón buzo gris, zapatillas al tono y gorrita canchera azul, Carlitos -o El Mono, como lo bautizaron antaño en el Taller Metalúrgico Marietta, donde trabajó toda la vida- desafiaba el viento otoñal de fines de noviembre mientras charlaba sin prisa con Jesús Yaco, el canillita del barrio, en San Martín y Rueda.
Nacido el 9 de enero de 1936 -pero anotado el 10- en una humilde casa de Maipú al 2900, en el corazón de Tablada, Carlos Ismael, de 89 años, es hijo de la española Oliva Gayol -oriunda de Oviedo- y del verdulero sirio libanés José Ismael.
- En el Abasto te afanaban las medias sin sacarte los zapatos.
- ¿Dónde trabajaste?
- Hice de todo: a los 14 años entré a trabajar de aprendiz en la Carpintería Brachetta, en el Abasto. Después, a los 17, me fui a trabajar, también de aprendiz, a la Sastrería Raimondi, que estaba enfrente del (Motel) Amenábar. Y a los 25 entré a trabajar en los Talleres Marietta, de Alfredo Marietta, en (Ovidio) Lagos pasando Uriburu, donde trabajé más de 41 años hasta jubilarme.
- ¿Es verdad que tenés una sidra de la época en la que Perón y Evita la regalaban con un pan dulce?
- Sí, señor. La tengo guardada como un tesoro.
- ¿Conociste a Evita en Rosario?
-La vi cuando pasaba con el auto al lado de la Estación de Trenes (de San Martín y Virasoro). Habrá sido en el año 49 o 50, una vez que vino y su auto paró por Virasoro y la gente se acercaba a saludarla.
- ¿Recibiste un regalo de Evita?
-Me acuerdo de los Reyes, cuando mi mamá me llevó al Correo y Evita me regaló un autito de madera. Yo lo até al carro de mi viejo y lo traje desde el Abasto hasta mi casa, por el empedrado bola, con esas piedras grandes, y el autito no se rompió.
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Infancia en Tablada
- ¿Cómo fue tu infancia en el barrio?
- El barrio estaba lleno de baldíos donde jugábamos a la pelota todo el día. Acá, por Maipú al 2900, estaba el taller de Paván, enfrente estaban la bicicletería del Gringo y una pensión -donde había cada malandra- y después eran todos terrenos baldíos. Iba a la (Escuela) Dorrego (de San Martín y Amenábar) donde la maestra descubrió que tenía una enfermedad en una pierna y mis viejos me llevaron al (Hospital de Niños) Vilela, donde después me operaron y me la salvaron. Por eso siempre estoy agradecido a esa maestra de la Dorrego. Me acuerdo que andaba con un yeso, pero iba a jugar la pelota igual. Un día estaba atajando, me patearon y la pelota me pegó en el yeso y salvé el gol, entonces los del otro cuadro decían que no valía.
- ¿Cómo era Tablada entonces?
- Era otro mundo. Donde está (el Bar) El Lido había un bar con un ombú enorme, donde la gente pedía unas picadas bárbaras y de este lado estaba la Panadería Santa Fe. San Martín tenía un cantero en el medio, con unos bancos donde la gente se sentaba.
- ¿Cómo era la vida en el barrio?
- Era brava. Para juntar la plata para la entrada a la cancha de Central yo tenía que juntar huesos, vidrios, latas y llevarlas a un chatarrero del barrio, que te pagaba unas chirolas. Después hacíamos una joda, que era gritar "¡Con toco!" cuando alguien estaba comiendo algo y entonces tenía que convidarnos a todos. Un día venía Daniel, el Ciruja, que vivía acá al lado, con una bolsa de facturas de la Panadería Santa Fe, pero cuando uno gritó "¡Con toco!" y salimos corriendo, pero el tipo abrió la bolsa de papel y escupió todas las facturas. Ese día ninguno comió facturas.
El barrio y el fútbol
- ¿Sos hincha de Central?
-Yo era hincha de Ñubel hasta el día que un vecino, el carpintero Ignacio Rosa, me llevó a la cancha de Central y me hice hincha de Central.
- ¿El Gitano Juárez fue el mejor jugador que viste en Central?
- El Gitano Juárez era la perfección. Vos lo veías en la cancha y no te decía nada, pero cuando agarraba la pelota era un adelantado.
- ¿Cómo se vivía el fútbol en el Abasto?
- Era una cosa de locos. Cuando Central ganaba el clásico agarraban a los de Ñubel y les tiraban con cachos de banana.
-¿Cómo era la cancha vieja?
- Era muy distinta. En la punta de Cordiviola y Regatas tenía un ombú gigante, que estaba afuera de los vestuarios, que en esa época, a fines de los 50, estaban de ese lado. En la popular del río había una pared en el medio y me acuerdo que en un partido contra River hubo una avalancha tan grande que me tiró abajo. Ese día me salvé que me pasaron por encima. Nací de nuevo.
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El Gitano, Pancita y Marcelo Ismael
- ¿Lo viste jugar al Gitano Juárez?
- El Gitano fue uno de los mejores jugadores que vi en Central. Cómo sería que había un referí, Nai Foino, que en los partidos les decía a los jugadores de Central cuando pasaba al lado de ellos: “Dénsela al Gitano”.
- ¿Y a Pancita Biagioli?
- Era un defensor que tenía un elástico para saltar. Era increíble cómo saltaba por encima de todos. Era un flaquito del Abasto, que paraba en el Café Sol de Mayo.
- ¿Tu sobrino Marcelo Ismael, que tiene el Museo de River en el barrio, jugaba bien?
- Marcelo era un delantero extraordinario, que le pegaba con las dos piernas. Jugó en las inferiores de Ñubel, pero no llegó porque tuvo un problema en la vista.
- ¿Cómo hiciste para llegar entero a los 89 años?
- Nada del otro mundo. Me levanto todos los días temprano, voy a hacer los mandados a la verdulería, a la carnicería y a la panadería, vengo y cocino para mi sobrino, su esposa y el pibe porque ellos trabajan, comemos, duermo la siesta, y veo partidos por televisión, camino y charlo de fútbol y de cómo era el barrio hace 80 años.
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