Entre los relatos fundacionales de la ciudad se destaca el que la ubica como “crisol de razas, descendientes de los barcos”, probablemente porque su etapa de mayor expansión -fines del siglo XIX y principios del XX- coincide con una fuerte ola inmigratoria proveniente sobre todo de Europa. Hoy Rosario sigue siendo un destino elegido por cientos de extranjeros, en especial de países limítrofes y sudamericanos. ¿Cómo son recibidos los nuevos migrantes en una comunidad donde abundan árboles genealógicos con raíces en otras culturas y a su vez ramas que se alejan de la Argentina?
“No existe información plena sobre quienes llegan, lo que el vecino identifica son distintos tipos de migrantes por su lengua o por su tono, como los jóvenes estudiantes brasileños y los grupos de haitianos, de venezolanos”, caracteriza Rubén Chababo, coordinador del programa municipal sobre Migrantes de la Secretaría de Género y Derechos Humanos. El área articula desde hace tres años las demandas de aspirantes a residir en Rosario, amén de consulados y colectivos espontáneos que contienen a sus compatriotas en momentos iniciales.
El funcionario explica que los arribos son más por goteo que masivos, que se frenó la afluencia de jóvenes polizones africanos. Desde su perspectiva, tanto los ciudadanos bolivianos como los paraguayos están integrados a la vida cotidiana.
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Asdyoly García arribó con su marido y sus dos hijos desde Maracaibo, Venezuela.
“En general, los rosarinos acogen muy bien a los inmigrantes. Hablo continuamente con ellos y dicen sentirse bien tratados. Puede haber un caso puntual, pero no como en países europeos donde los sudamericanos son considerados sudacas y predomina una actitud de rechazo”, sostiene y analiza: “No estamos exentos de discriminación, pero comparativamente tenemos una sociedad empática, solidaria”.
Si recibir a un extranjero va más allá de facilitarle el trámite de la nacionalidad para promover además su integración, en Rosario abundan las vivencias en ese sentido. Quizás porque “en las familias hay una especie de ADN a partir de gente que vino y de otra que se fue, que se va. Tenemos mucha movilidad hacia el exterior aunque no por situaciones límite como cataclismos o hambrunas. No son pobres los que hoy vuelan a Europa a buscar un mejor destino”, dice Chababo.
Y a Rosario, ¿quiénes vienen, por qué? “Contamos con ventajas a pesar de estar golpeados en lo económico. Aquí la educación y la salud son gratuitas, si un extranjero concurre a una oficina pública no se le niega la atención”, insiste el representante del área de derechos humanos. Y apunta que en los años ‘40 Rosario dejó de recibir inmigrantes masivamente, lo que implicó cierta homogeneización, mientras que las afluencias de este siglo “enriquecen la vida social, la convivencia”.
Otra mirada
La abogada Paula Carello es presidenta y fundadora de la Fundación Migra, que protege los derechos de las personas en situación de movilidad humana, y del Instituto de Derecho Migratorio y Derecho de los Refugiados del Colegio de Abogados de Rosario. Según su experiencia, los migrantes del siglo XXI vienen en mayor medida desde la región sudamericana (Brasil, Perú, Bolivia, Paraguay, Venezuela) y luego resaltan ciudadanos de Centroamérica y Norteamérica, el Caribe (principalmente Haití y República Dominicana), y China, entre otros sitios.
Sobre los motivos del cruce de fronteras menciona los estudios y la formación profesional, trabajo, negocios, inversiones, reunificación familiar e incluso razones médicas. “La población está dispersa: algunos viven en el centro y otros en lugares periféricos. Las zonas más humildes encuentran población extranjera, migrantes internos y rosarinos por igual. Las nacionalidades tienden a agruparse, se ayudan unos a otros para conseguir vivienda”, describe Carello.
La especialista analiza que “el aporte de la población extranjera al mercado de trabajo local es importante y está frecuentemente invisibilizado desde lo económico, lo humano y cultural”. También el del colectivo científico y académico, dice, en cuanto al pago de alquileres, gastos de consumo, transporte, comunicación (internet, telefonía).
Entre los problemas más frecuentes considera el acceso a la residencia legal, a pesar de que el trámite es relativamente sencillo y personal, y a la vivienda, por las dificultades para conseguir garantías para alquilar. “Un inconveniente específico es el acceso a empleos a la altura de la formación de la persona, en muchos casos signado por la dificultad para revalidar o convalidar títulos”, precisa Carello. La escasa o nula representación a nivel sindical de trabajadores migrantes no ayuda.
Para abordar ésta y otras cuestiones, la fundación Migra presentó en 2021 un proyecto de ordenanza en el Concejo de cara a crear una Dirección de Vinculación con Inmigrantes, Emigrantes y Refugiados. La propuesta, por ahora, no ha sido aprobada. “Trabajamos para promover la regularidad migratoria porque es la base para acceder a todos los derechos. El foco son personas vulnerables, de escasos recursos económicos o simbólicos, recién llegadas o en situaciones complejas como de expulsión, privación de libertad, violencia de género o institucional, desalojo", concluye la titular de la ONG.
En primera persona: de Maracaibo a Rosario
Asdyoly García vivía en casa propia en Maracaibo, Venezuela, con su marido y sus dos hijos. La mayor ya estaba en la Facultad de Medicina en 2018, cuando la familia se inclinó por abandonar el país. Vía internet vieron que había dos buenas ofertas en ese sentido en la Argentina, la UNR y la universidad de La Plata. Se inclinaron por la Cuna de la Bandera, donde además ya vivía una amiga. Tuvieron que empezar de cero, pero hoy la pareja tiene trabajo en blanco; los hijos (de nueve y 22 años) son alumnos en el sistema público de enseñanza “y están felices”.
Asdyoly es un nombre combinado que surge a su vez de cómo se llaman sus padres: Asdrúbal y Yoleida. “Es algo común en Venezuela”, explica con inconfundible acento esta licenciada en química de 43 años que dejó su puesto en un laboratorio. “Con mi marido habíamos montado una empresa de gestoría, no teníamos problemas económicos, éramos de clase media. Pero el país se cayó por una sumatoria de factores, desde el sistema eléctrico a la inseguridad todo se complicó”, recuerda quien todavía no pudo regresar a su tierra y admite que siente desarraigo. “Acá recién nos estamos organizando porque está difícil la economía. Es un reto tener vivienda propia, alquilamos. De todas maneras me encanta Rosario, no me puedo quejar”, subraya con afabilidad y entre las cosas que le agradan menciona los espacios verdes.
Actualmente trabaja en una empresa mayorista en el área de facturación y su esposo en un frigorífico, algo distinto a lo que hacían en Venezuela. Allá quedaron su abuela, su mascota, sus amigos, una gran familia. Sí se le sumaron su mamá y una hermana. “En Rosario hay muchos sitios dónde ir, opciones. En mi ciudad no había tanta naturaleza, solo edificios. Y mucha violencia, al punto de que se complicaba caminar con niños en un parque”, remata. Por suerte, ahora, está a pocas cuadras del parque Independencia.