Rosario en 1816 era un poblado inmerso en zozobras y penurias. A las vicisitudes de la guerra por la Independencia le habían seguido años de guerra civil. La misma geografía que había alentado el surgimiento del poblado la convertía en obligado botín para el control de las comunicaciones entre Buenos Aires, la Banda Oriental, Paraguay y el Alto Perú, y en obligado botín para los bandos en pugna.
Dependía políticamente de la provincia de Santa Fe (que involucraba en su jurisdicción a la tradicional ciudad capital y un puñado de aldeas recostadas sobre el río Paraná), que, a su vez, un año antes, había proclamado su autonomía frente al gobierno directorial de Buenos Aires, elegido su propio gobernador, y manifestado su adhesión a la Liga de los Pueblo Libres, que lideraba José Gervasio Artigas.
Rosario entre 1813 y 1816 fue ocupada por fuerzas artiguistas y directoriales, los que antes de recibir la orden de abandonarla, saquearon casas y exigieron contribuciones. Los acontecimientos parecían tener en cuenta la voluntad de los rosarinos. Al momento de declararse la Independencia, gobernaba Santa Fe, Mariano Vera, quien mantuvo a la provincia en la órbita de la Liga de los Pueblos Libres, proyecto confederal que entre otros aspectos aspiraba, al decir de Juan Alvarez, a destruir el monopolio ejercitado por Buenos Aires.
Según el censo realizado en 1816 por el Alcalde de Santa Hermandad, Bernardino Moreno, el Pago de Rosario (desde Arroyo del Medio al convento de San Lorenzo) contaba con 5.115 habitantes, de los que solo 763 permanecían en el núcleo de viviendas que se levantaban en el poblado de la Capilla de la Virgen del Rosario. En la aldea permanecían 436 mujeres y 130 niños. El reducido porcentual de varones se vincula con la guerra. El sector con mayores casas era el espacio hoy delimitado por las calles Juan Manuel de Rosas, San Luis, 1 de Mayo y San Juan, y en mucho menor medida las construcciones ubicadas hacia los lindes del oeste y norte, (que se podría trazar en la actual calle San Martín y el río Paraná). De los jefes de familia, 112 eran nativos del país y 19 extranjeros. 45 esclavos eran propiedad de tres familias. Los principales oficios registrados en el empadronamiento del Alcalde fueron: personal doméstico (56), peones (39), comerciantes (19), hacendados estancieros (18), carpinteros (13), pulperos (12), zapateros (11) y en menor número albañiles, y un barbero, un escribano, un herrero, un presbítero, un sombrerero, un maestro, un jabonero, un sastre, etc., y además se presume la existencia de gran cantidad de vendedores ambulantes dedicados al abastecimiento diario.
En la vastedad de la pampa
Noches largas y oscuras, y días de fríos y ventosos, sin más reparo que los muros de las humildes construcciones con techo de paja, en la vastedad de la pampa, con la capilla de la Virgen como ámbito religioso, parece ser la nota característica del vivir en Rosario en tiempos de la Independencia. Débil e impreciso era el trazado de sus pocas calles. Ineludibles, los caminos que las atravesaban: el que unía Buenos Aires a Santa Fe y de Rosario a Córdoba, por el que llegaban las huestes, el comercio y las noticias. El río había quedado en control de piratas y marinería indisciplinada al servicio del Directorio o de Artigas.
El 9 de Julio de 1816, el Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata reunido en la ciudad de Tucumán proclamó la independencia en los siguientes términos: "declaramos solemnemente a la faz de la tierra que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueran despojadas, e investirse de alto carácter de nación libre e independiente del Rey Fernando VII, su sucesores y metrópoli". Al tratarse la fórmula del juramento de la Independencia, realizada el 21 de julio, y ante la inminencia de una invasión portuguesa se agregó la expresión "y de toda otra dominación extranjera".
Sin embargo, la población de Rosario se encontraba bajo otros tipos de dependencias e intereses. Tierra de conquista, escapaba al arbitrio de sus habitantes determinar si el futuro la encontraría junto al poderoso Directorio de las Provincias Unidas o a la Liga de los Pueblos Libres.
Casi cincuenta años después este trascendental acontecimiento, la dirigencia local, afín a la construcción histórica plasmada contemporáneamente por el general Bartolomé Mitre, fundamentó una identidad para la naciente y progresista ciudad. En ella la Revolución de Mayo y la Declaración de la Independencia de Tucumán pasaron a ser las efemérides centrales de la joven República constitucionalmente organizada en 1853. La nomenclatura urbana, expresión de ese pensamiento, colocó a la gesta de Tucumán en el corazón de la urbe cuando inauguró en el centro de la Plaza 25 de Mayo un Monumento a la Independencia, de 1883. El mismo fue esculpido en mármol de Carrara por el artista italiano Alejandro Biggi. Constituyó todo un acontecimiento nacional que la joven sociedad inmigrante rindiera semejante tributo, sin parangón en Argentina.
El "9 de Julio" pasó a ser una de las fechas escogidas para la inauguración de obras consideradas de enorme relevancia institucional: la colocación de la piedra fundamental del Monumento a la Bandera en 1898; la habilitación del Hospital del Centenario, en 1922; la apertura de la avenida Belgrano entre bulevar 27 de febrero y avenida Pellegrini, en 1935; el viaducto Avellaneda, en 1972, entre otras. Pero, sin embargo, la mayor recordación pública que Rosario tributó al 9 de Julio de 1816 fue la inauguración del Parque Independencia, en 1902, un espacio recreativo que revolucionó su fisonomía urbana. Fue bautizado con ese nombre también en atención a la existencia de una plaza ubicada en la intersección de los bulevares Argentino y Santafesino (Pellegrini y Oroño, respectivamente) que ya tenía esa denominación, impuesta en la última década del siglo XIX.