-Mi papá hizo una pieza grande y ahí vivíamos los tres hermanos, mi papá y mi mamá. Sin piso, que era aplanado y regado. En esa casa humilde nos criamos. Iba a la Escuela República de Corrientes, donde terminé la primaria, y a la tarde iba a ayudar al almacén y bar que había en Entre Ríos y Mister Ross, en el pasaje Piano, con billar y todo. Repartía los pedidos del almacén con una cajón y después llenaba la heladera del bar con cerveza. Lavaba las copas y la vajilla, limpiaba las mesas y acomodaba hasta que eran las siete u ocho de la noche y recién me iba a mi casa. Y me acuerdo que me daban cinco guitas.
-¿Y qué comprabas con cinco guitas?
-¡Nada! ¿Qué podía comprar? Juntaba diez guitas y se las daba a mi vieja. Siempre ayudaba a mis padres. Vivíamos con esa humildad sana. Y cuando terminé la primaria fui a pedir trabajo al taller mecánico de Agustín Vallés, que estaba en Juan Canals entre Mitre y Entre Ríos, donde trabajé diez años. Eran las nueve o diez de la noche y estaba todavía en el taller. Más de una vez me fue a buscar mi mamá. Y una vez le dijo: “¿Por qué no lo deja ir más temprano al chico?” «No se quiere ir. Él dice que se quiere quedar a ayudar a los amigos».
-¿Te querías quedar?
-Sí. Había una cierta compatibilidad, yo quería ayudar a mis amigos. Pero él me pedía: “¿Quieres quedarte a ayudar a los amigos?”. Me gustaba de alma y me quedaba. Trabajé 10 años. De los 13 a los 23. A la semana de trabajar me compré una bicicleta y la iba pagando por semana, cuando me pagaban. Hasta que llegó un día que dije: ¿Qué hago acá?" El dueño se va a Mar del Plata un mes y yo atiendo el taller, con 23 años dirijo a todos los otros, que son más grandes. Teníamos rectificadora de válvulas, de asientos, de campanas, remachábamos las cintas, transformábamos el motor con una varilla hidráulica. Era una mecánica más rústica, más pesada que la actual.
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-¿Qué te dijo tu papá cuando empezaste a trabajar en el taller?
-Mi papá me dijo: “Ahora que vas a trabajar acá, vas a tener un peso y te voy a decir algunas cosas para que te formes bien en la vida: Nunca traigas a tu casa nada que no sea tuyo. Elegí un amigo para toda la vida. Y en lo que emprendas, sé perseverante, dale y dale, que vas a triunfar”. Mi padre tenía segundo grado, como mi madre, una mujer sufrida.
-¿Cómo era tu papá con ustedes?
-Mi papá nos enseñó esto: antes de ir a la mesa teníamos que mojarnos el cabello para que ningún cabello vuele a la comida; teníamos que lavarnos las manos y teníamos que estar bien sentados, derechos. No teníamos que arrastrar la silla, teníamos que levantarla, ni golpear la puerta sino cerrarla con el picaporte. Terminábamos de comer y él era el primero que se levantaba, se llevaba sus cubiertos, los lavaba y los dejaba ahí para que mi mamá los secara y los guardara. Todo eso me enseñó mi padre: me enseñó cultura.
-¿Tu papá era albañil en el Swift?
-Trabajó en el Swift unos 30 años. Un día viene y le dice a mi mamá: “María, me llamó el jefe a la oficina y me dijo me quieren dar una cuadrilla de albañiles para que yo los dirija”. «¿Te van a pagar más?» “Sí, me van a pagar unos pesos más, pero yo le dije que no”. «¿Por qué?» ”Yo no puedo dirigir a mi amigo. ¿Cómo lo voy a mandar a mi amigo?" Mi mamá lo quería matar.
-¿Cómo decidiste irte del taller mecánico de Vallés?
-Agustín Vallés era muy muy chillón y recto, pero para mí era buen tipo. Entonces le digo: “Agustín, me voy a poner por mi cuenta”. «¿Cómo te vas a ir? Vas a tener que alquilar un galpón y para eso vas a tener que rectificar dos motores por mes». “No importa, yo me la voy a rebuscar y lo voy a pagar. Y alquilé un galpón en Ovidio Lagos 2768, entre Gálvez y Virasoro, al lado de la vía, donde estuve siete años.
