Las vacaciones de invierno suelen esperarse con entusiasmo, en especial por parte de los chicos. Entre los grandes, se anotan algunas ventajas: no poner el despertador tan temprano y olvidarse por unos días de las corridas y el estrés de las actividades escolares. Sin embargo, en estas dos semanas "de ocio" las cosas no siempre fluyen como se desearía. "Las vacaciones traen también una serie de desafíos", remarca la psicóloga y psicoanalista María Florencia Harraca. Es que las familias tienen que reorganizarse, y en un contexto marcado por la complejidad socioeconómica, lo más probable es que haya que apelar a distintos recursos para pasar unos días más aliviados.
"La presencia constante de los chicos en casa es todo un tema. Para muchos padres y madres estos días pueden sentirse largos y difíciles de gestionar, especialmente cuando no hay posibilidad de salir de viaje o acceder a propuestas como el cine, talleres o espectáculos", agrega la especialista, que es investigadora y docente de la Universidad Nacional de Rosario y se dedica a la clínica psicoanalítica con niños y niñas desde hace años.
Harraca habló con La Capital y abrió "el juego" para poder reflexionar y dijo cosas como éstas: "El aburrimiento es un tema más profundo y tiene mala prensa: no es un enemigo que hay que combatir", "En los chicos pueden aparecer el enojo, la angustia, la ansiedad, los reclamos", "Los adultos no tienen que ser animadores de tiempo completo", "El celular no puede ser la única opción (para entretener a los niños)", "Los vínculos no se fortalecen por la cantidad de planes sino por la calidad del tiempo compartido".
¿Por qué pueden presentarse más conflictos familiares en vacaciones?
La primera respuesta que se me ocurre es que sin dudas cambia la dinámica. La rutina escolar estructura el día, marca horarios, tareas y descansos y mucho más tiempo de los niños fuera de casa. Cuando esa rutina desaparece, hay más tiempo libre, menos reglas claras y un aumento de la convivencia. Esto puede dar lugar a roces, frustraciones o discusiones, simplemente porque estamos más tiempo juntos, en menos estructura, y eso puede generar situaciones diferentes. Además, los adultos muchas veces siguen con obligaciones laborales o domésticas mientras los chicos están con una energía completamente distinta: la del descanso y el juego.
Ante el asunto del juego, suele instalarse otro interrogante: El celular como "escape" es ¿la única opción?
Para muchas familias, especialmente aquellas con menos tiempo disponible para compartir con sus hijos, el celular (o la tablet o la tele) se convierte en "el compañero más a mano". Digo tiempo disponible porque no siempre la presencia de los adultos en casa coincide con su disponibilidad real para compartir con sus hijos. Y si bien puede significar un alivio momentáneo es importante mirar con cuidado el recurso del celular. No se trata de demonizarlo, porque también puede ofrecer juegos, creatividad o conexión con otros, sino de evitar que sea la única opción. El problema no es el uso sino el exceso y la falta de alternativas. Cuando el celular reemplaza al juego, al movimiento, a la imaginación o al contacto humano, ahí sí empezamos a ver consecuencias: irritabilidad, apatía, insomnio o incluso una relación muy dependiente con el dispositivo.
>>Leer más: Vacaciones de invierno 2025: cuánto cuesta viajar a los destinos más elegidos por los rosarinos
¿Hace falta una rutina incluso en vacaciones?
Te diría que esto depende de cada familia. Si tengo que decir sí o no me inclino por el sí, pero con matices. Las vacaciones necesitan una estructura flexible. Es decir: horarios más relajados, sí, pero que no sea un caos total. Un día completamente libre de organización puede ser desbordante para algunos chicos (¡y para los adultos también!). Proponer una especie de “rutina de vacaciones” _con momentos para desayunar, jugar, salir, descansar, colaborar en casa_ les da cierta seguridad, previsibilidad a los niños y también ayuda a que el día fluya mejor. En líneas generales considero que la falta de estructura puede aumentar la inquietud e irritabilidad en los niños. Es fundamental, en la medida de lo posible, anticipar lo que va a pasar (“Hoy nos quedamos en casa, a la tarde vamos a la plaza”). Sostener algunos hábitos clave (hora de dormir, comidas, espacios tranquilos). Y darles cierta participación en la organización del día. Creo que hay que evitar la sobreexigencia: no tienen que estar “aprovechando el tiempo”, todo el tiempo.
00 aburrimiento 01.jpg
Foto: Archivo / La Capital
¿Y qué pasa con el aburrimiento?
El aburrimiento en los niños es un tema más profundo de lo que parece a simple vista. Lo que es claro es que tiene muy mala prensa. Sin embargo es una experiencia necesaria para que aparezca la creatividad, la exploración y hasta el descanso. Pero, claro, no es cómodo. Ni para los chicos ni para los adultos. Entonces, ¿por que les cuesta tanto aburrirse? Porque no saben aún qué hacer con ese "vacío". El aburrimiento implica una pausa, una falta de estímulo inmediato. Muchos niños, sobre todo los más pequeños, todavía no desarrollaron estrategias internas para autorregular ese estado: no saben muy bien cómo pasar de “me aburro” a “puedo inventar algo que hacer”. Además, los niños de hoy están muy acostumbrados a estar estimulados todo el tiempo: vivimos en una época hiperestimulante: pantallas, actividades dirigidas, tareas, salidas. El “no hacer nada” se vuelve extraño o incómodo. Si están habituados a que algo o alguien los entretenga constantemente, cuando eso desaparece, se sienten desconcertado. Por otro lado, el aburrimiento conecta con emociones difíciles.
A veces, cuando el entorno se silencia, aparecen cosas internas: angustia, enojo, ansiedad. El aburrimiento puede ser una forma disfrazada de expresar otra necesidad emocional más profunda. Por ejemplo: "me aburro" puede significar "necesito que me mires", "estoy triste", o "quiero estar con vos". Muchos adultos sienten culpa o incomodidad cuando sus hijos se aburren. Temen no estar “haciendo lo suficiente” o se frustran por no tener propuestas a mano. Pero tolerar el aburrimiento también es una forma de enseñarles a autogestionar su tiempo. Está bien que se aburran. De hecho, muchas veces, lo mejor surge después de ese momento de “no sé qué hacer”. El aburrimiento es parte del crecimiento emocional y creativo. No es un enemigo a combatir, sino una oportunidad para que los chicos desarrollen autonomía, tolerancia a la frustración y capacidad de juego espontáneo.
¿Cómo acompañar sin agotarse?
No hace falta ser animadores 24/7. A veces, solo estar cerca, observar o compartir un momento ya es suficiente. Proponer pequeñas actividades realistas: cocinar algo juntos, armar una carpa con sábanas, jugar a las cartas, salir a caminar. Recordar que los vínculos no se fortalecen por la cantidad de planes sino por la calidad del tiempo compartido.Y también… darse permiso para no hacer nada. Porque las vacaciones, en el fondo, también son eso.