Esta historia se escribe en plural. Porque Celeste Faini (27 años), Brian Maestro (26) y Cristián Flores (24) llegan juntos y puntuales a la nota con La Capital y porque lo que cuentan es colectivo. Desde hace dos años son las caras visibles de una prueba piloto de reciclaje de residuos que se realiza en Rosario con el objetivo de mejorar las condiciones laborales de los cartoneros. "Necesitamos que la gente nos vea como trabajadores", destacan los tres, casi al unísono, en plural.
Celeste, Cristian y Brian están sentados en el galpón de barrio Industrial que todos conocen como "La Coope", un espacio del Movimiento de Trabajadores Excluidos que durante la mañana del miércoles está muy concurrido. Es el último día para inscribirse para recibir los 18 mil pesos ofrecidos por la Ansés _como un refuerzo de ingresos para trabajadores informales, de casas particulares, monotributistas sociales y de las categorías A y B_ y muchos vecinos se acercan a solucionar los problemas que se les presentan para realizar el trámite.
En ese mismo lugar, hace dos años, se puso en marcha una prueba piloto de recolección diferenciada de residuos protagonizada por cartoneros. Cinco promotoras ambientales y diez recuperadores recorren a diario las calles de la zona noroeste de la ciudad donde los vecinos les dejan en la puerta todo lo que ya no necesitan y puede tener algún valor: cartones, papeles, envases plásticos o de vidrio, metales. Ellos retiran el contenido y devuelven las bolsas.
Según el relevamiento del Registro Nacional de Barrios Populares, en la ciudad hay unas 3 mil personas que se reconocen como "cirujas", "cartoneros" o "recicladores urbanos", según quien los nombre. En promedio cada uno recupera entre 70 y 100 kilos de residuos por día. El número refleja la importancia social de la actividad: al final de la jornada, se evita enterrar unas 300 toneladas diarias de materiales reciclables, casi un tercio de los desperdicios que, se estima, se producen en Rosario.
Oficio de familia
Ni tarea, ni changa, ni rebusque. Tanto para Celeste como para Cristian y Brian, el cartoneo es un trabajo. Lo hacían sus padres cuando ellos eran pequeños y lo siguieron ellos, siendo adolescentes muy jóvenes, y subidos a un carro con caballo. Aunque ya sin animales, continúan recorriendo las calles a diario, buscando cartón, papel, plásticos o metales. Mientras tanto, dan pelea por la formalización del oficio "para que nuestros hijos puedan estar mejor que nosotros", subrayan.
Celeste y Brian son pareja. Tienen tres niños, el menor es un bebé de 9 meses, y alternan el tiempo entre trabajo y cuidado de los chicos. Celeste sale a la mañana, de 8 a 12, y recorre unas 50 o 60 cuadras con el carro donde junta lo que fábricas, comercios o vecinos le dan o lo que ella misma encuentre en los contenedores de residuos.
Empezó a trabajar a los 16, junto a su familia. Brian pasó por varios empleos: construcción, delivery, venta de comida en la calle. En todos, afirma, trabajaba más tiempo y por menos dinero que con el cartón. Por cada kilo que saca de la calle, los intermediarios, generalmente corralones, le pagan 20 pesos.
Las industrias abonan hasta el doble por estos materiales, por eso la idea de la cooperativa es poder sumar espacio físico y maquinaria para acopiar, acondicionar los materiales y poder ofrecerlos directamente a las empresas encargadas de recuperarlos.
Unidos es mejor
Cristián es papá de un niño que la semana pasada cumplió dos años. El prefiere trabajar de noche. La oscuridad le suma más dificultad al trabajo, pero algunos cartoneros prefieren la noche: la calle está más tranquila, los vecinos no lo miran mal y la policía no molesta.
Ser parte de la cooperativa es un escalón hacia la formalización del trabajo. "Te permite juntar más material y estamos más unidos cuando salimos a la calle", dice. Además, en el galpón de barrio Industrial funciona un comedor que les garantiza llevar el almuerzo a su casa, reciben un bolsón de mercaderías y en las próximas semanas arranca la construcción de una "guardería cartonera" a donde las familias podrán dejar a sus niñas y niños pequeños cuando salen a trabajar.
Cristián no tuvo esta opción, empezó a ganar dinero de chico, a los diez años, vendiendo en la peatonal la revista "Angel de Lata", un proyecto editorial que tuvo como objetivo la generación de espacios de trabajo colectivo. A contrapelo, dice, "lo que nosotros buscamos es un trabajo digno para que nuestros hijos puedan estar en la escuela".
Es un camino que empezaron a andar con "El Manco", el cartonero que fundó la cooperativa y que falleció en mayo pasado después de contagiarse de Covid. En el galpón de calle Gabriel Carrasco al 2000 una placa recuerda su nombre, fue quien les enseño a pensarse como un colectivo de trabajadores, en plural.