Estamos hablando de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), que el último viernes de julio tuvo su “primera vez literaria” en Rosario, presentando su obra frente a un puñado de espectadores en la casona Yiró (San Lorenzo 2157). “Me pone muy triste que se haya quedado afuera tanta gente, me están escribiendo un montón de personas que no pudieron entrar, poné esto en la nota, por favor”, pidió a la mañana siguiente, mientras empezaba esta entrevista con Cultura y Libros en el solarium de un hotel del centro. Es que la actividad, organizada por Encuentro Itinerante, tuvo “aforo”, es decir, capacidad reducida por protocolo sanitario. En total se anotaron más de doscientas personas y solo pudieron entrar cincuenta, esta cronista incluida.
“A mí no me molesta para nada que me interrumpan, que me pisen, al contrario, me encanta. Con una amiga hablamos las dos al mismo tiempo, una encima de la otra. También es un ejercicio de actuación, a ver, hagamos la prueba", desafió Harwicz a los anfitriones y entrevistadores, Nicolás Manzi y Tomás Trapé, para entrar en calor y achicar distancias con el público. Allí la autora también compartió su mirada sobre el arte “como una experiencia radical” y “la creación artística como el gesto de salir de la vida ordinaria”, tal como postulaban los dadaístas. En otro orden de cosas, además, aclaró que ella se toma “el feminismo muy en serio”. Después, en la entrevista, ahondó en el tema: “La hipervisibilidad de las mujeres es una especie de venganza histórica que yo considero justa, pero por otro lado las mujeres, la mayoría, están reducidas a una especie de voceras propagandísticas de causas nobles, y yo me siento absolutamente subestimada si tengo que ser portadora de una voz de algo, hoy las mujeres están limitadas a eso”. Harwicz da la nota mientras prepara su regreso a Buenos Aires, porque en pocos días empieza su otra partida, la más grande, hacia Francia. “Estoy muy emocional, siempre que me estoy por ir de Argentina me pongo así. Me voy con veinticinco kilos de libros en una valija. Pero no me quiero ir”, confiesa, entre una cosa y la otra, en el medio de una charla eléctrica, llena de interrupciones y de fogonazos.
–El lirismo de tu narrativa, ¿tiene que ver con el uso y desuso del castellano? ¿En qué idioma escribís, realmente?
–La respuesta obvia es que sí, escribo en español, en español porteño de 2007, que es cuando yo me fui a vivir a Francia y cada vez que vengo actualizo el modo de habla, pero mientras estoy allá no lo practico en lo diario. Entonces me queda una desactualización, una distancia que para mí es provechosa, yo me aprovecho de esa desactualización, yo escribo en una lengua en desuso, me parece. Lo dije muchas veces pero mi escritura está hecha de eso, no es un adorno, ni un agregado.
–Después de leerte se me ocurre que la violencia en el lenguaje es un rasgo de toda tu obra…
–Siempre uno se pregunta: ¿cuál es el tema de una obra? ¿Sobre qué escribe Onetti, sobre qué escriben Pizarnik o Nathalie Sarraute? Y a veces “el tema” de cada autor no es lo que parece. Escribir desde una plataforma ideológica es más fácil, programático, estoy contenida por el motivo y la causa, pero la experiencia de escritura es totalmente la contraria. De todas maneras yo creo que sí, que mi escritura en lo macro y en lo micro está atravesada por capas de violencias diversas, eso que se traduce en el estilo, que uno está acostumbrado a llamar estilo, la forma, la música. Y eso en realidad es una traducción de la violencia que tiene todo escritor. Uno cuando escribe pone mucha puntuación, separa en capítulos, hace muchos cortes, pero no es que la forma sea independiente de la violencia, sino que de la violencia nace la forma. Porque no es que yo escribo sobre cosas violentas, la violencia ya es la forma.
–La violencia de las cosas que están vivas...
–Sí, en la charla decíamos que esta época intenta algo que es imposible y que algunos le adjudican a eso una causa noble, y también hay otros –como yo– que piensan que es puro cinismo. Esta época en Occidente intenta erradicar la violencia. ¿Lo logra? No, sabemos que no lo logra, pero no importa. Hablemos de la causa, la utopía que es la cruzada contra la violencia, la violencia en el aula, por ejemplo: no se puede decir esto, no se puede decir lo otro, no estigmatices, no cosifiques, no ridiculices, no señales al diferente, al inmigrante, al enfermo y hay quienes ven en eso una causa noble aunque fracase, y hay quienes piensan –como yo– que es un gesto cínico y perverso: el hombre es violento y erradicar la violencia es imposible y menos, mucho menos, erradicar la violencia del lenguaje y del arte.
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–¿Pero qué efectos tiene ese intento de reprimir la violencia en el discurso? En todo caso, se potencia…
–Claro, eso es del psicoanálisis, si no podemos hablar hay pasaje al acto, igual el habla también es un pasaje al acto, y eso funciona perfecto en el arte como una evidencia absoluta, por eso está todo mal pensado cuando dicen de Blancanieves “¡No, que el hombre no la bese cuando está durmiendo, porque es un beso no consentido!”, porque entonces se extrapolan conceptos de la civilización, del orden social, como el término consentimiento que es recontracontemporáneo a la literatura de los hermanos Grimm. ¡Por supuesto que está bien que el consentimiento sea una ética para los vínculos! ¿Pero cómo vas a extrapolar eso al arte?
