El primer capítulo de la saga Cristina ya terminó. Estará detenida al menos por seis años. Quizá más porque todavía faltan resolverse causas pesadas como Hotesur y Cuadernos. De modo que quizá le espera un largo invierno. Al salir de la cancha electoral, pero no de la política, quedan varios interrogantes al respecto.
La primera cuestión es si el kirchnerismo/cristinismo entra en una fase de disolución. La respuesta es claramente negativa, aunque sean rengueando de una pierna al perder a Cristina candidata de por vida. Ahora, como todo en política, las definiciones nunca son tajantes. Por ejemplo, si Máximo Kirchner va en reemplazo de su madre y gana, pero haciendo una elección floja, ¿afecta la supervivencia de la corriente? Sin duda, porque además los detractores del líder de La Cámpora boicotearán su lista en los territorios donde tengan control. Ese viento en contra se profundizará si además el 7 de septiembre Unión por la Patria (UP) pierde la provincia, ya que los presagios para octubre serán muy negativos. ¿De quién sería la culpa de la derrota?, ¿de Axel Kicillof, quien adelantó innecesariamente?, ¿o de CFK y sus referentes porque hayan “cristinizado” excesivamente la campaña?
El segundo interrogante es qué le convendría más al kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires: ¿levantar la épica de "Cristina Libre"? ¿o poner énfasis en votantes anti Milei que sufren el ajuste? Sin duda que el malestar social es más poderoso que la suerte personal de la jefa. ¿Habrá comando unificado de campaña, o cada sector hará lo que cree más conveniente?; ¿quién y cómo se garantizará que se cumplan los pactos preexistentes en el medio del fragor de la campaña?; ¿el gobernador se verá tentada a plebiscitar su imagen y su gestión de cara a 2027?
Un tercer punto es la negociación del paquete global, porque nadie firmará nada sin que quede todo acordado para septiembre y octubre. Este tipo de negociaciones son muy particulares porque no son solo compensaciones entre tribus, sino que también deben actuar con cláusulas gatillo respecto al compromiso de movilización y campaña. Es decir, si a un sector le respetan un lugar “entrable” en una sección electoral, debe verse compelido a trabajar también en la campaña donde no tiene escaños por obtener. Complejo, pero no imposible.
Un escenario con más dudas que certezas
La cuarta cuestión es qué pasa si UP (o como se llame) pierde en septiembre. Además de echarse las culpas entre los dos grandes bandos, se debe tener en cuenta que las listas nacionales ya habrán sido presentadas, de modo que no puede haber cambios, salvo situaciones puntuales (por eso decíamos que habrá una negociación del paquete completo). El tema es el mal clima que habrá para adelante, porque sin duda que el 7 de septiembre será un termómetro de la tendencia hacia octubre. ¿Cambiará el eje de la campaña? ¿Cristina quedará de lado en su centralidad? ¿Habrá soldados que se pasarán de bando silenciosamente? ¿Caerá la mística de la propia tropa y el incentivo a ir a votar por parte de su voto blando? Qué mal trago será quien encabece la lista de diputados nacionales: ¿cómo entusiasmar?, ¿cómo desmentir que el final ya esté escrito?
La quinta pregunta es respecto a si la disidencia cobrará fuerza pos 26 de octubre. Depende: ¿de quién será la culpa mayor de la derrota? Porque si se instala que la imprudencia de Kicillof y aliados produjo una Cancha Rayada, será más difícil que se arme una neo renovación que finalmente desbanque a “los pibes para la liberación”. Recuérdese esto: los liderazgos caducan cuando otros los reemplazan, no solo por su propio desgaste. Kicillof no tenía nada y ahora tiene algo a expensas de su mentora, pero con eso no alcanza. Necesita mostrar que tuvo una intuición divina que lo muestra como un nuevo mesías.
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El sexto ítem en debate es: ¿y Sergio Massa? Hasta acá viene jugando en concordancia con Cristina y Máximo, pero el personaje es muy cambiante en sus opciones estratégicas. Es un campeón de ajedrez consumado que juega simultáneas y en donde un movimiento suyo puede desencadenar reacciones en cadena no previstas. El excandidato presidencial nunca juega a perdedor, aunque se pueda equivocar. Está del lado de su otrora enemiga porque sabe que ahí hay más poder que del lado del gobernador. Siempre querrá llegar a la presidencia. Nunca le interesó la gobernación bonaerense porque es el cementerio de los elefantes.
La jefa seguirá discutiendo con el juez las condiciones de su detención domiciliaria. En parte para mantener su centralidad. En parte para mostrarle a su núcleo duro que ella sigue siendo la rebelde con causa, contra el poder económico, el "Partido Judicial", etc. Una elección perdida no la exterminó. Pero el tiempo pasa.