Cuando en febrero de 1945 Churchill, Stalin y Roosevelt se reunieron en Yalta, en la península de Crimea sobre el mar Negro, pusieron punto final a una serie de acuerdos sobre el futuro de Europa ante la inminente caída del régimen nacionalsocialista alemán y el fin de la guerra. También fue el comienzo de la Guerra Fría, que se extendería por varias décadas.
En la última reunión del G-20 en China, que reúne a los principales países industrializados y emergentes (Argentina incluida), el conflicto en Siria concentró la atención de las superpotencias aunque no fue tema público de debate, sino que se lo abordó en encuentros bilaterales entre varios presidentes.
La guerra civil en Siria cumplió en marzo pasado cinco años y tiene un saldo escalofriante: 300 mil muertos y millones de refugiados, además de un país destruido. Lo que comenzó como un levantamiento interno contra el presidente Bashar Al Assad en el marco de la Primavera Árabe, que fracasó en todas partes menos en Túnez, concentra hoy la atención mundial porque la guerra se ha globalizado con la participación directa de varios países, entre ellos Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia, Jordania, Canadá e Irak.
En realidad, el objetivo de estas y otras naciones, nucleadas en una coalición internacional liderada por Estados Unidos, es luchar contra Estado Islámico, grupo terrorista que conmueve al mundo por sus crímenes. Estado Islámico proclamó hace dos años un califato en partes de Siria e Irak pero hoy está siendo acorralado y pierde territorio, hombres y fuerza militar.
Las potencias centrales descuentan que el fin de Estado Islámico está próximo y cada una pretende imponer sus intereses en la región porque se supone que con la derrota de esa banda terrorista se logrará alcanzar un cese al fuego que perdure. Pero todavía no llegó ese momento. Por eso, la tregua que había sido acordada hace pocos días entre Rusia y Estados Unidos duró menos de una semana.
¿Por qué? A los analistas de política internacional les llama la atención por qué el conflicto sirio no se ha podido resolver en todos estos años. En un artículo publicado por Max Fisher hace unos días en el diario The New York Times, se analiza este fenómeno. "La mayoría de las guerras civiles terminan cuando uno de los dos lados pierde militarmente, se queda sin armas o ya no tiene apoyo popular. Casi todas culminan en un acuerdo de paz porque ambos bandos están exhaustos", explica. El autor del artículo cree que esa situación no ocurre en Siria porque los sectores que combaten no están solos y son asistidos por poderes extranjeros cuyas intervenciones han suspendido el curso natural de los acontecimientos. "Tanto Assad como los rebeldes son abastecidos desde el exterior, por lo que sus armas nunca se acaban", dice.
Además de estas apreciaciones sobre el flujo de armamentos que llega a todos los grupos en combate en Siria, el fenómeno de una banda criminal como Estado Islámico (no es la única) que ha ocupado grandes superficies de terreno y se autoproclamara independiente es un caso inédito.
Ni Al Qaeda ni otros grupos terroristas llegaron a tanto porque tal vez no lo buscaron o no pudieron. Cientos de miles de personas permanecen aún hoy bajo el mandato de Estado Islámico, que impone sus propias leyes religiosas, que decapita "infieles", esclaviza sexualmente a las mujeres y arroja al vacío desde pisos altos de los edificios a homosexuales, además de destruir monumentos históricos que son patrimonio de la humanidad. Pero no sólo se conforma con esas "delicias" macabras que sacuden al mundo sino que riega de muertos a Europa y a países de la región en todo tipo de atentados. Turquía, después de un semestre con una decena de ataques con explosivos en aeropuertos, paseos públicos y zonas turísticas, cruzó con tanques la frontera siria para sumarse al combate contra el grupo terrorista.
Sin embargo, una vez que Estado Islámico sea superado militarmente no significará que esa región del Medio Oriente vuelva a la calma de inmediato.
Hay intereses tan encontrados por el liderazgo político y militar en la zona que ocurren cosas impensadas. Una de ellas es el acercamiento de Arabia Saudita a Israel, enemigos acérrimos, que ahora encuentran en Irán un demonio común. No los une el amor sino el espanto y aunque parezca increíble ambos se juntan porque ven en el país persa un frente expansionista no deseado una vez que la guerra civil en Siria finalice.
Además de la guerra de las facciones rebeldes (grupos difusos que a veces se enfrentan entre sí) con el ejército regular sirio, se mezclan las diferencias entre Rusia y Estados Unidos. El primero es el principal sostenedor de Assad y el segundo el impulsor de un cambio que termine con el gobierno sirio y dé cabida en el poder a los grupos rebeldes más moderados.
La intención rusa es mantener su hegemonía y su puerto militar en Siria y la de Estados Unidos alcanzar un balance de fuerzas que no lesione sus intereses en la zona. Esa estrategia, sin embargo, no le ha dado resultado en Irak ni en Libia, países donde los dictadores fueron depuestos por Estados Unidos y sus aliados hace tiempo pero que aún hoy son un verdadero desastre de violencia. ¿Qué hacer entonces?
Otro tema regional sin resolución completa es la situación del pueblo kurdo, que mantiene una zona autónoma en el norte de Irak, con capital en la ciudad de Erbil. Pero parte de su población habita también en Irán, Siria y Turquía, desde donde siempre han sido reprimidos por reclamar autonomía política.
Terror globalizado. Nadie da por garantizado que una vez acabado Estado Islámico y concluida la guerra civil en Siria terminen los atentados que vienen sacudiendo a todo el mundo. No se está ante la presencia de un ejército regular que una vez derrotado su poder de fuego se anula. ¿Los miles de seguidores que la banda terrorista tiene en todo el planeta harán un reversión del proceso de radicalización fanática y volverán a integrarse a la sociedad civil? Difícil de creer.
Todavía nadie ha explicado con certeza, desde una mirada multidisciplinaria, cómo es posible que jóvenes canadienses, ingleses, franceses o alemanes, por dar algunos ejemplos, dejen atrás sus familias y sus vidas para sumarse a un grupo criminal que sólo promete volver a un mundo medieval primitivo en nombre de un Dios todopoderoso que combate a los "infieles" de la Tierra. Y no se trata de casos psicopatológicos aislados, sino de centenares de adherentes a un proyecto que ha sido exitoso por la promoción a través de las redes sociales, un vínculo tecnológico que además de sus bondades creativas puede ser empleado para lo peor de la condición humana.
La reunión del G-20 en China dista de ser Yalta, pero en esta última cumbre mundial sobrevoló la dificultad global más delicada de la actualidad, como es el destino final de una guerra civil con fenómenos complejos, inéditos y tan peligrosos que presionan seriamente sobre la frágil estabilidad de la paz mundial.