Desde hace varios meses, la Argentina vive inmersa en un clima de bruma preelectoral que aún demorará en disiparse y llegará hasta los comicios de octubre. A tres días de las polémicas Paso, por las que los ciudadanos están compelidos a votar en la interna de un partido político sin ser afiliados, y a poco más de 60 días de las elecciones legislativas, el pensamiento crítico parece haberse estancado. Impera una suerte de frágil burbuja donde los candidatos prometen acciones incumplibles, la autocrítica es una pieza de museo y la operación política para obtener votos está a la orden del día.
Sin embargo, fuera de la Argentina existe un mundo globalizado de cuyo avance o retroceso en el desarrollo económico y social dependerán muchas de las propuestas que los candidatos formulan todos los días con alarmante liviandad. La escalada de la tensión entre Estados Unidos y Corea del Norte, países liderados –y para usar un eufemismo– por dos peligrosos impresentables, genera incertidumbre internacional.
La política de aumento gradual de la tasa de interés de referencia de la Reserva Federal de los Estados Unidos impactará probablemente en las necesidades de financiamiento externo de la Argentina para los próximos años porque debería tomar préstamos a intereses más altos.
La guerra civil en Siria ocupa la atención de las grandes potencias que no encuentran una salida a un conflicto que lleva siete años, decenas de miles de muertos –entre ellos innumerable cantidad de niños– y el éxodo de refugiados más grande desde la Segunda Guerra Mundial. La Argentina se ha comprometido ante los foros internacionales a recibir unos tres mil ciudadanos sirios.
Más cerca, en estas latitudes, la volátil situación de Venezuela, con un gobierno que reprime a la oposición y que ya ha dejado más de 120 muertos en las calles, podría reconfigurar las relaciones geopolíticas entre nuestros vecinos. Venezuela es importante en la economía global por su petróleo, que sigue exportando a Estados Unidos pese a la tensa relación entre ambos países. En algún lugar, los negocios superan la política y la ideología. "Business is business", dirían los norteamericanos para justificar esta contradicción, como tantas otras, de su política exterior.
Tras los acuerdos en materia nuclear y el levantamiento de sanciones –ahora reforzadas por Estados Unidos– la francesa Renault acaba de firmar con Irán un multimillonario compromiso para producir en suelo iraní 150 mil autos por año. Irán tiene un controvertido programa nuclear, prometió hacer volar de la Tierra a un país de la región, financia a grupos terroristas islámicos y le disputa a Arabia Saudita la hegemonía del mundo musulmán. Además, protege a varios ex funcionarios de gobierno que tienen captura internacional por el atentado a la Amia.
Algunos de estas situaciones, en un mundo complicado y plagado de incertidumbres, más las particularidades argentinas hacen que la prometida lluvia de inversiones no llegue al país. Y probablemente no venga tampoco con otro signo político en la Casa Rosada. Porque, además, la Argentina agrega su impronta de fragilidad institucional, una dirigencia política muy especial, lábil al discurso fácil, a la permeabilidad de la corrupción y al uso del Estado en beneficio sectorial. Un clásico de todos los tiempos.
Se impone en el país una mirada corta, restringida a particularidades banales, abonadas por la farándula, que impide recorrer un camino de reflexión. La economía, los dineros públicos que quedaron en manos de ex funcionarios y la vida de los famosos parece concentrar sólo la temática que debe digerir el gran público de todo el país, sobre todo en estos meses de receso del fútbol. Mientras, candidatos que surgen de la nada y otros que han cambiado de partido una y otra vez para seguir postulándose a un cargo electivo quieren convencer a la sociedad de que lo único que los anima es el bien público. Todo, dentro de una burbuja que en algún momento se resquebrajará y abrirá paso a la realidad.