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Sebastián Suárez Meccia / La Capital
-¿Cuáles fueron tus trabajos más difíciles?
-Fueron varios. Con mi viejo sacamos las chapas de una fosa tapada de ese galpón, que estaba llena de sapos, bichos y preservativos, y tuve que llamar a la pocera para que la vaciara. O levantar un motor con un trípode de caños galvanizados y un aparejo. Clavábamos el trípode en la tierra, poníamos el aparejo y con eso sacábamos el motor. ¡Qué trabajo bravo! No sabés lo que pesaba eso. O entrar al galpón desde la calle un camión que no andaba, con una palanca y un taco.
-¿Cómo hacías para correrlo?
-Metía la palanca debajo de la cubierta, con un taco, y le hacía palanca y lo corría. Cuando se iban todos me quedaba solo. Eran las 10 de la noche y le ponía un cuarto líquido de frenos, dos litros de aceite, un bulón 9/16 con tres cargadores. Le anotaba todo y le cobraba todo. Lo que correspondía, pero blanqueado porque en esos años te cobraban al voleo.
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-¿Hiciste algún trabajo más duro que ese?
-¿Sabés lo que es estar en pleno invierno cambiando un palillero de un camión jaula cargado de vacas, con una escarcha así y un frío que me moría con el dueño en el medio del campo y darle martillo y martillo para sacarlo? Es terrible eso. Los clientes lo llamaban a Vallés e íbamos a reparar donde quedaba el camión. Ese día el dueño del camión me dice: “Andá corriendo que están orinando las vacas, que está el orín caliente, y calentate las manos”. No sabés qué es eso, hermano.
-¿Cómo siguió tu trabajo en la mecánica?
-Después de siete años en ese galpón saqué un crédito en Credifica, del Banco Provincial de Santa Fe, y compré tres terrenos en Ovidio Lagos entre Lamadrid y Savio, donde hice una casita para mi familia y un parabólico para el taller. Allí nos casamos en el 72 y nacieron nuestros cinco hijos, más uno que perdimos a los seis meses. Ahí tenía todo: el taller, mi señora en la casa de al lado y mis hijos.
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-¿Eras un mecánico obsesivo?
-Era un obsesivo. Yo era un tipo que daba vueltas al auto. El auto no se iba si no le calibraba las gomas también. Yo miraba el limpiaparabrisas y si estaba mal se lo cambiaba. Miraba el stop y si tenía quemada una lamparita se la cambiaba. Se lo lubricaba, le ponía grasa, le ponía todo, le sacaba todos los ruidos. Cuando venía el tipo me decía que la señora lo volvía loco con el ruido y que ahora no tiene más ruido. El auto salía como nuevo.
-¿Eras uno de los mecánicos que más trabajaba en Rosario?
-Había crecido mucho. Imaginate: atendía a González Riler, a Guereño, a Santa Clara, a la Fábrica Militar, a San Ignacio, tenía muchísimo trabajo. Tenía cinco empleados, trabajaba hasta las 10 de la noche, todos los días. Un 1º de mayo, un 31 de diciembre. Un día fui a cambiar el tornillo de una rueda a Guereño un 31 de diciembre, que me esperaba mi familia, y me acuerdo que estaba cargado con cebo, que compraban para hacer jabón, y con el calor se derretía. ¿Y qué salía del cebo? Gusanos. Yo sacaba la rueda y los gusanos caían ahí. Me iba en el auto, me llevaba el tubo de oxígeno, cortaba los tornillos, le ponía tornillos nuevos. Yo he dejado mi vida en la mecánica, pero con el amor al servicio. Y eso está bien.
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Sebastián Suárez Meccia / La Capital
-¿Qué les dirías a los jóvenes?
-Que lo primero es la honestidad. Que no hay que perder nunca el perfil bajo, hay que trabajar de atrás. Y que hay que mirar y copiar lo bueno. El mundo se copió toda la vida.
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-¿Es cierto que transformaste camiones en camionetas para La Capital?
