Queríamos tanto a Raffaella. ¿Por qué la queríamos tanto? Cuesta dar detalles, pero lo que aparece en el primer rewind es esa libertad que transmitía en cada una de sus canciones y shows. Ese desparpajo, ese flequillo carré, su manera de bailar, todo eso era un combo con el común denominador de la rebeldía. Y hablar de rebeldía en los años 70 no era pavada. Raffaella siempre iba un paso más allá y si la frenaban, recalculaba y volvía. Le pasó cuando se animó a incursionar en Hollywood, después de encandilar hasta al mismísimo Frank Sinatra, y pegó la vuelta porque “cuando terminaban de rodar, todos iban a alcoholizarse o a tomar cocaína. Esa vida no me gustaba”, consignó en una entrevista para Rolling Stone. Argentina la recibió con los brazos abiertos, llegó a filmar “Bárbara” en dupla protagónica con Jorge Martínez, hasta salió en la tevé con el Topo Gigio y, en plena popularidad, tuvo que soportar que le censuraran una letra y un título. Nada menos que la archi conocida “Para venir al sur”, cuyo título original era “Para hacer bien el amor”. El tema decía así: “Para hacer bien el amor hay que venir al sur/ para hacer bien el amor iré donde estás tú/ sin amantes, quién se puede consolar/ sin amantes, esta vida es infernal./ Para hacer bien el amor hay que venir al sur/ lo importante es que lo hagas/ con quien quieras tú/ y si te deja no lo pienses más/ buscate otro más bueno/ y vuélvete a enamorar”. Pero tras la censura argentina, quedó esta edulcorada versión, que se cantó una y mil veces en este país: “Para enamorarse bien hay que venir al sur/ para enamorarse bien iré donde estás tú/ sin amores, quién se puede consolar/ sin amores, esta vida es infernal./ Para enamorarse bien hay que venir al sur/ lo importante es que tú vayas cuando quieras tú/ Y si sufres no lo pienses más/ espera que te pase y vuélvete a enamorar”. Le quitaron la esencia del tema, nada menos. Quizá para ir encontrando la respuesta a por qué queríamos tanto a Raffaella habría que bucear aquí. Nadie se enteró del texto original y todo el mundo la cantaba y la disfrutaba, porque así y todo sabíamos que lo suyo era transgresor. Y cantara lo que cantara lo bailábamos igual, sea “cero tres cero tres cuatro cinco seis” o “explota explotame expló”, en la que todos y todas tiraban la cabeza para atrás para imitar su coreografía. Ya habían pasado otras cantantes italianas como Nina, Gigliola Cinquetti y Rita Pavone, pero ninguna entró en el corazón como la Carrá. Quizá porque Raffaella integra ese álbum de fotos de nuestra adolescencia, cuando se cantaba “fiesta, qué fantástica fantástica esta fiesta” en aquellos asaltos, como se llamaban a los bailes estudiantiles en las casas de familia, en donde generalmente las chicas llevaban la pizza y los chicos la gaseosa, en otra postal del patriarcado que asumíamos sin chistar. Raffaella sonaba en aquellos Winco en el momento en que la risa no tenía fin. Quizá allí esté la principal respuesta de por qué queríamos tanto a Raffaella.