Ni el tiro del final le salió a Fernando Sabag Montiel, el hombre de 35 años que intentó matar a Cristina Fernández de Kirchner. Gatilló dos veces, pero una falla técnica, mecánica, de un arma vieja y posiblemente en desuso, posibilitó el milagro: la bala no salió, y la vicepresidenta está sana y salva. La democracia argentina quedó a un tiro fallido de una conmoción que hubiera sido irreparable.
El tiro que no salió, ejecutado por una mano con nombre y apellido, expresa el derrumbe de una estrategia política de odio contra los K. La ceguera contra Cristina produce efectos inversos.
De origen brasilero, aunque con una vida casi entera en el país (33 de sus 35 años), Montiel está siendo investigado por la jueza María Eugenia Capuchetti, quien luego de peritar el sitio donde se produjo el ataque (Juncal y Uruguay) ingresó a la casa de Fernández de Kirchner y se reunió con la vicepresidenta.
El domicilio de Montiel, en el barrio de la Paternal de la Capital Federal, fue allanado, y sus elementos más sensibles, teléfono, computadora, están bajo la lupa del juzgado. Trascendió por sus sitios en las redes sociales –hasta que fueron desactivadas rápidamente, se presume que por las mismas compañías que implementan un protocolo y bloquean las cuentas cuando hay conmoción pública alrededor de un usuario- que el matador fallido es activo agitador de los discursos de odio contra el peronismo, el kirchnerismo, y curiosamente, contra inmigrantes a los que trata de con modos xenófobos por presunta “vagancia”.
Tuvo una aparición pública en televisión en la señal de noticias Crónica TV, donde junto a una mujer que señaló luego como su novia, donde expresó el clásico decálogo discursivo de la derecha política y mediática argentina: contra “los planes sociales”, que presuntamente habría decidido voluntariamente dejar de percibir su novia (“prefiero salir a trabajar”) y que, de todos modos, no pudo precisar de qué plan se trataba. Luego Montiel, según su manifestación, intentó en dos oportunidades “ampliar” su visión política ideológica en los estudios del canal Crónica, pero no se lo permitieron.
En un posteo del 23 de agosto pasado, Montiel reconoció haber tenido peleas a golpes de puño con “peruanos” que también se dedican al mismo rubro de la clásica golosina artesanal que se vende en parques y plazas de la Argentina, con los niños como público principal.
Entre otros sitios web radicalizados que ha visitado Montiel se destacan “comunismo satánico”, “ciencias ocultas” y “coach anti psicópatas”, entre otras.
La mano matadora que fracasó en el intento, de la cual Montiel es por ahora el único jurídicamente responsable, con todo, está acompañada políticamente por un dispositivo político, mediático y judicial obsesionado con el movimiento político nacional popular más relevante de Latinoamérica, el peronismo. La mano empuñando el arma Bersa de Montiel, no emerge en soledad, no se trata de un “loco”, aun cuando las condiciones psiquiátricas del imputado deban estudiarse. Cuando Montiel “habla” y actúa, fue antes “hablado” e inducido por el espiral antidemocrático de un sector social fanatizado.
Las bombas del 16 de junio de 1955 sobre la Plaza de Mayo (350 muertos), los 30 mil desaparecidos del 76, son algunos de los antecedentes. Con todo, desde 1983 la democracia argentina tiene un activo de oro: desactivó la violencia política, aun con la mancha de los 35 muertos a manos policiales de diciembre de 2001, por los volcánicos acontecimientos callejeros de entonces.
El asesinato político ha sido desactivado en la Argentina desde 1983. La mano con el arma de Montiel, obsesionado con el kirchnerismo, puso al sistema político al borde de la supervivencia. Ahora, la sociedad, tiene la palabra.