Un presidente a punto de asumir y un psiquiatra muy particular se enfrentan en un duelo verbal, psicológico e hilarante, mientras juntos intentan resolver un problema que podría cambiar el rumbo de una Nación. Maxi De La Cruz y Miguel Ángel Solá interpretan respectivamente a estos dos personajes en “Mi querido presidente”, la obra dirigida por Max Otranto que llega a Rosario tras una temporada exitosa en la cartelera porteña. Se podrá ver el sábado 5 y domingo 6 de julio, a las 21, en el Teatro Broadway (San Lorenzo 1223).
En su versión original, esta comedia fue escrita por los franceses Mathieu Delaporte y Alexandre de la Patelliere (autores también de “Le prénom”, que tuvo una muy celebrada adaptación cinematográfica en 2012), quienes a su vez se basaron en la obra “El electo”, del catalán Ramón Madaula.
Aunque la premisa, incluyendo el síntoma del presidente, dan idea de algo superficial, como toda buena comedia, permite asomarse sin solemnidad en las profundidades de la condición humana.
Esta obra significó también el gran regreso de Miguel Ángel Solá a los teatros argentinos (aunque había estado de gira con “Doble o nada”, junto a su ahora ex pareja Paula Cancio), después de treinta años viviendo fuera del país. La respuesta del público, que la convirtió en una de las comedias más vistas de la cartelera porteña desde su estreno en enero, dio cuenta de un cariño y admiración intactos por el reconocido actor.
A su vez, “Mi querido presidente” permite ver a Solá, a sus 75 años, en una de sus facetas menos exploradas: la comedia. Para esto, está muy bien acompañado por De La Cruz, en una dupla tan inesperada como efectiva.
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Antes de su visita a Rosario, Miguel Ángel habló con La Capital y se refirió a la posibilidad de disfrute que le habilitó este nuevo proyecto.
¿Cómo viven el momento de salir de gira con la obra?
Es tan lindo hacerla, es tan divertida la obra. La pasamos muy bien y estamos contando una historia que no es una comedia tonta. Tiene mucho divertimento, no se sabe qué va a pasar al comienzo, la gente no entiende si es una comedia, pero en seguida se enganchan y se empiezan a reir. Así que es muy divertida, pero a la vez habla todo el tiempo sobre las elecciones de vida, no sobre la elección política aunque eso también está implicado, sino quién quiere ser uno. El psiquiatra se da cuenta de entrada qué le pasa al presidente, se lo dice, pero el otro no quiere escuchar. La obra podría terminar ahí pero duraría dos minutos (risas). Ahí comienza a desarrollar unos métodos hilarantes. Yo le pregunté a un amigo mío cuál era el estilo que utilizaba este psiquiatra, me dijo: “usa todos, podría ser proctólogo” (risas). Así que es esencialmente divertida y muy a escala humana. Yo la veo muy bonita, y es lo que han dicho los periodistas y sobre todo el público, que nos agradecen mucho. Por todo esto, estoy muy contento. Por más que una gira te llene de cambios la vida, porque tenés que acomodarte a los rigores de cada una de las presentaciones, por más que nuestra historia respecto al teatro haya cambiado mucho en los últimos treinta años en los que no estuve viviendo en el país, lo esencial está cubierto: estamos dos personas que queremos mucho lo que hacemos, nos queremos entre nosotros, nos divertimos, y todo eso trasciende.
¿Qué sentís que te permite explorar o expresar este personaje, y este registro de comedia, en este momento de tu carrera?
Hacer reír no es una cosa muy común en mí. He hecho obras de teatro muy divertidas, como “Los Mosqueteros del Rey”, o “El Diario de Adan y Eva”, que era una historia romántica que hacía llorar y reír por igual. Pero esta vez, es un género definido. Y hacer reír es muy bonito. También provocamos muchos silencios que se cortan con un bisturí. La obra es entrañable en ese sentido. Nos permite divertirnos y hacer reflexionar. Las preguntas que hace el teatro, son preguntas que se lleva cada uno consigo de acuerdo a qué le toca de lo que está viendo.
