Luciano Méndez cumplió hace poco 27 años y desde que tiene memoria, dice, su vida está unida al Paraná. Aprendió de su papá el arte de la pesca y esa labor se convirtió en el principal ingreso familiar. A su papá, le enseñó su abuelo y a su abuelo su tata, pero el no imagina ese futuro para sus hijos. "La vida del pescador es dura, durísima", dice parado junto a la lancha a la que se subió muy temprano para tirar las redes que recogió casi vacías al mediodía.
La inédita bajante del río Paraná no solo afectó la producción de agua potable o la carga de buques en los puertos, sino que expuso los problemas de las comunidades de pescadores artesanales que se acercan a la extensa costa de la ciudad, desde La Florida hasta El Mangrullo, a ganarse el día. El retiro de las aguas transparentó las tensiones relacionadas a la sobreexplotación del recurso y a la informalidad de la actividad. La pesca es poca y hay que salir a buscarla.
Méndez es uno de los tantos pescadores que trabajan en la bajada del Acuario del río Paraná, el complejo de investigación y divulgación inaugurado hace tres años en el parque Alem. Antes de la pandemia de coronavirus, en ese lugar solían trabajaban entre 15 y 20 pescadores, pero ahora está "mayormente solo" porque el pescado "ya casi no sale".
Lograr una buena pesca en estos meses no es fácil. Hay que moverse en el río hasta la zona del parque España. Hay que armar "una canchita" con las redes. Hay que volver y esperar, dos, tres horas. Y los mayores traslados encaren el costo de la jornada y al final del día, de muchos días, se sale "casi derecho".
Sacarle al Paraná un buen día de trabajo es más complicado desde que el río empezó a perder altura. No solo porque hay que salir a buscar los peces, sino también porque las redes se enganchan y se rompen con mayor facilidad por la cantidad de materiales que arrastra el agua; troncos de árboles, piedras o bloques de cemento producto del desmoronamiento de barrancas o del dragado de los accesos a las guarderías náuticas.
"Te da una bronca enorme porque vos están luchándola día a día, con frío, con lluvia, todo el día acá y, a veces, terminás pescando para que se llenen los bolsillos lo de los frigoríficos", explica Luciano.
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Luciano Méndez tiene 27 años y aprendió el arte de la pesca cuando era un niño.
Celina Mutti Lovera
Oficio de familia
Los Méndez nacieron y se criaron en el barrio La Florida, sobre la bajada Gallo, cuando todo era cañaveral y la calzada no estaba pavimentada ni era recorrida cada verano por los miles de bañistas que se acercan a las playas de la costanera norte. Hace 50 o 60 años, los Méndez salían todos los días a remo, o a vela, y podían pescar "surubises (sic) de unos 60 kilos, en cantidad", recuerda Luciano.
Desde entonces la actividad cambió mucho, también la disponibilidad del recurso. Para los pescadores artesanales, gran parte de la responsabilidad por la depredación del Paraná está en la demanda de las plantas frigoríficas de Entre Ríos. "Los frigoríficos de Victoria te exigen el pescado de 42 centímetros para abajo, porque lo utilizan para hacer alimento para animales o para exportación. A nosotros, que vendemos al público, ese pescado tan chico no nos sirve porque nadie quiere un sábalo de menos de tres quilos", afirma y advierte que "los frigoríficos se llevan boguitas, sabalitos o doraditos muy chiquitos. Ahora que esta todo seco, agarran las lagunas encerradas y se llevan todo".
Para Méndez, "los barcos de Victoria matan todo". Las redes que utilizan, describe, son de tansa y de malla muy chicas. "Las tiran por todos lados, desde el arroyo Ludueña hasta el puente Rosario Victoria llenan todo de redes y sacan pescaditos así", dice separando los dedos apenas unos quince centímetros.
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Juan Cariboni cuestiona la depredación del río. "Cuando suba el agua vamos a tener dos o tres años sin peces", dice.
Celina Mutti Lovera
Días de veda
Gran parte del volumen de pesca del Paraná va a parar a los frigoríficos que, según la época o la especie, pagan entre 20 y 80 pesos el kilo de pescado. En julio pasado, la provincia de Santa Fe extendió la veda pesquera, con el objetivo de lograr una protección biológica del recurso. Desde entonces, la captura está habilitada sólo entre martes y jueves. Para compensar los efectos de la reducción de días de trabajo se dispusieron subsidios de entre 10 y 15 mil pesos para los pescadores.
Pero la ayuda no llega a todos, subraya Juan Cariboni, otro de los pescadores que acerca su bote a la bajada del Acuario y pide la palabra para denunciar "la matanza" que se está produciendo en la zona de islas. "Cuando termine la bajante y vuelva a subir el agua van a estar dos o tres años sin pescado, por todo lo que se fue depredando", pronostica.
Aún así, cuestiona los efectos de la veda y señala que la ayuda económica no llega a todos las las familias que encuentran en el río su sustento. "Nosotros vivimos al día y ahora podemos trabajar sólo la mitad de los días de la semana", se queja y recuerda que la veda se anunció 20 días antes del cumpleaños de quince de su hija: "En casa lloramos todos, las consecuencias de la veda son no poder darle lo que uno quiere a los hijos, comer menos, buscar ropa o zapatillas más baratas".
Los pescadores, advierte, son el eslabón más frágil de la cadena de comercialización del pescado, de la que acopiadores y frigoríficos se llevan los mayores ingresos. "El Estado podría intervenir con puertos fiscalizadores y políticas para blanquear esta situación. Y nosotros pasar a la formalidad y tener un empleo en blanco", propone enumerando parte de los reclamos que enarboló el primer Plenario Interprovincial del Pescador Artesanal del Delta del Paraná, que se realizó hace tres semanas en Ramallo y del que participaron cooperativas y asociaciones de pescadores de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe.
Unas 4 mil familias
En la tradición católica, Stella Maris es la virgen protectora de los marinos, embarcados, canoeros y pescadores. La Gringa Ledesma recibió ese nombre como un destino. La mujer está frente a uno de los puestos de venta de pescado de la Rambla Catalunya. Una de las ferias más concurridas de la ciudad, "donde los pescadores cambiamos la canoa por exhibidores de cemento", señala, y desde donde vio llegar muchas crecidas del río, pero ninguna bajante tan prolongada e intensa como la actual.
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"Cambiamos la canoa por mostradores de cemento", dice Stella Maris.
Celina Mutti Lovera
Se estima que en la provincia hay unas 4.500 familias que viven de la pesca. Stella Maris advierte que muchas veces la labor del pescador artesanal está invisibilizada, pero que sobre todo se sabe muy poco de las mujeres que se dedican a esa actividad y de las que, como ellas, "mantienen la cultura milenaria del arte de la pesca", como la define.
"Muchas veces parece que el pescador de río no existe, la familia del sector pesquero no existe, somos habitantes y colonizadores del agua, de las islas y de la costa, pero nadie nos ve", señala y afirma que "el pescador cuida el ecosistema" porque es parte de su cultura, de su historia y de su economía.
"El pescador no depreda, cuida a los productos del río porque está dentro de nuestra cepa, de chicos nos enseñaron a cuidar lo que nos da de comer, lo que hace crecer a cada gurí y cada gurisa que hoy van a la escuela para que tengan lo que nosotras nunca tuvimos", subraya con la vista perdida en el río, que cada vez carga menos agua, que cada vez parece más lejano.