Lucía Puenzo sintió que le faltaba el aire cuando escribía "Wakolda". "Era un material un poco tóxico, tenía ganas de sacármelo de encima", admite a Escenario la directora de "XXY" y "El niño pez", que este jueves presentará su tercera película "Wakolda", que aborda los perversos experimentos con humanos de Josef Mengele, conocido como "El ángel de la muerte", y el vínculo con una familia argentina.
El filme de premiada realizadora, hija de Luis Puenzo, está protagonizado por Natalia Oreiro, Diego Peretti, Elena Roger, Alex Brendemül y cuenta con el debut actoral de Florencia Bado. Tras ser aplaudido en el Festival de Cannes, participará en San Sebastián, Biarritz y Montreal y antes de fin de año se estrenará en 25 países.
—¿Por qué decidiste hablar sobre un personaje tan perverso?
—"Wakolda" fue primero una novela, mi última novela, que escribí un año y medio antes de empezar el guión, y no estaba destinada a ser una película. Cuando empecé a escribir sobre esta familia que encuentra a un alemán en medio de la ruta del desierto ni siquiera era Mengele. Se trataba de un alemán que se escapaba de algo, y mientras escribía se fue transformando en Mengele y en todo ese universo del Angel de la Muerte que trae encima. Yo escucho hablar de él y de muchas otras historias de tantos jerarcas nazis que se evaporaron en nuestro país desde que tengo 15 años, ese tema me horrorizó y me fascinó al mismo tiempo.
—¿Cuánto hay de ficción y cuánto de verdad en la historia de tu película?
—De ficción y de realidad hay una mezcla hilvanada, es real que Mengele vivió en Buenos Aires, que figuraba en la guía telefónica, que tuvo una farmacia, que se movía con total impunidad y que se escapó, se evaporó de Buenos Aires y reapareció en Paraguay tiempo después. En muchos libros de historia dice que él estuvo por Bariloche y también aparece en todos los libros de historia sobre una voluntaria del Mossad (personaje de Elena Roger). Lo que es ficción es esta familia con la que se encuentra, que son los personajes de Diego Peretti y Natalia Oreiro, y el vínculo de ellos con él.
—¿Cómo hiciste para imaginar que un personaje tan perverso como Mengele pueda transformarse en seductor?
—Es algo que hablamos muchísimo con los actores, eso de no caer en el estereotipo y la simplificación de que el malvado sea el que se ve venir a kilómetros de distancia y se olfatea su perversión. Muchas veces esos tipos, fuera de los campos de concentración, no podían dar rienda suelta a toda su maldad y fanatismo perverso, y estaban camuflados en un envase más peligroso todavía. Muchos eran hombres refinados, cultos. Mengele era un fanático de la música clásica, de la ópera, de las lecturas y hablaba tres idiomas. En todos lados hay testimonios de que era apuesto, se ve en las fotos. En los campos de concentración los niños lo llamaban Angel Pretty (ángel bonito), porque andaba con caramelos en los bolsillos, que lo hace más escalofriante ya que se ve por dónde él entraba a todos lados.
—¿Te costó el cambio de foco del libro a la película?
—Al pasar de la novela a la película hay cambios radicalmente distintos en algunos puntos de vista. En la novela se percibe alguien que ve el mundo como un gran laboratorio o un gran zoológico, y está diseccionando todo el tiempo particularmente la raza humana. Y sobre todo se da la paradoja de que este tipo tenía esta alergia enorme por el mestizaje y termina en un continente mestizo como es el nuestro, porque vive 30 años entre Argentina, Paraguay y Brasil. A mí eso me parecía una paradoja insólita y cuando adaptamos la novela era muy difícil de trasladar a la película, porque el punto de vista está totalmente cambiado. Y es la familia y la niña la que lentamente descubre a este monstruo que le pusieron bajo su techo, el enfoque es muy diferente. A mí lo que me pasaba es que, más que meterme con el costado bélico del nazismo, siempre me generó una mezcla de repulsión y de fascinación por el lado de la ridiculez, de la omnipotencia del nazismo de creer que podrían modelar genéticamente una nación entera, eso me pareció la cima de la omnipotencia.
—¿Qué temores o preconceptos sentiste al delinear en la ficción a un personaje que existió en la vida real?
—Estuve con la novela un año y medio en la soledad de la escritura, pero esta vez tuve una relación conflictiva con el material, a diferencia de otras novelas. Yo disfruto en mi vida mucho más escribir que filmar, y en los meses de escritura el texto es como un compañero que me gusta tener todos los días y cuando se termina me da nostalgia y siento como un duelo. En este caso fue todo lo contrario, terminé de escribirlo casi con la necesidad de entregarlo porque era un material un poco tóxico. Es que estar cerca de esa cabeza y buceando en esos textos del nazismo... la verdad que tenía ganas de sacármelo de encima. Yo nunca escribo pensando si le gustará o no a la gente, pero en este caso sí me preguntaba qué iba a pasar, porque cuando lo escribía también sentía la seducción que provocaba el personaje. Pero cuando me encontré con el editor, incluso en Alemania, que se editó cinco veces la novela, me sorprendieron porque entendí que el espectador o lector entiende que lo enfocamos desde la seducción del mal, desde el peligro de contar que el bien y el mal están muy cerquita, y que hay que tener más cuidado con eso. Y queda clarísimo que "Wakolda" no es a favor del nazismo, ni nada, sino que se le hace honor a lo monstruosos que eran estos tipos.
—¿Después de "XXY" y "El niño pez", "Wakolda" es tu película más comprometida?
—No sé si es la más comprometida. Las dos anteriores son películas que quiero mucho, con todas las cosas malas que les veo obviamente (risas). La primera salió de un cuento de Sergio Bizzio, mi pareja, que yo admiro, respeto y me encanta lo que hace, y como todas las primeras películas tiene un lugar muy especial en la vida de un director. "El niño pez" está basada en mi primera novela y no imaginaba que la iba a filmar yo, pero sí imaginaba que se iba a convertir en una película. Y "Wakolda", aunque no lo parezca, sigue dando vueltas sobre temáticas bastante cercanas a las anteriores. Yo les veo muchos puntos de contacto con "XXY" entre las dos protagonistas: Alex (el personaje que compuso Inés Efrón) y Lilith (Florencia Bado), esta niña con problemas de crecimiento que tanto su madre como el personaje de Mengele quieren normalizar, entre comillas, y hacer crecer a la fuerza. El cirujano de aquella película y este médico fanático también tienen puntos de contacto.
—¿Te sorprendió la actuación de la debutante Florencia Bado?
—Cada vez trabajo más con las mismas cabezas de equipo, y escucho mucho a un par de personas que trabajaron conmigo en el tema de los castings. Y una de ellas fue María Laura Berch, que hace casting y trabaja con adolescentes y niños. Empezamos a buscar durante 8 meses y vimos a 900 chicas, hasta que María Laura encontró a Flor a la salida de un colegio en Avellaneda. Flor nunca había hecho teatro y le propuso hacer una prueba. Fue una revelación, es muy impactante que alguien que nunca tomó una clase de teatro en apenas seis meses haga lo que hizo en un rodaje.
—¿Fue complicado hacer un filme en alemán y en castellano?
—No tenía noción de la complejidad. Fue un trabajo microscópico. Pero todos trabajaron mucho y ningún personaje está doblado.