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Emilse, jefa de Enfermeras de la provincia, da las pautas y Olga Moyano, amiga y compañera de trabajo, junto a ella.
Virginia Benedetto/La Capital
Los "custodios" son Florencia y Guillermo, dos farmacéuticos del Ministerio de Salud. "Estamos acá desde el 20 de marzo, al principio nos ocupamos de todo lo que fueron equipos de protección personal para los equipos de salud y desde el 28 de diciembre estamos con las vacunas", cuenta Florencia, mientras lleva y trae de los freezers a las heladeras portátiles donde con Olga y Emilse determinan cuántas llevan y a dónde.
Al lado, aún se apilan las cajas térmicas blancas con cintas del Ministerio de Salud de la Nación, esas mismas que bajan de los aviones de Aerolíneas Argentinas y en las que las dosis llegan a Rosario.
Las primeras partidas fueron "con mucha ansiedad", dice Florencia y admite cierto "temor". La manipulación de las vacunas rusas a tan bajas temperaturas, el cuidado que requieren y el hielo seco que se utiliza para su conservación era algo nuevo para ellos. "Eso fue las primeras veces, ya después todo fluyó más fácilmente", recuerda.
Seis días, seis equipos
Vacunar a los adultos mayores de los 170 geriátricos de Rosario, Granadero Baigorria y Capitán Bermúdez lleva a jornadas que de 12 horas de trabajo de seis equipos, duplas que están integradas por enfermeros que se ocupan de la manipulación y aplicación de las vacunas, los registradores _en algunos casos voluntarios_ y los choferes, que son parte "indispensable" del trabajo.
"El trabajo de registro es fundamental", destaca Olga, no solo porque repite una y otra vez que "las "vacunas son un derecho" y para poder garantizarlo ese trabajo tiene que estar bien hecho. "En el caso de los geriátricos, se hace manualmente y luego se carga en el sistema", explica Emilse y agrega: "Si eso no se hace bien, no aparecen los registros en la Nación y podrían no mandar más partidas, por eso entre otras cuestiones es tan importante".
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Los equipos en plena labor de entrega de las vacunas de AstraZéneca que deben salir a aplicar a 170 geriátricos.
Virginia Benedetto
Los equipos vienen de experiencias en centros de salud y hospitales, más de uno sufrió el Covid-19 en carne propia, como Ricardo Vidal, un enfermero con más de 25 años de experiencia que se contagió durante la primera ola en el Sanatorio Laprida donde trabaja, y con 51 años pasó semanas internado en una terapia intensiva y perdió casi una veintena de kilos. “Es una experiencia muy dura, que la gente debería conocer", afirma.
Todos coinciden en que la pandemia de coronavirus es "incomparable" con cualquier otro escenario crítico que hayan atravesado y admiten que la vacuna es "la pata esperanzadora" de lo que hasta ahora les ha tocado enfrentar. Eliana, otra de las integrantes de los equipos, relata las emociones que se mueven cuando los reciben con aplausos o cuando en los geriátricos "están todos esperando que uno llegue, ya acomodados, en fila y con los hombros descubiertos".
Seguir cuidándose
Sin embargo, no deja de haber tragos amargos. Responder a la pregunta "Señora, cuándo puedo salir" no siempre resulta fácil. "Hay que explicarles que la vacuna no les va a significar poder comerse un asado con los nietos o abrazarlos, que tienen que seguir cuidándose, incluso con la segunda dosis ya colocada", agrega Eliana y señala que en lo que más insisten es en decir que "esta pandemia y este encierro no es solo algo que les pasa a ellos. Les decimos que estamos ahí, pero que después, como todos, también debemos cuidarnos".
El miedo ahí no es tanto contagiarse, sino contagiar. "Siempre estás preocupado por lo que podés llevar a tu casa y a tu familia", añaden.
Más allá de las explicaciones, los intentos por llevar calma y tranquilidad, y más de una vez brindar información certera sobre la pandemia y la vacunación, tampoco fueron pocas las veces que pasaron situaciones tensas ante la demanda de los pacientes. "A veces, la gente se sienta para una vacuna y se cree que es una heladería, que puede elegir qué vacuna como elige crema, chocolate o frutilla", dice Emilse sin perder el humor, pero tampoco la firmeza. "Se le explica, y si no se entiende, se le dice que la vacunación es voluntaria y en tal caso que libere la dosis para otra persona", señala.
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Equipo 6. Angela y Valentino, una de las duplas que saldrá a vacunar en dos instituciones en el centro y sur de la ciudad.
