En el bar ubicado en la esquina de San Lorenzo y Sarmiento de Rosario un grupo de mujeres pasan largas horas jugando al burako y al rummy. Tienen edades y vidas diferentes, pero las ganas de pasarla bien las encuentra todos los martes, jueves y sábados entre fichas y cafecitos.
La más joven está por cumplir 60 y la más grande supera los 90 cómodamente. Hay tres décadas entre una y otra, y en el medio entre ellas existe una importante diversidad etaria: hay quienes se encuentran en sus 70 y otras atravesando sus 80. Algunas enviudaron, otras no. Algunas se conocían de antes, pero la mayoría se encontraron y conocieron en las mesas de los bares.
No obstante, todas ellas charlan, se ríen y juegan. A veces se juntan desde temprano a almorzar y pasan el mediodía y la tarde juntas, hasta que a las ocho de la noche el bar Calabaza, en Sarmiento y San Lorenzo, debe cerrar sus puertas y las mujeres tienen que, obligadamente, abandonar sus mesas. De lo contrario aseguran que se quedarían más tiempo.
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Leonardo Vincenti / La Capital
De hecho, algunas de ellas también se juntan en el histórico bar El Cairo, en Sarmiento y Santa Fe. Ahí sí: juegan y charlan hasta altas horas de la noche. El tradicional espacio rosarino alberga a aquellas que consideran que terminar la jornada a las ocho es demasiado temprano: las más nocturnas se refugian en la esquina de Fontanarrosa y Serrat, donde pueden estar hasta las doce de la noche o más, cuando el cansancio o los mozos las echan.
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En ambos bares ya son habitués, los mozos las conocen y otras personas familiarizadas con aquellos espacios también. Además del grupo sentado a la mesa, muchas veces se puede encontrar a gente parada alrededor: conocidos de las jugadoras que frenaron unos minutos a charlar. Eso sí: el juego casi que no puede interrumpirse, así que quien charla con alguien de afuera debe mantener los ojos en la fichas.
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Quienes entran y no las conocen las observan de lejos. Es que es imposible pasar por alto su presencia: nadie puede ignorar que en aquellos bares tradicionales de Rosario se arma un ineludible sector lúdico gobernado por un grupo de mujeres que copan el lugar.
Es que el encuentro ya se volvió un ritual que ninguna quiere perderse. "Cuando enviudé empecé a venir acá y fuimos armando un grupo grande”, relata Nancy, sentada en la mesa del bar Calabaza frente a un gran ventanal mientras tiene sus fichas en la mano. "Yo trabajaba en la farmacia Inglesa y algunas de las que juegan acá eran clientas. Pero la mayoría nos conocimos jugando", expresa.
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"Hoy vinimos a almorzar, así que estamos desde el mediodía y nos vamos a quedar hasta las ocho, cuando cierre el bar", cuenta Nancy. Las mesas donde están sentadas las ocho mujeres es un perfecto caos: el mantel verde, fichas por todos lados, vasos de agua y soda, e incluso algún que otro pocillo vacío. A veces juntan las mesas y se arma un gran espacio de juego, otras se mantienen en pequeños grupos y hay varios focos lúdicos.
"Estar acá, pasar las horas, jugar. Eso es lo que más nos gusta", dice Nancy. "Ella (señala a la compañera que tiene en frente) también juega otros días. Se va al bar El Cairo", cuenta. Con un gesto y pocas palabras, su amiga da a entender, entre risas y con cierta complicidad, que en el mítico bar rosarino aprovecha para jugar la mayor cantidad de tiempo posible.
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Este grupo heterogéneo de mujeres vive en el centro y los bares que eligen para pasar sus tardes les quedan más que cómodos. Pero la facilidad del encuentro no quita el carácter de evento que posee la jornada. Con o sin bastón, las mujeres se arreglan, se perfuman y se maquillan. Lucen sus uñas bien pintadas y sus pulseras, anillos, collares. Así le agregan un brillo particular a esos bares céntricos que son consumidos por la vorágine de la cotidianidad.
Burako y rummy, los juegos que generan comunidad
Lo cierto es que estos juegos tradicionales suelen verse en los bares o los diversos clubes de la ciudad. En general, son las mujeres las que lo juegan y hay una postal que se repite: un grupo numeroso de personas alrededor de una mesa, a veces redonda, a veces rectangular, con el característico mantel verde y las fichas inundando los espacios vacíos.
Es así: estos juegos vuelven a las raíces, a los tiempos sin pantallas, donde el encuentro cara a cara es el único posible y jugar sólo no es una opción. Son actividades en sí mismas, que permiten el encuentro, el intercambio y la conformación de amistades que de otra manera no hubieran sucedido. Son, en definitiva, un paisaje típico de la ciudad, pero también de toda la Argentina.
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El burako es un juego de fichas entre 2 y 4 jugadores, donde el objetivo es formar combinaciones de escaleras (mismo color y números consecutivos) o tríos (mismos números y distintos colores). Cada jugador comienza con quince fichas y en su turno roba una ficha, juega combinaciones si puede y descarta una. Cuando un jugador se queda sin fichas, toma un pozo, o sea, otro conjunto de once fichas y sigue jugando. El juego termina cuando alguien se queda sin fichas luego de haber tomado su pozo.
El rummy, por su parte, es un juego muy similar al chinchón. Participan dos o más personas y el objetivo es formar combinaciones: escaleras, tríos o cuadras. Al igual que su análogo en los naipes, el juego termina cuando uno de los participantes logra colocar todas sus fichas en la mesa y descartar la última. Ahí se suman los puntos de las fichas jugadas y se restan las que quedaron en mano.