–Hablando de consentimiento, ¿qué opinás sobre la polémica que se desató en Francia con el libro de Vanessa Springora? Gallimard bajó de su catálogo toda la obra de Gabriel Matzneff, el escritor denunciado.
–El consentimiento fue publicado a principios del año pasado y salió al mismo tiempo que Matate amor en francés, así que ¡vaya si lo recuerdo!, porque tapó y dejó en el olvido todos los libros que salieron con él, los eclipsó, fue el gran escándalo. Como fenómeno es muy complejo, porque por un lado está bien que haya denunciado el abuso dentro del campo político de la izquierda literaria francesa, contrastar esa especie de aura que tienen los franceses de izquierda de los 60, 70 y 80, y lo que pasaba de verdad: violaciones, acoso, abusos y pedofilia. Y por el otro lado está el mercado que se aprovecha de eso cínicamente para vender, al mercado no le importan las mujeres, entonces a veces es difícil apoyar algunas causas cuando sabes que está el mercado atrás fagocitando todo. Hay una marca de zapatos muy conocida en Francia que en la última temporada la modelo, su musa, es una mujer negra que hace de marginal. ¿Qué va a pasar el día que no les sirva más eso?
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–En la entrevista con Giampaolo hablaron de la explotación que hace el capitalismo del estatuto de la víctima, sobre todo en el arte. ¿Cuál es tu ética como escritora frente a esas pautas?
–Si uno habla con una víctima, de verdad que no quiere saber nada con eso. Ninguna víctima de la Shoá, sobreviviente de un incendio, de la guerra o de una violación quiere llevar el epíteto de víctima, es un fardo, es insalubre, no hay nada de lo que quieran deshacerse más. Imaginate un minuto ese peso, es tortura psicológica encarnar socialmente a la víctima todo el tiempo. En cambio la ética es todo lo contrario, debería interceptar eso. Por ejemplo, hay un autor que no es conocido acá, Jean Améry, un sobreviviente de Auschwitz que después se suicidó, como Paul Celan, y él dice: “No les voy a entregar a los animales haber sido víctima de los alemanes. No voy a darles el gusto de que se aprovechen de mi estatuto de víctima”. No entregarle al mercado lo más preciado, lo que hace que uno sea un individuo, la singularidad de la experiencia humana, ceder a otros mi testimonio para que hagan uso de eso… Pero, ¿quién tiene esa ética? Son cuatro y se suicidaron todos. Hay otro autor húngaro, Imre Kertész, que publicó novelas sobre su experiencia en Auschwitz y les dijo a sus traductores franceses: “Una sola cosa les quiero pedir: no lo embellezcan”, y eso para mí es una posición ética, es todo lo contrario de La lista de Schindler, es todo lo contrario a hacer un show de la víctima, y eso no lo hace casi nadie. Si vos me preguntas cuál es mi ética, a lo que yo aspiro, cuál es mi faro, es eso, no instrumentalizar mi dolor. Todos sufrimos, es la vida, estar vivo es estar sometido a una violencia permanente del otro y de uno mismo como dijimos antes, bueno, yo trato de no instrumentalizar mi dolor. Y la ética de un escritor se puede ver en cada frase de una novela. Hay novelas que son chantajes al lector: “Si querés llorar, llorá”, el amarillismo, y después el lector decide.
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–En la charla hablaste de Virginia Woolf y James Joyce, competidores virtuosos que hicieron vanguardia al mismo tiempo ¿Quiénes son tus contemporáneos que la van a romper?
–Es genial e inédito lo de Woolf y Joyce, contemporáneos, revolucionaron la forma, fueron vanguardia escribiendo al mismo tiempo. Los muertos hablan, los escritores pueden hablar a una distancia de dos o tres siglos, pero ellos lo hacen en la misma época sin haberse leído uno al otro. Yo escribo fuera de tiempo, en el pasado. Es como si escribiera hace setenta años, mi escritura es de entreguerras, quizás por la influencia de mis lecturas. Pero contemporáneamente, no lo sé, no es que no me la quiera jugar pero no tengo distancia crítica para pensar quiénes de los que escriben hoy van a permanecer, lo que sí sé es quiénes son los que no, los que van a ser olvidados, que son los que escriben según lo pautado, según lo que el mercado espera de ellos.
Se hace camino al andar
El año pasado Encuentro Itinerante produjo una serie de reportajes a través de su canal de Youtube. De allí surgió el libro La literatura frente al Estado y el mercado, que reúne las entrevistas que Nancy Giampaolo les hizo a Martín Kohan, Alan Pauls, Ana María Shua y Ariana Harwicz. Las conversaciones giran alrededor de la remanida “corrección política” en el arte y la industria cultural. El libro fue producido y editado de manera conjunta con los sellos locales Casagrande y Último Recurso. Con la presencia de Harwicz en Rosario, Encuentro Itinerante retomó la gestión de actividades culturales presenciales pero sin abandonar la virtualidad, donde han crecido exponencialmente en poco tiempo. Durante la cuarentena, su canal de Youtube alcanzó miles de suscripciones.
“La idea desde un principio fue la de promover discusiones que no encuentran cabida en los canales tradicionales, y muchas veces tampoco en los alternativos”, explicó Tomás Trapé acerca de esta plataforma que propone, además, asociaciones con editoriales, espacios culturales y librerías. “Durante la cuarentena contamos con el aval de diversas figuras del campo cultural que entrevieron la posibilidad de ensayar reflexiones más allá del establishment biempensante. Hoy ya nos encontramos retomando la presencialidad”, contó.