Hace dos semanas titulamos esta columna como “Cristina volvió con todo”. En ese momento había dado unas definiciones políticas relevantes el 25 de mayo. Una semana después, anunció su candidatura a diputada provincial por la tercera sección electoral bonaerense, lo que era esperable. El tercer acto de esta obra es el fallo de la Corte Suprema.
El fallo significa un parteaguas en la historia desde la recuperación democrática. Se termina el supuesto de que los presidentes no deben ir presos, como fue el caso de Carlos Menem, cuya situación judicial quedó en un limbo hasta que falleció, lo cual abre el gran interrogante sobre si la Argentina ha pasado a otra etapa, al menos mientras la composición del máximo tribunal siga siendo el actual.
La decisión judicial es también un mensaje al conjunto del sistema político: los tiempos de la política no pueden marcar la agenda del Poder Judicial. Ya no importaría de quién se trate, ni si se está o no en año electoral. También representa una señal al poder económico, ya que en la corrupción siempre hay dos lados de un mostrador que involucra a empresarios, como en la causa de los cuadernos. Y también implica un mensaje hacia el propio poder, dadas las sospechas que existen sobre el funcionamiento de la Justicia federal, en general, y de los tribunales de Comodoro Py y su posible connivencia en muchas oportunidades con intereses políticos y los servicios de inteligencia.
Seguramente ahora se reinstalará el debate acerca del número de integrantes que debería tener la Corte Suprema. Hace un par de semanas el senador nacional Juan Carlos Romero había presentado un proyecto de ley para expandirla a siete miembros. Eso abriría la posibilidad de una negociación entre el oficialismo y la principal oposición para repartirse los nuevos 4 cargos y licuar la unanimidad de criterio que tiene los actuales 3 jueces. Sin embargo, desde el gobierno dieron orden de no alentar esa modificación por ahora, confiando en que, al ganar en octubre, tendrá un músculo legislativo mucho más fuerte para establecer ese intercambio.
Cristina Kirchner sale de la cancha electoral de por vida, pero no de la cancha política. Por lo tanto, en el corto plazo habrá ganado una centralidad hacia adentro del peronismo que la fortalecerá en su conflicto con su ahijado político, Axel Kicillof. En las primeras horas luego de que se conoció el fallo, hasta dirigentes díscolos que ya estaban pensando en participar de un espacio electoral ajeno (Zabaleta, Gray, Urtubey) manifestaron que la decisión de la Corte implicaba una proscripción, y que era una decisión más política que judicial.
De ese modo, ella tendrá más poder para incidir en las listas de candidatos de la provincia de Buenos Aires. Además, sin duda fijará los parámetros de cómo será la campaña electoral del kirchnerismo, como ya lo había empezado a hacer hace pocos días cuando había anunciado su candidatura a diputada provincial.
Pero claro, al quedar inhabilitada de por vida para competir electoralmente, le quita margen de maniobra estratégico. Por ejemplo, debe archivar su sueño de volver a la presidencia en 2027, auto comparándose con el regreso al poder de Lula, aunque su situación judicial es bien diferente. Eso despeja parte de la incógnita respecto a la competencia por ese lugar a personajes como Sergio Massa o Kicillof.
A recalcular
La intencionalidad política de Cristina de nacionalizar la campaña electoral provincial de Buenos Aires (que por ahora se mantiene desdoblada de la de cargos nacionales, cuestión que ha quedado en duda) contará con la coincidencia estratégica de Javier Milei. El siempre deseó que el debate electoral se radicalizara con su antagonista perfecta, la derecha vs. la izquierda, licuando el espacio para terceras opciones moderadas, convirtiendo la disputa en una cuestión de vida o muerte. Ya lo expresó así el vocero presidencial, Manuel Adorni, en la elección de Caba: “Esto es libertad vs. kirchnerismo”.
Ahora, el oficialismo deberá reanalizar las motivaciones de su público potencial y así recalibrar la estrategia discursiva. Si con Cristina presa y excluida de regresar a cargo alguno se diluyese el temor hacia ella, eso se convertirá en un problema estratégico.
La preeminencia interna de la expresidenta dependerá de su capacidad de conducción, de la posibilidad de que aparezcan líderes alternativos o renovadores, pero sobre todo de cómo procese su voto duro esta nueva circunstancia. Porque si ella conserva el favor popular, aunque no pueda ser candidata, le será muy difícil a sus eventuales herederos ser los protagonistas indiscutidos de la nueva fase y, en todo caso, dependerán de si ejerce su pulgar hacia arriba o hacia abajo.
Cristina, siempre Cristina.