Hace diez años, la familia de Alba Franco abrió las puertas de su cocina en el barrio La Tablita de Villa Gobernador Gálvez para asistir a quienes lo necesitaran. Las urgencias fueron creciendo y día a día pasan por el merendero más de 300 chicos, en el marco de la asociación civil Ojitos Felices, que cuenta con un particular método de solidaridad: sumatoria de esfuerzos individuales. Hoy se encuentran ante la difícil tarea de sostener la copa de leche y lanzaron una campaña de suscriptores.
Las primeras acciones fueron platos de más que elaboraba la familia para los vecinos del barrio, ubicado en el extremo sudoeste de Villa Gobernador Gálvez. El boca en boca fue escalando y cada vez se acercaban más chicos y familias. Por eso armaron una cocina con comedor, techaron y refaccionaron el lugar, y equiparon cada rincón a la espera de recibir las sonrisas de los más pequeños.
Los primeros años fueron duros y aunque nunca detuvieron la marcha, entre los voluntarios siempre se pensaba cómo mejorar el funcionamiento del merendero y fue así como nació la sumatoria de esfuerzos individuales. Se trata de cinco campañas al año: una para armar la mochila para el inicio escolar, una para sumar abrigos y ropa de invierno, otra de zapatillas y las pensadas exclusivamente en el Día de la Niñez y las fiestas de fin de año.
La particularidad de estas campañas es que unen a un integrante del merendero, con nombre, apellido, edad y una breve descripción, con cada persona que desea ayudar. Así cada uno que aporta su granito de arena puede identificar a quién le llegará su solidaridad. Ojitos Felices se encarga de recolectar cada donación, que luego son entregadas a los padres del merendero para que estos se las entreguen a sus hijos, reforzando el valor simbólico de la familia.
Ahora, la asociación civil salió en búsqueda de suscriptores para poder asistir a los más de 300 chicos que llegan a La Tablita, con la esperanza de alcanzar a el millar de pequeños que son contenidos por otros comedores del barrio.
María Angélica Maccagno contó a La Capital el objetivo de esta nueva apuesta solidaria: “Damos comida tres veces por semana y la idea es no estar dependiendo de las grandes donaciones de los privados, para ganar previsibilidad. Es la primera vez que lanzamos algo así en diez años. Te podés anotar con 5 mil o 10 mil pesos por mes, también puede ser el monto que vos quieras. Necesitamos juntar 3 millones de pesos en suscripciones para Ojitos Felices”. En una semana, el grupo pudo conseguir abonados por el 30% del objetivo.
Ojitos Felices existe hace diez años, constituida como asociación civil desde sus comienzos y con un trabajo documentado en las redes sociales. Maccagno destacó estos tres pilares porque aseguró que la gente que ayuda puede corroborar cómo es el proceso de solidaridad e instó a la comunidad a conocer a la ONG: “Si no podés donar ahora, será un poco más adelante, cuando uno pueda. Nosotros vamos a estar en el barrio”.
Un arduo trabajo en el merendero
Los voluntarios se cuelgan el delantal y comienzan con el fuego y los preparativos para la merienda. Poco a poco se acercan los chicos. El olor de la cocina va generando sonrisas y la compleja realidad queda en las puertas de Ojitos Felices. Una simple galletita cambia el ánimo de una pequeña, una pelota comienza a rodar y con ellos los sueños de los niños. Cada uno que pasa por el salón de la ONG se va con la expectativa de que la próxima vez sean más galletitas, más goles y menos complejidades.
“¿Por qué Papá Noel no pasa por el barrio?”, fue la pregunta que retumbó en María Angélica de parte de su hija. La descripción tan gráfica y cruda deja en evidencia las dificultades en los barrios vulnerables de las grandes ciudades. “Ahí a Papá Noel le cuesta llegar”, respondió la integrante de Ojitos Felices y años más tarde agregó: “Como cuesta que llegue el agua o la luz, entonces hay que ayudar. Allí es todo más difícil”.
La familia Franco, con las hijas de Alba a la cabeza, siguen conduciendo Ojitos Felices con decenas de voluntarios. En una década de trabajo confeccionaron una lista de 2.000 personas que ayudaron alguna vez al merendero, de las cuales entre 350 y 600 lo hacen en cada campaña. “Hemos llegado a las mil mochilas”, recordó Maccagno y celebró la confianza que existe sobre la organización solidaria.
El trabajo sobre La Tablita generó confianza en cada vecino que se acerca a colaborar para llevar una taza de leche caliente a los chicos. La ayuda para la familia Franco ya es cotidianidad, los voluntarios dicen haber aprendido más en el terreno que entre los libros universitarios y “al fin del camino, cuando ya viste no podés dejar de ver. Cuando entendiste lo que significa moverte un poco vos y el efecto que eso tiene, no podés dormir tranquilo o mirar por el costado”, reflexionó Maccagno.
Y reconoció que “al darse cuenta del lugar que nos tocó”, de no elegir el sitio donde uno nace, “tenemos muchas más posibilidades de llegar a más personas que querían ayudar” para combatir la “injusticia de esa diferencia de llegada de recursos”.