-Un jefe de La Capital le pidió al concesionario Piscione furgones, pero como no los tenía le dijo que se los iba a conseguir. Vimos que los camiones tenían la misma cabina que los furgones, entonces nos trajo los camiones y los adaptamos. Cortamos el chasis y les sacamos los metros necesarios para que fueran una pickup y los volvimos a unir. O sea que los 12 furgones azules que tenía La Capital en aquella época eran en realidad camiones adaptados.
-¿Cómo hiciste para que quedaran alineados?
-Cortábamos el eje y el cardan, y le sacábamos el elástico. Lo soldábamos, la sacábamos a la calle punteada y para que quedara en escuadra lo enderezábamos a martillazos. Era un trabajo que hoy ya no se hace.
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Sebastián Suárez Meccia / La Capital
-¿Adaptaste los camiones Ford de Estados Unidos a la nafta nacional en 1956?
-Los camiones Ford 600 y 900 de Estados Unidos fueron traídos en 1956 por la compañía norteamericana que hacía el gasoducto desde Campo Durán, en Salta, hasta San Lorenzo. Esos camiones venían para una nafta con un octanaje de 80 y acá usábamos una nafta amarilla, de 120. Y esos camiones no andaban porque los caños del gasoducto eran pesados y pistoneaban porque no teníamos la nafta que necesitaban. Entonces habló Alfonso Pisciione, un tipo inteligente, que llamó a la compañía y les dijo: “Nosotros les vamos a hacer una junta de un milímetro para que se descompriman”. Le sacamos la junta, sacamos las tapas cilindro, le pusimos esa junta y las dos finitas que venían de fábrica, lo pusimos y lo avanzamos porque estaban atrasados, pero pistoneaban igual. Lo pusimos a punto y salíeron andando.
"La mecánica es mi vida"
-¿Hasta cuándo trabajaste como mecánico?
-Hasta ahora.
-¿Cómo hasta ahora?
-Sí, porque la mecánica es mi vida. Yo soy piloto civil, eso no se olvida nunca. Subo a un avión y sé lo que tengo que hacer. A andar en bicicleta no te pueden enseñar. Tenés que aprender a mantener el equilibrio. Y una vez que aprendiste no te olvidas más. Bueno, eso me pasa con la mecánica: la llevo en el alma toda mi vida.
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Sebastián Suárez Meccia / La Capital
-¿Y cómo llegaste hasta acá?
-Con la mecánica me fue muy bien. Como me fue muy bien, un día me traen un autoelevador de Santa Clara a reparar. No había muchos autoelevadores en ese momento. No eran comunes. Eran una novedad. Dos autoelevadores marca Pistola, motor Falcon, a nafta, un desastre. No servían ni para hacer una pelota de fierro. Se quebraban. Rústicos. Se llevaron un Yale. El gerente de expedición me dijo si podía reparar el Yale, que no andaba más y echaba humo. Tenía un motor Valiant, para mí era un juguete. Entonces, se lo reparé. Mientras lo estaba reparando, a la semana viene el encargado de controlarlo y me dijo: “Se me están rompiendo los otros, apurate porque vos sabés lo que me cobran para alquilarme un autoelevador”.
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-¿Dónde compraste el primer autoelevador?
-Se lo compré a Ferraro. ¿Sabés quién es Ferraro? El chatarrero que estaba en bulevar Segui y Presidente Roca. Le faltaban dos engranajes a la caja. Las ruedas estaban cuadradas. No servía para nada. Le hice el motor.
-¿Cómo hiciste para salir de la casita de tus viejos en La Guardia a tener el mayor museo de autos antiguos de Rosario?
-La vida me sonrió y me parece mentira que siendo tan humilde haya llegado a esto. ¿Vos sabés que haciendo el bien Dios te regala el doble? Yo nunca me fijé en qué me regaló, pero me ayudó mucho. Lo más importante que tengo es mi familia, mis amigos y los empleados de ahora y de antes. Yo me salvé de muchas cosas como accidentes. He cortado cables con electricidad y se fulminaba la tijera. De hecho se me prendió fuego un auto. Me he salvado de muchas, Dios estuvo siempre al lado mío.