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Con Maxi formaron una dupla al menos inesperada pero que funcionó muy bien. ¿Qué sentís que pasó ahí entre los dos que generó este encuentro virtuoso?
Eso nos decía la representante de Ramón Madaula, que es el autor de la historia. Ella vino tres días a Buenos Aires a ver la obra, y la vio dos veces. Y nos decía que de todas las representaciones que se han hecho de esta obra en el mundo, esta era la que más la había sorprendido por la cantidad de risas de la gente, de las risas que le provocó a ella, y de la observación de lo que le pasaba al público. Decía que le provocó mucha admiración el estilo, el cómo elegimos contarla tanto Max Otranto, el director, como Maxi y yo. Hasta la filmó para llevarse un ejemplo. Los actores de todos los lugares tenemos la costumbre de querer hacer bien las cosas, y en eso nos emparentamos, pero a veces se logra una diferencia porque tocaste algo que quizás nadie había tocado. Si bien es verdad que tratamos de respetar mucho el texto y la puesta, tenemos la libertad de jugar como queramos. Entonces jugamos todo el tiempo y la obra cambia todos los días, va incorporando una nueva faceta, una nueva mirada. Eso es muy interesante. Lo único que no podemos hacer es pasarnos de una hora veintisiete (risas).
En esa posibilidad de jugar, hay un disfrute propio también, ¿no?
Sí, si no el teatro se seca. La repetición del teatro es lo que asusta a muchos espectadores, porque dicen que hay algo que no creen, porque han visto teatro seco. Hay formas de hacer teatro que van en contra del teatro. Y el teatro se inventó para contar noticias, fue la primera de las artes vivas. Incluso antes de que ineventáramos la palabra, quien tuviera más expresión gestual en un grupo estaba a cargo de contar que existía la vida y la muerte. Ahí nace el actor. Y eso es el teatro, jugar con el cuento.
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La respuesta del público fue contundente y se puede intuir que una parte tiene que ver con el cariño que te tiene la gente. ¿Sentís que hay algo de eso?
Claro que sí, me lo hacen llegar. Yo soy un actor a la antigua, tengo que mostrar que soy buen actor todos los días. No saqué patente de buen actor. Me encanta que me recuerden por trabajos hechos hace cincuenta, cuarenta, treinta años. A veces son cosas que yo ni recuerdo. Lo que me fascina es que tengan la vocación de decírmelo, porque me llenan de orgullo el corazón al ver que hice bien las cosas, que dentro de mi trabajo logré conmoverlos, hacerlos sentir, hacerlos llorar, hacerlos reír. Me da la sensación de que yo hice lo que tenía que hacer, y que quizás sobredimensionan lo hecho por mí. Yo creo que no me voy a olvidar más de quien me salvó de morirme ahogado en las Islas Canarias, pero que se acuerden del trabajo de un actor de esa forma, a mí me sorprende mucho.
Justamente, ¿qué te sorprende todavía del oficio después de tantos años?
Eso que te conté es una de las cosas que me sorprenden. Lo segundo es que me sorprende seguir actuando. Tengo la obligación de actuar para vivir, porque no he hecho fortuna. Pero me sorprende tener todavía estas ganas de hacer teatro, y de poder hacerlo queriendo lo que hago, queriendo a mis compañeros de trabajo de la manera que me ha surgido toda la vida. A los 75 años, creo que no es común. Y que me siga gustando trabajar, que me siga gustando subir las escaleras para subir al escenario y contar una historia. Y me sorprende seguir creyendo en el teatro como materia viva para transformar por momentos la vida de la gente. No vamos a frenar una guerra, está visto que no somos importantes en la vida de las naciones, pero sí somos importantes para la gente que sigue esperanzada con el hecho de estar vivos.