“El mundo no funciona sin los trabajadores y trabajadoras”. El abogado laboralista Carlos Zamboni, asesor de la federación nacional de obreros del complejo oleaginoso, reafirma una verdad tan sencilla como escondida en el discurso de las nuevas tecnologías, la cuarta revolución industrial, la economía de plataformas y las historias rosas de emprendedores geniales que lograron fama y fortuna.
Cada primero de mayo, cuando se recuerda a los mártires de Chicago, vale la pena recordar el papel de la clase trabajadora, sus luchas y sus conquistas, en los cambios materiales de la humanidad. “Las sociedades capitalistas son conflictivas, si no hay conflictividad bien entendida en la disputa de capital-trabajo, no va a haber aumento de salario ni consumo, ni mercado interno, ni nada de eso”, subrayó Zamboni durante una entrevista con el programa radial “La banda cambiaria”.
Más allá de las elucubraciones del impacto tecnológico y de la pandemia en el mercado laboral, la realidad es que hasta ahora “el mundo no funciona sin los trabajadores y las trabajadoras”. Se para si millones de ellos “no van a las fábricas, a los hospitales, a las escuelas, si no manejan los camiones, los colectivos o los barcos que se traban en los canales y no dejan circular el comercio”. Por eso, “el daño que se produce en una huelga se sigue produciendo”.
Así lo entienden los trabajadores del complejo oleaginoso, a los que asesora, lo perciben así. El año pasado realizaron 22 días de huelga y paralizaron todos los puertos del país para conseguir un aumento acorde a las necesidades salariales que plantea el sostenimiento de una vida digna. “Sin los trabajadores ese enorme complejo no funciona, hay allí una potencialidad muy grande y lo que más llama la atención es que las conducciones de la CGT o de muchos sindicatos no estén a la altura de las circunstancias”, subrayó.
El gremio aceitero instaló en la discusión paritaria, desde el año 2004, la consigna de reclaman un salario mínimo, vital y móvil calculado a partir del estricto cumplimiento de la ley de contrato de trabajo y la Constitución nacional. “Esto es lo que necesita un trabajador para cubrir sus necesidades de vivienda, educación, salud y esparcimiento”, explicó.
Este piso salarial más que triplica el monto que se acordó en la última semana durante la reunión del Consejo del Salario, que llegará a $ 29 mil en febrero, después de transitar un largo camino de siete cuotas. “Es una vergüenza, sobre todo para los sindicatos que lo firmaron”, enfatizó el abogado, quien recordó que esa cifra no llega a la mitad del costo de la canasta de pobreza de marzo.
La lógica detrás de estos acuerdos, señaló, es la de “una suerte de resignación de que los trabajadores tienen que ser pobres y no hay otra posibilidad”. De hecho, recordó que el 80% de los trabajadores registrados no llega a ganar el salario mínimo que cubre, de acuerdo al cálculo real, las necesidades de una familia digna. Esto es unos $ 100 mil. “Aquellos que muchos señalan como los privilegiados del mundo del trabajo no llegan a esos niveles de salarios, y luego hay que sumar más de un tercio de la población de asalariados que trabajan en forma irregular y el norme porcentaje de desocupados”, describió.
Pese a que desde fines de 2015 el salario perdió 25% de su capacidad adquisitiva, la desocupación aumentó y la inflación se mostró imparable. Para Zamboni, es la oportunidad de pensar que, contra lo que se impuso como discusión dominante en Argentina, el salario no es el problema. “¿Hasta cuánto va a caer el salario qué niveles de desempleo necesitan para que los mecanismos de ajuste del mercado funcionen mágicamente?”, se preguntó. y contestó: “En Argentina ya quedó demostrado que el mercado no hace magia y que no hay fondo, este modelo de acumulación termina en mayor pobreza y desempleo”.
Si bien señaló que el cambio de gobierno generó expectativas en la clase trabajadora y reconoció que la diferencia con la administración anterior quedó en evidencia con la ayuda más urgente en la pandemia, advirtió que no es suficiente. “Pareciera que hay una definición de darle la espalda al mercado interno y al consumo de la población y solamente centrarnos en conseguir dólares y acordar con los organismos internacionales”, se quejó. A su juicio, en esta opción por un modelo exportador agroindustrial se cuela “la comodidad de mantener un número de trabajadores no registrados, una población pobre y un nivel salarial ínfimo”.
“Le preguntaría al gobierno cuál es el plan de empleo y la política de ingresos; y a los sindicatos: si van a firmar paritarias que mantienen salarios de hambre”, disparó. Consideró, en ese sentido, que hay que salir de la trampa de discutir porcentajes y cuotas. “Si el salario mínimo en lugar del 35% hubiera subido 100%, igual no alcanzaría”, ejemplificó. Allí abrió otra discusión, relacionada con la tasa de ganancia. “¿Cómo te podés sentar a discutir salario sin saber cuánto gana una empresa o una actividad?”, dijo. Y agregó: “No estamos hablando simplemente de la pyme de la esquina, si agarramos las 200 empresas que más facturan vamos a tener una realidad económica y el impacto que tienen en el empleo”.