—¿Cómo surgió el proyecto de hacer una película sobre una experiencia pedagógica, cómo llegó a la escuela de la señorita Olga?
—La historia comenzó con la propuesta de la docente Beatriz Vettori que tenía un taller de arte para chicos. Por ese entonces, ella estaba invitada a participar en un congreso de educación por el arte en Brasil, y tengo entendido que había pensado como primera opción en llevar a Olga y Leticia porque consideraba que la escuela que ellas habían desarrollado era un ejemplo por excelencia de educación por el arte, pero eso no resultó por la avanzada edad que tenían. Así que Beatriz me pidió si podía filmar testimonios de las maestras y de los ex alumnos para llevar ese material al encuentro. Ese fue el inicio, filmé esos testimonios en Súper 8, que era el formato que yo manejaba, el mas accesible.
—Era muy joven en ese momento.
—No (dice entre risas ), tenía 30 o 31 años.
—¿Cómo fue ese trabajo arqueológico que hizo, recuerda cuanto tiempo le llevó esa investigación?
—No recuerdo cuánto tiempo me llevó, fue un trabajo combinado porque avanzábamos en el rodaje e iban surgiendo cosas. Ese material en Súper 8 que habíamos filmado quedó como una primera aproximación. El tema es que el resultado de esa primera filmación lo vio el colega Tristán Bauer, un querido amigo que hoy es ministro de Cultura. En ese entonces, Bauer era un colega que vio dos cosas: la importancia del tema que tenía entre manos y la precariedad de los medios con los que nos enfrentábamos, de modo que generosamente resolvió venir a darme una mano y me ayudó a filmar la película en 16 mm.
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Mario Piazza en su juventud junto a la maestra Leticia Cossettini.
—¿Fue difícil encontrar los testimonios, qué sintió frente a ellos?
—-No, no fue difícil en absoluto encontrarlos, porque la gran mayoría de los ex alumnos estaban concentrados en Nuevo Alberdi. Todos los testimonios recogidos eran bonitos y lindos de recordar. Una de las cosas que llamó la atención al público joven era la vividez de los recuerdos de esos mayores. Esos recuerdos de los ex alumnos eran vívidos porque esas maestras habían acertado en la forma de educar, era una educación que despertaba el interés del educando.
—Una educación que había dejado huellas
—Ciertamente, eso era lo que señalaban muchos espectadores jóvenes. Decían, «yo hace menos tiempo que pasé por la escuela primaria y no tengo los recuerdos que esos ex alumnos tienen».
—¿Qué recuerda de su encuentro con Leticia?
—Que fue precioso.
—¿Tiene presente alguna charla con ella?
—Creo que tal vez por mi carácter, le resulté un poco indefinido a Leticia y ella se preocupó mucho por cómo iba a salir la película. Recuerdo que en determinado momento le llevé una copia de trabajo, era un borrador de lo que estábamos compaginando en la mesa de montaje. La calidad de la imagen era mala porque estaba tomada de la pantalla de la moviola y ella vio que no se veía linda en la pantalla, esto hablaba de su coquetería, así que terminantemente me dijo que ella no iba a salir en la película si se iba a ver así (se ríe). Después la cosa cambió cuando se pudo hacer la copia final y ella pudo verse como lo que es: la vedete del film. Era justo que Leticia reclamara eso.
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—¿Cómo la definiría?
—Como a una poetisa. Recuerdo cuando presencié un encuentro entre ella y el maestro Fernando Birri un día que vino a Rosario. Ellos se conocían de la época en que daban clases en la escuela, porque Birri era titiritero y había ido con su retablillo a la escuela Carrasco. Recuerdo que estábamos con Leticia en la dirección del Centro Cultural Parque España esperándolo al maestro, y cuando finalmente llega Birri, Leticia lo saluda diciéndole «¡El mago!”, y Birri le contesta, «¡el hada!». Eran dos personas muy especiales.
—Como alumno transitó por una escuela mas tradicional y llegó hasta la Facultad de Ingeniería antes de dedicarse a ser realizador audiovisual. ¿Cree que si hubiese transitado la escuela de la señorita Olga se hubiese encontrado mas rápidamente con su vocación de cineasta?
—No sé si antes, pero creo que hubiese tenido mas allanado el camino en cuanto a tener mas confianza en mí mismo. Me hubiese sentido más seguro, porque las maestras habilitaban a eso, a que cada chico desarrollara la capacidad que cada uno tenía. Me viene a la memoria uno de los testimonios de la película, el de Ana María Pusso, que cuenta que cuando pasó a la escuela secundaria le dijeron, «esa escuela a la que fuiste (refiriéndose a la escuela de Olga y Leticia) no te preparó para la realidad», y ella dijo «no es así, me preparó para mi realidad».
