Si no fuese voleibolista probablemente hubiese sido arquero y de Newell’s, “medio loco como el Patón Guzmán”, según cuenta. La vida y el deporte lo llevaron por distintos caminos. Y asumirá pronto uno de sus mayores sueños, el de disputar los Juegos Panamericanos de Toronto, en julio. Conseguir una medalla es difícil, no imposible. Y hay una maquinaria aceitándose para ello.
La semana pasada la selección argentina de beach volley, con Capogrosso, movió la arena de las canchas de La Florida con intensidad durante casi 10 días. Por un lado estuvo la dupla compuesta por el rosarino y Ian Mehamed, y por el otro la de Pablo Bianchi y Julián Azaad. Dos parejas con dos objetivos ineludibles. La primera, los Panamericanos; la segunda, el Mundial de Holanda.
Para Capogrosso, la clasificación que logró a Toronto junto a su compañero (fue en el circuito sudamericano) es lo que lo mantiene fuerte y con ganas de entrenar todos los días. La recta final de la preparación para la gran cita del año se está poniendo dura. Más cuando se está lejos de casa. Habitualmente la selección entrena en Mar del Plata. Sin embargo, con 20 años, el rosarino ya irá en busca del primer gran sueño.
Pero hace dos, Capogrosso ni imaginaba este presente. Jugaba al vóley indoor y hasta fue parte de los seleccionados juveniles durante cuatro años, hasta que se cansó. Se desilusionó con el ambiente, se hartó de vivir en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard) de Buenos Aires y volvió a Rosario. Largó el deporte. Al tiempo, Puerto San Martín lo llamó para jugar la A1 de la Liga Argentina (disputó las últimas dos temporadas, antes había jugado en Sonder) y después lo tentaron para integrar la selección de playa: “Fue un momento raro. Porque si bien yo había dejado de jugar porque quería vivir acá, de pronto me sale la propuesta para irme a Mar del Plata. Lo analicé, fui a probar y me gustó mucho. Sentí que tenía una gran oportunidad para sacarme la espina de lo que no pude hacer en el indoor. Estaba negado con este deporte y si bien los dos son vóley, no es lo mismo”, relata el rosarino. Y aclara los porqué: “El trato de los técnicos de la selección ya es distinto, en el indoor es mucho más estricto y sin sentido”.
La vida en el Cenard tampoco ayudó: “Me acuerdo de las concentraciones ahí, compartiendo con ocho chicos una habitación y un baño para todos, comiendo fideos sin salsa todos los días y haciendo doble y triple turno. No podíamos salir de las instalaciones porque éramos menores, entonces me sentía un preso del vóley. Si bien hay mucha gente que hace el esfuerzo de permanecer, porque le encanta y es su sueño, yo a esa edad no tenía la vida que quería llevar. Deseaba ir a la escuela, estar con mis amigos, mi novia, cosas que uno quiere vivir”, detalla.
Sin embargo, pasar del indoor a la playa no es tan sencillo como parece: “Este es mucho más difícil que el otro, mucho más mental. Es complicado pasar de un gimnasio a la playa donde el viento mueve la pelota y donde dependiendo de cómo está la arena te podés mover más o menos. Me costó, pero cuando estás acá entrenando en una playa es imposible sentirse encerrado, es imposible sentir que la cabeza te explota, como me pasaba en el indoor. En el beach, además, todo el tiempo estás en contacto con la pelota. Me pareció un reto muy lindo para mi vida”.
Gracias a una gran actuación en el circuito sudamericano la dupla Capogrosso-Mehamed clasificó a To-
ronto. La otra pareja irá al Mundial de Holanda. Serán los primeros Panamericanos de Nicolás, por lo que soñar no cuesta nada: “La medalla es posible. Si bien hoy hay cuatro equipos por encima del resto: EEUU, Brasil, Canadá y Chile, podemos dar un batacazo, ganarle a alguno de ellos, mantenernos en la serie y pelear por el podio. Cuando llegás ahí ya no cuenta el vóley, sino la cabeza. He visto a jugadores muy buenos perder contra rivales inferiores sólo por irse de partido”.
Esos Juegos son el motor de cada día. La intensidad de los entrenamientos, mucho más en la recta final de la preparación, se siente en el cuerpo, “pero levantarte sabiendo que vas a ir a Toronto es lo que te mantiene. Los Panamericanos son un sueño pero no me quiero conformar, sé que son muy difíciles pero es una oportunidad que hay que aprovechar al máximo. Después que se dé o no la medalla es otra cosa”.
Sabe, Capogrosso, que nada llega por regalo. El mérito está en la búsqueda. Por eso tampoco se olvida de sus inicios en el deporte, con todas las ilusiones depositadas en el fútbol. Era arquero y estaba en las inferiores de Newell’s. Cuenta que a los 11 años le pidieron plata para jugar y ni a él ni a su papá les cayó simpática la propuesta. Era una época oscura en el club del Parque: “Ahí decidí irme, vi cosas que no estaban buenas y caí en el vóley. Primero viendo a mi viejo jugar en Sonder, después enganchándome yo también. La etapa en la selección de indoor y ahora esto. Hoy vivo un buen momento y lo estoy disfrutando. Sentí que le puse mucho para llegar a lo que llegué, no es que sólo juego al vóley porque soy alto. Hubo una constancia, un esfuerzo y una educación que me llevaron hasta acá”.
Por todo aquello, este presente se valora. Toronto está cerca y Capogrosso, acompañado, va en camino. En el viaje no se duerme. De reojo ya está mirando los Juegos Olímpicos de Río 2016.