Desde el homo sapiens, el hombre ha ido dejando de reducirse a su cuerpo para ponerse a pensar. Pensar para conocer. Con lo que debió poner en cuestión a su propio pensamiento. De aquí, un pensamiento del pensamiento o Teoría del Conocimiento. Surgida ésta, como lo muestra la historia del pensamiento, en un proceso ininterrumpido. Pero de cambios, no de continuidades. Sólo así se progresa. Que se ha extendido desde la creencia (acrítica, en que se cree porque se cree) hasta el escepticismo, donde se comienza a dudar o descreer. Proceso que en Occidente se verificara tanto en el mundo antiguo, extendido desde la mitología al escepticismo, como en el moderno, a partir del Renacimiento.
Pero si bien el pensamiento no se detuvo, en cambio se relativizó. Se partió de la creencia para verse conducida al escepticismo. Decía Pirrón: “nunca llegarás a conocer la verdad”. Así, el proceso ha sido: el pensamiento, el pensamiento para creer y por fin, para conocer. Históricamente: la mitología, el pensamiento del pensamiento (una Teoría del Conocimiento) y la aparición de la ciencia moderna como creencia verdadera y justificada (que la Epistemología atiende).
La creencia primero: una actitud mental a ciertas representaciones como reales, que no se discuten y forman parte de la constitución misma de la mente que la sostiene por desempeñar una función en el sujeto; quien, identificado con ellas, se comporta de determinada manera, dependiente muchas veces de la interpretación que otras personas le hacen. Pero se cree porque se cree, lo que se prolonga en una tradición. Sólo que ésta vale, acotemos desde una perspectiva actual, si nos hace mejores; reza el epigrama de Lusin: no interesa si debemos conservar la tradición sino si ella nos puede conservar a nosotros.
También con la ciencia esto ocurre: sus primeras etapas de desarrollo fueron competencia entre concepciones distintas de la naturaleza, no necesariamente del todo incompatibles, derivadas de la observación y del método que se aplique… que fueran limitando a las creencias.
Pero según Kuhn, las ciencias no habrían evolucionado según un proceso uniforme y por aplicación de un único método, sino según “paradigmas” que se fueran reemplazando y la comunidad científica compartiendo; tanto los teóricos como los de aplicación de resolución de problemas. Los que se fueran especializando y diferenciando de otras especialidades.
Así, la historia de las ciencias según el autor, muestra cambios de paradigmas en lugar de tan sólo acumulación de conocimientos. “Revolución historiográfica” del conocimiento por tanto, asociada al cambio de paradigmas en razón de las anomalías que los anteriores no hubieran podido resolver… revolución científica como episodio de “desarrollo no acumulativo” entonces, en que un paradigma se ve sustituido por otro con su nuevo conjunto de prácticas y por un nuevo período. No una única revolución científica, como se quiso ver a la de los últimos años del Renacimiento por ejemplo, sino revoluciones, en plural. Tantas, como cambios de paradigmas la comunidad científica considerara para mejor interpretar la realidad.
Problema que en definitiva es filosófico: el de entender el mundo, incluidos nosotros y nuestro conocimiento como parte de él, “por el que se interesa todo hombre que reflexiona”. Donde toda conjetura queda sujeta a refutación, que si esto ocurre, es que había una realidad con la que hubiera podido entrar en conflicto… añade Popper. Es claro que esto depende, también, del mundo que se quiera ver y de las implicancias que ello tenga, agreguemos nosotros.
Pero no puede negarse a esta altura la existencia de una ciencia en pleno desarrollo; para la cual Carnap ha intentado una teoría completa de la estructura lógica de su lenguaje. Se trata de un positivismo lógico expuesto en su “Der logische Aufbau der Welt”. Sin dejar de admitir que la ciencia basada en la experiencia es la única fuente de conocimiento de la realidad externa, sostiene que ella se expresa en un lenguaje que la lógica simbólica moderna hoy debe analizar. Que tal es la epistemología según él: un análisis lógico de las proposiciones científicas. Que de este modo, lo que la filosofía debe formular son declaraciones sobre el lenguaje de la ciencia. Ellas, ni verdaderas ni falsas; sólo simples definiciones y convenciones acerca del uso de ciertos conceptos. Y éstos sí, “afirmaciones sobre la realidad externa”; que es la significación que tienen, basada en las percepciones sensoriales cuya verdad o falsedad la investigación verifica con observación y experimentación.
Aún más, intentó este autor una “Constitución” que sistematizara los conceptos científicos y sus relaciones. Para lo cual, sostuvo que los conceptos deben jerarquizarse para poder ser reducidos a otros básicos: las “experiencias perceptibles” o estados psicológicos conscientes. En definitiva, que todos los conceptos científicos debieran poder unificarse a partir de unos pocos, fundamentales. Y la filosofía misma, basarse en una lógica del lenguaje científico. Sin embargo, no creemos deba ella reducirse a lógica formal, nos permitimos objetar, sino significarse en valores del espíritu.
Es que, si bien hemos dejado de reducirnos a nuestro cuerpo, carecemos por sobre él de un espíritu que sea sustancial. En este sentido y en último análisis, somos una nada que piensa el todo a que pertenece, en un proceso que lo precipita a su nada final. Lo que humildemente debe asumir. Pero en ese proceso dejamos sin embargo una huella. Los antiguos, una vez salidos de la mitología en que creyeran, refirieron a la realidad en elementos tales como la tierra y el agua… que componen el fango (compuesto que no es mezcla), que es el que conserva la huella; así la cultura, sustentada en la materia, conserva las obras del espíritu como su huella, trascendiendo la vida del cuerpo individual. Y es por mediación de estas obras, que vemos realizado el espíritu.
Sin dejar de asumir que hoy la ciencia –y aún nuestra entera cultura, que hoy parece devolvernos a aquel declive final de la Grecia Antigua- nos retrae a un cierto escepticismo acerca de sus avances (siempre menos peligroso que los dogmas que no admiten libre reflexión). Sólo que ahora nuestra reserva no se debe a descreer del conocimiento sino al temor por algunas de sus aplicaciones.
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