El autor de “El dólar, historia de una moneda argentina”, repasó la relación de la sociedad y la divisa a lo largo del tiempo. Analizó las promesas de salida del cepo y dolarización, a la luz de la necesidad de "gobernar el mercado cambiario para gobernar el país"
Por Alvaro Torriglia
El sociólogo Ariel Wilkis presentó en Rosario la nueva edición de su libro.
El dólar es una pasión argentina. Pero su popularidad no se construyó de un día para el otro sino a lo largo de una historia en la que su significado social fue variando. Los sociólogos Ariel Wilkis y Mariana Luzzi investigaron este largo camino hacia esa “familiarización”, desde una mirada que excede el estricto análisis económico. En 2019 publicaron el libro “El dólar, historia de una moneda argentina”. Una nueva edición de la obra, actualizada con datos y análisis que llegan a enero de 2025, fue presentada recientemente en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), en el marco de las jornadas de intercambio académico organizadas por Surplus y Cetypepss, en conjunto con la Facultad de Ciencia Política. Wilkis, decano de la escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín (Unsam), ahondó sobre los motivos de este amor cambiaria con altas implicancias políticas. A tal punto que permitió a un candidato ganar la presidencia con promesas de dolarización, luego arriadas por imperio de “la vieja ley de la democracia argentina que dice que para gobernar hay que gobernar el mercado cambiario”.
—¿Cómo se hizo tan estrecha la relación del dólar con los argentinos a lo largo de la historia?
—La historia que cuenta el libro es la del lugar del dólar en la sociedad argentina, observada desde las dinámicas, políticas, económicas y culturales. Tratamos de rastrear en el tiempo, lo más lejos posible, las huellas y la incidencia del dólar en la sociedad, en la política y en la cultura argentina. Y eso nos llevó a la década del 30. Hoy nos aparece como esa moneda clave para ahorrar pero para convertirse en eso tuvieron que pasar varias cosas. La conversación sobre el dólar estuvo casi siempre en manos de los economistas. Mariana y yo somos sociólogos de la economía y nos propusimos hacer preguntas que no se habían formulado. La principal, no la única, es cómo una moneda extranjera se convierte en una moneda popular y, en un sentido más directo y más claro, familiar.
—Dicen en el libro que, además de una moneda central para ahorrar, pagar en determinados mercados y calcular, se usa también para interpretar lo que pasa en la política y la economía. ¿Cuáles fueron las condiciones que permitieron esto?
—Esos diferentes usos se fueron desplegando históricamente. Uno de los dos ejes que recorremos desde 1930 a enero 2025 está vinculado con los repertorios financieros: la moneda de ahorro, de pago, de cálculo. Por ejemplo, nuestra cabeza está formateada para hacer cálculos en dólares por más que probablemente no toquemos uno. Y eso es muy importante para nuestra vida cotidiana. El segundo eje es el lugar que el dólar tiene en el espacio público, en la cultura masiva. Y ahí miramos obras de teatro, cines, literatura, humor gráfico y televisivo para encontrar y construir una serie de largo plazo que permiten ver su huella en la cultura de masas. Más allá de lo divertido, en sus monólogos Tato nos dice lo que pasa en la city porteña en la década del 60. No solo está haciendo chistes, está socializando económicamente. Porque escuchando Tato, Polémica en el bar, canciones en la cancha de fútbol, también aprendemos a vivir la vida económica más allá de los manuales. Por ejemplo, el pase de Maradona de Argentinos a Boca en el 81 fue el primer gran pase en el fútbol local tasado en dólares, y los hinchas de Boca cantaban: “Vale, un palo verde, se llama Maradona”. Pocas cosas forman parte de la cultura popular más que ese canto que hace referencia a lo importante que es Maradona, y tasa esa importancia en dólares.
—¿Cómo llegan a los años 30?
—Quisimos corrernos de la narrativa más estabilizada entre los economistas, que ubica el quiebre a fines los 70, cuando la dolarización va de la mano del endeudamiento externo y la apertura comercial. En esa pesquisa llegamos a la década del 30, específicamente a 1931, cuando se implementan los primeros controles cambiarios en Argentina y en muchos lugares del mundo, como parte de la reacción a la gran crisis financiera global. Por un lado, se empieza a prestar atención al mercado cambiario, porque a medida que se regula aparecen las controversias. Por otro lado, esas primeras décadas del 30 y 40 muestran un contraste con lo que iba a suceder después. No se habían firmado los acuerdos de Bretton Woods y el dólar no era la moneda dominante a nivel global. En Argentina hay en esa época una proto popularización del mercado cambiario, aparece un debate sobre las divisas en términos públicos pero todavía el dólar no ocupa un lugar central. Y es todavía un mercado de élites.
