Las últimas tres palabras que dijo Napoleón antes de morir fueron: “Francia, ejército, Josephine”. Y esa es la esencia de la película de Ridley Scott, quien recibió críticas dispares por “Napoleón”, pero injustamente tuvieron más difusión, como suele suceder, las malas que las buenas. Hay algo que no se puede soslayar: esta no es la mejor película de Ridley Scott (¿cómo compararla con “Blade Runner”, “Alien, el octavo pasajero” o “Thelma & Louise”, por nombrar apenas tres?) y quizá tampoco sea la mejor sobre “Napoleón”, aunque en la web hay un top ten que la ubica primera. Pero eso no quiere decir que estemos hablando de una película fallida. Scott sabe como pocos escenificar conflictos bélicos -ya lo demostró ampliamente en la oscarizada “Gladiador”- y también conoce el universo de a Napoleón Bonaparte, que lo expuso en la inolvidable “Los duelistas” (1977). Pero aquí, el realizador apuntó a mostrar la ambición de poder de Napoleón, pra lo cual tuvo que recurrir a la cantidad de batallas que hizo en su gesta por defender Francia. Hay números escalofriantes. Napoleón libró 61 batallas en las cuales perdieron la vida más de 3 millones de soldados bajo su mando, sin contar las bajas del enemigo. Esa situación lo plantea como alguien que, al menos, genera sentimientos encontrados. Es un héroe pero también un depredador. Y Scott lo va mostrando, cronológicamente, desde cuando arranca su cruzada tras la cabeza decapitada de María Antonieta (gran escena inicial) hasta sus dos exilios obligados en islas lejanas, uno en Elba y otro en Santa Elena. Ese derrotero, que a veces suena a guía de enciclopedia, es necesario para entender la personalidad de Napoleón, interpretado por un Joaquín Phoenix que, en rigor, podría haber explotado un poco más. Quizá había quedado la vara muy alta con “Joker”, pero se esperaba un Napoleón más extremo aquí, y no se lo ve, más allá de alguna que otra sutileza propia de Phoenix que también se disfruta. Con batallas excelentemente filmadas, Scott muestra una Francia de fines de 1700 y 1800 en donde todo se decidía en modo salvaje. Si el pueblo se revelaba en la calle lo bajaban a tiros, si un senador no cumplía con sus obligaciones se suicidaba delante de todos, y en ese devenir la figura de Napoleón seduce, conmueve, arde. Lo maravilloso del director fue que en ese contexto despiadado resalta una historia de amor, que es la de Josephine (la gran actriz Vanessa Kirby) y Napoleón. “No soy nada sin tí”, le dice en él en sus cartas mientras sabe que su poder crece pero puede morirse de un cañonazo en la próxima batalla. “Francia, ejército, Josephine”, solo tres palabras, pero la última, la del suspiro final, significa amor. Los salvajes, según Ridley Scott, también mueren por amor.