—Podemos decir que esta película es el retrato de una escuela deseada.
—Si, paralelamente al hacer el documental sobre la escuela que ha sido, es como si yo hubiese hecho el retrato de la escuela que me hubiese gustado tener, para mí y para mi hija.
—En una entrevista contó que cuando se abrió la escuela de cine en la ciudad de Rosario, ingresó directamente como docente y que se formó con la práctica. ¿Es un autodidacta?
—Si, fui un autodidacta. Estoy tratando de hacer la cuenta sobre cuando comencé a hacer películas y fue mucho antes de entrar a la universidad.
La primera cámara
Piazza muestra una foto que atesora de su infancia, donde se lo ve muy pequeño junto a su familia y con cámara en mano.
—¿Ese fue su primer encuentro con la cámara?
—Sí, era la filmadora de mi viejo de 8 mm, en ese momento agarraba la cámara pero no llegaba a apretar el disparador.
—¿Tiene recuerdos de sus primeras prácticas de filmación?
—Una oportunidad en la que asumí el desafío de apretar el botón fue durante el Rosariazo en el año 69, yo tenía unos 13 años. Vivía en la calle Oroño entre San Juan y Mendoza y desde el balcón de mi casa se veían disturbios y columnas de humo, recuerdo que hice tomas y filmaciones en ese momento. También recuerdo que a los 17 hice Dolor de cabeza, mi primera película a la que solía excluir de mi filmografía porque está mal terminada, era la audacia de un muchachito de 17 al que no le importaba averiguar precisiones técnicas. Yo no tenía idea de que hacía falta alguna tecnología de sincronización entre imagen y sonido. Todo lo que aprendí lo hice a través de la práctica, y ésta me enseñó que no se puede registrar imagen y sonido cada uno por su lado sin que haya algún vínculo de sincronización entre ambos.
—¿Sabe que el documental que hizo es uno de los principales recursos didácticos que se utiliza en los profesorados para comprender la experiencia de Escuela Viva en el país? Su obra es una herramienta didáctica, ¿qué opinión le merece esto?
—Sí, y eso es una gran premio para mí. Empezando por los afortunados hechos que te conté desde el principio, que la maestra Beatriz viniera a proponerme registrar esa experiencia, que luego apareciera Bauer para ayudarle a hacerla en 16 mm, y después encontrarme con que la película tuvo esa recepción, todo eso es un gran premio para mí. Hay que decir que el Irice fue muy importante para la realización del documental, porque ellos concentraban el material, las fotos, trabajos y cuadernos de los alumnos.
—Lo cierto es que sin la película “La escuela de la Señorita Olga”, no se hubiese conocido masivamente lo que sucedió en la Escuela Carrasco.
—Eso es precioso para mí. Y creo que tuvimos la suerte de llegar en el momento justo a recoger la palabra de los ex alumnos, porque 30 años después hay muchos que ya no están entre nosotros.
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En el estudio del director se lucen sus trabajos, recuerdos de juventud y la imagen de la admirada Leticia Cossettini.
Virginia Benedetto
—Con su trabajo también aportó a una especie de pedagogía de la memoria, porque rescató del olvido una experiencia pedagógica relevante en Latinoamérica.
—Sí, y como mensajero estoy dichoso. Me siento un mensajero, porque transmití el mensaje de esa flor de escuela que llevaron adelante Olga y Leticia.
—Durante mucho tiempo también se dedicó a viajar para llevar la película a distintos rincones del país.
—Si viajé mucho, fundamentalmente por toda la provincia de Santa Fe. El gremio docente Amsafé me contrataba para ir a las distintas ciudades a mostrar la película en su formato original de 16 mm, cuando todavía no estaba hecha la copia a video VHS, y ahí iba yo en mi doble condición de realizador, presentador y proyectorista de la película.
—Esta obra le valió muchos premios y reconocimientos, ¿alguno de ellos fue especial?
—La respuesta del público fue el mas especial. Hace poco estaba revisando un email que tenía guardado impreso y un muchacho me contaba que a una familiar que estaba enferma, un médico le había recetado ver la película de “La escuela de la Señorita Olga” para levantarle el ánimo, eso es un premio.
—Cuénteme sobre su nuevo trabajo, “Araldo”, cineasta obrero”.
—Ese es otro trabajo que como vos decís es arqueológico, porque Araldo fue uno de los pocos realizadores antecesores míos en la ciudad. Cuando yo empecé a hacer películas éramos solo un puñado, con la singularidad de que Araldo era un obrero de la construcción, era pintor de brocha gorda y de caballete. La idea es rescatar del olvido la historia de este cineasta obrero, porque las nuevas generaciones de realizadores no conocen de él. Es un proyecto para el que estamos preparando el rodaje.