—¿Cuándo salta al gran público?
—A partir de fin de la década del 50. Y se consolida durante la década del 60. En un contexto de una gran devaluación como la del 59, que inaugura toda una década de microdevaluaciones y de alta inflación, el dólar se va estableciendo como una moneda que capta la atención de un público más amplio. En los 60, la prensa transforma su estilo de narrar el mercado cambiario, que salta de las páginas de economía a la tapa de los diarios, y se aborda con un lenguaje de fácil acceso al gran público. Luego aparece algo central en las publicidades, que popularizan el dólar en esa primera etapa. “Invertí en tal propiedad y vas a tener ganancias en dólares”, “Tomamos el dólar al valor anterior”, “Traé los dólares que ahorrás en tu casa”, son promociones que presuponen un público consumidor que entiende de qué están hablando, cómo funciona y cuál es el negocio. Aparece una dinámica de popularización.
—Hasta que en un momento, como mencionás en el libro, el dólar pasa a ser un derecho.
—Sí, pero para llegar ahí tengo que ir a la crisis de la convertibilidad, con parte de la sociedad movilizada que tiene sus ahorros en el banco y le reclama al Estado que le devuelva los dólares. El Estado había dicho que un peso valía un dólar y parte de la ciudadanía adoptó ese compromiso como una creencia profunda. Cuando se sale de la convertibilidad y se quiebra ese acuerdo, se moviliza para reclamar al Estado. Es la primera vez que aparece como un derecho la posesión de los dólares. Y es un dato político clave para los 24 años posteriores, cuando aparece un significado que ata derechos y dólar. Uno no puede entender parte del conflicto de la oposición movilizada contra el gobierno de Cristina Kirchner luego del 2011, cuando establece el primer cepo, sin entender que esa sociedad movilizada y opositora le reclamaba al Estado que le deje comprar dólares porque invocaba una lógica de derechos. Eso es un derivado del 2001. En la campaña electoral de 2015, una de las principales promesas electorales de Macri fue liberar el cepo. En ese punto fue ideológico, cumplió su promesa, y le costó muy caro. En la última campaña, la principal promesa de Milei fue la dolarización. Una táctica electoral efectiva que, al mismo tiempo, buscó atacar la inflación y a los políticos. Pero cuando llegó a la Casa Rosada apareció una veta pragmática y la dolarización quedó en un segundo plano. Paradójicamente, la nueva derecha es domesticada por la vieja ley de la democracia argentina, que dice que para gobernar hay que gobernar el mercado cambiario.
—Vos escribiste también “Una historia de cómo nos endeudamos”. ¿Hay una conexión entre la historia del dólar y la experiencia de los argentinos con el endeudamiento?
—Sí, La historia más conocida es la del endeudamiento público y mi intención fue poner en la conversación lo que pasa con las deudas de las familias. Las historias del endeudamiento público, el endeudamiento privado y el dólar en Argentina están íntimamente conectadas. La inflación impulsa la centralidad del dólar pero también acota la posibilidad de desarrollar un mercado formal de crédito en Argentina. Por eso la dinámica de endeudamiento en la Argentina se sostiene en gran parte en términos informales, arriba y abajo de la escala social. La contracara es que los momentos de estabilización vienen acompañados de aumento de la oferta de crédito y muchas veces del crédito en dólares. La convertibilidad es un gran experimento de eso. Entender cómo la salida de las crisis hiperinflacionarias se dan a partir de la estabilización y la expansión del crédito, permite entender mejor la hegemonía menemista. Cuando uno se coloca desde la experiencia de esa sociedad que, traumatizada por la hiperinflación, entiende el lugar de la estabilidad monetaria vinculada al dólar y el lugar del mercado del crédito y de acceso al consumo. Luego viene una segunda etapa en la cual eso se empieza a desmembrar y termina con la crisis de la convertibilidad. Que a su vez termina no solo con parte de la sociedad reclamándole al Estado que le devuelva los dólares que le prometió sino también con esas familias que compraron electrodomésticos en los primeros 90 llevándolos a las casas de empeño para conseguir plata.
Por Carina Bazzoni