Virginia Benedetto
Y allí apuntan a los medios y a los vaivenes de la información. "Es tremenda la subjetividad que construyen desde la televisión", dicen y aclaran: "Nadie pasa un archivo: primero nadie quería la porque era «veneno», después no querían la AstraZéneca porque provocaba trombosis, y ahora no quieren de nuevo la Sputnik porque con esa no pueden entrar a Europa para irse de viaje".
Así como también registran entre quienes se vacunan el incremento de los consumos de alcohol que hubo en estos últimos 15 meses. "Uno les dice que al hacerse la aplicación solo pueden consumir un vaso de alcohol, ya sea una botella de vino o de cerveza, y uno nota cómo te insisten en la pregunta porque notamos y sabemos que el consumo ha crecido mucho", cuentan.
"La vulnerabilidad no vende"
Olga y Emilse admiten el cansancio. “Y cómo no, una 63 y la otra 59", admite la segunda, pero se saben como guerreras de mil batallas. Y nada más cierto: Emilse lleva 45 años de carrera desde que comenzó su trayecto en el Hospital Eva Perón, en Granadero Baigorria, pasó por centros de salud, fue ayudante de traumatología y cirugía, y era quien ponía el cuerpo cuando le pedían "liberar la cama" y ella explicaba que ese paciente no tenía quién lo mirara en su casa. Coordinó regionales, fue docente de muchos de los que hoy trabajan con ella y hace tres años concursó la jefatura de Enfermería de la provincia.
Olga ya era enfermera en mayo de 1978, cuando en plena dictadura cívica militar fue secuestrada y estuvo detenida-desaparecida en el centro clandestino de detención que funcionó en la Fábrica de Armas Domingo Matheu. No solo dio su testimonio en el Juicio a las Juntas, apenas estrenada la democracia, sino que además en 2009 fue testigo y querellante en la primera causa por delitos de lesa humanidad que se llevó adelante en Rosario.
Tienen claro y lo repiten, una y otra vez, "el esfuerzo y el compromiso" de los equipos, que es el ellas mismas. Por eso, Olga dice sin medias tintas que todos esos enfermeros que por estos días hace jornadas de trabajo de hasta 12 horas son monotributistas. "Y lo digo porque esa es la verdad", afirma mirando a su amiga y compañera, que asiente.
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Los transportes escolares, devenidos en el traslado de los equipos de enfermería cuando las clases se interrumpen.
Virginia Benedetto
"Lo que pasa es que la vulnerabilidad no vende, ese es el problema del capitalismo. Por eso me gusta hablar del trabajo de cuidado que es un trabajo invisible, y que es invisible porque mayoritariamente lo hacemos las mujeres. Y de hecho, hace pocos años que tenemos más varones en las carreras de enfermería", dice abriendo la mano y señalando a la ronda que forman los integrantes de los equipos y donde sobran los dedos de las manos para contabilizar a los hombres.
Mientras ellas hablan del pasado y el presente, reparten las planillas de dónde debe ir cada pareja. "Nos quedan los últimos geriátricos que son donde hubo casos febriles y personas aisladas, y estamos esperando poder ir para vacunar a todos", agrega Emilse, mientras hace el reparto de los papeles y la caja donde llevan los materiales.
En el medio, llega Oscar, uno de los voluntarios que es bombero y se demoró en el camino para comprar facturas para todos para y celebrar su día. Todos lo aplauden. "Esto es una comunidad. Estamos más acá que en nuestras casas", dice Emilse.
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Ya en las instituciones, donde los esperan, y donde hacen el trabajo no solo de aplicación, sino de registro de los vacunados, tanto adultos mayores como el personal de las instituciones.
Virginia Benedetto
Gabriela, una de las enfermeras que sale a aplicar las vacunas, vuelve a la idea que minutos antes desarrollaba Olga. Habla de la precarización del trabajo. “Ni siquiera con esto nos reconocen como profesionales", dice la mujer con las gafas de protección ya colocadas, y agrega: “Esto no es un apostolado".
Angela y Valentino, son el grupo 6, la última pareja en salir. Se suben a la combi de Diego, un transportista escolar que hace este trabajo cuando lo convocan y las clases se suspenden _ "Porque, además, la bimodalidad no ayuda", admite_. Irán a un geriátrico céntrico, frente a los Tribunales y después a la zona sur.
"Ya nos queda poco acá. Después volveremos a la Rural", dice Emilse. Las dos salen a la puerta. "Esto es lo que no hay que hacer", dicen, sacan un atado de cigarrillos, y se prenden uno. Ahora, los van a esperar al mediodía. Todos volverán, comerán una vianda y volverán a salir. Cuando terminen, estará entrada la noche.