Darío Sztajnszrajber vuelve a Rosario. El reconocido filósofo se presentará este viernes 13 de junio en el teatro El Círculo con una clase de tres horas sobre uno de las problemáticas más trascendentales del ser humano: el amor.
El filósofo se presenta este viernes 13 de junio en el teatro El Círculo donde realizará una clase de tres horas sobre el amor
Por Mila Kobryn
Héctor Rio / La Capital
Darío Sztajnszrajber vuelve a Rosario para hablar sobre el amor
Darío Sztajnszrajber vuelve a Rosario. El reconocido filósofo se presentará este viernes 13 de junio en el teatro El Círculo con una clase de tres horas sobre uno de las problemáticas más trascendentales del ser humano: el amor.
Hace veinte años Sztajnszrajber empezó a realizar en la ciudad una serie de cursos de filosofía en la Facultad Libre. Las clases, que se vieron interrumpidas por la pandemia, fueron un éxito. No sólo por la cantidad de personas que las presenciaron sino porque muchas de ellas se viralizaron a través de YouTube. Ahora el filósofo vuelve a Rosario a recuperar esas experiencias en un formato único de tres horas en el teatro El Círculo.
El amor va a ser el eje de la clase del viernes. Una temática cotidiana, común, que atraviesa a todos por igual. Sin embargo, el objetivo es alejarse, tomar distancia de aquello que está naturalizado y observarlo desde múltiples perspectivas. Serán tres horas para pensar el amor a partir de sus posibles preguntas, misterios, desplazamientos, tensiones y, en definitiva, problematizar lo que se consideran certezas.
—Volvés a Rosario a dar una clase después de tanto tiempo. ¿Qué significa regresar a la ciudad bajo este formato y qué cosas cambiaron?
—Hasta la pandemia dicté clases en el marco de los cursos de la Facultad Libre. No solo convocaba a mucha gente que participaba de modo presencial sino que después, tras la explosión de las redes, esas clases se viralizaron a través de YouTube, y llegaron a muchísimas personas. A lo largo de los años me siguen escribiendo y hablando de los cursos de Rosario. Para mí tiene toda una épica, porque fue un poco la cuna que le dio trascendencia a esos cursos. La pandemia de por medio marcó una diferencia. Mucha gente empezó a consumir propuestas audiovisuales y fueron reemplazando las clases en vivo. Ante la opción de ir a tomar un curso presencial o una clase en vivo, muchos eligen continuar con el formato virtual con el que se acostumbraron y supone más comodidad. Son otros tiempos.
Pero hay una apuesta en ir a una clase. Nosotros la programamos un viernes a la noche que es un día de salida. Pero el viernes también es el día del amor, regido por Venus y Afrodita. Nos parece una invitación hermosa la de pensar el amor filosóficamente un viernes, con este desafío o esta apuesta que supone ir a poner el cuerpo a una clase que la mayor parte del tiempo es contemplativa y de escucha. Por supuesto, hay momentos de preguntas a los que vienen, recuperando cierta vocación originaria de la filosofía donde había diálogos e interacciones, sensación entre lo teórico y lo práctico. La filosofía que me gusta hacer tiene que ver con eso.
—¿Por qué es importante pensar y preguntarse sobre el amor?
—El amor es convocante. Son temas muy impregnados en nuestro sentido común. Nos movilizan furentemente. Me gusta hacer una filosofía que intenta inmiscuirse con las categorías del sentido común, que tenemos impregnadas en nuestra subjetividad, en nuestro cuerpo. Y sentimos que necesita una toma de distancia, una reflexión, un cuestionamiento, una pregunta a las certezas que damos por supuestas y que, como están tan instaladas, nos cuesta. Hay en la filosofía un acto de separación y distancia crítica. En algún libro leí la definición de filosofía como el análisis de lo obvio. Temas como el amor, la felicidad, el bien, la belleza, los damos por obvios, porque la mayoría de sus prácticas coinciden con lo que nosotros sentimos supuestamente desde nuestra espontaneidad. Lo obvio significa “la vía, el camino que tengo en frente”. Siempre que tengo un camino demasiado ensimismado es probable que no esté viendo otros senderos posibles y lo que hace la filosofía es visualizar esos otros caminos posibles.
Uno reflexiona sobre el amor cuando está en una crisis de pareja, vamos a los umbrales de lo que hace posible el amor y si es posible vivir sin amor o vivirlo de otro modo. Pero cuando el amor va bien uno no se cuestiona nada y a mí me gusta hacer filosofía ahí y no cuando la cosa se cae. Me parece más sano, más liviano. Nos permite ver cosas que en el medio del desamor nos cuesta más.
—La clase es sobre el amor, un tema que se ha puesto en foco en los últimos años. ¿Creés que la sociedad deconstruyó las formas de vivir el amor o, por el contrario, las formas tradicionales como la monogamia se consolidaron?
—Estamos en un momento muy interesante porque no hay una hegemonía. Eso lo hace un momento distinto. Hay un vaivén, una anarquía en el sentido de que no hay un principio rector. Coinciden y conviven formas muy divergentes. Es muy interesante que al mismo tiempo que se dan formatos alternativos al heteronormativo hay un especie de resurgimiento de la familia tradicional o de la monogamia exclusivista. Me parece que hay una convivencia, no pacífica, en conflicto. Me parece que es provechoso porque cuando un modelo se vuelve hegemónico los actores se despliegan de un modo más conocido y en algún punto esos roles dogmatizan también. En cambio, en esta convivencia, se obliga a cada forma a revisarse a sí misma.
—Repensar el amor ha generado algunas ideas que se establecieron como, por ejemplo, que el amor no debe doler. ¿Es posible un amor inocuo?
—La relación entre el amor y el desamor es un temazo que voy a tratar en la clase. Tiene que ver con ese movimiento dialéctico que supone que de un lado está la plenitud, del otro lado se encuentra la falta, la carencia. Creo que el amor y el desamor conviven, se explican mutuamente. De algún modo siempre hay una falta en nuestra vivencia amorosa y es lo que inspira a que el amor siga vivo, siga en su búsqueda y se intensifique. Después, la idea de dolor puede ser pensada ya desde los griegos: Epicuro postulaba la máxima hedonista de huir del dolor y buscar el placer. Hay todo un eje en nuestra cultura que entiende que la felicidad se reduce a que no duela.
Las flechas de Cupido no eran sólo de oro, que eran las que enamoraban, sino que también tiraba de plomo que son las que generaban el desamor. Así de abrupto es el enamoramiento, que uno no entiende por qué pegó el flechazo pero también así de abrupto es cuando de repente algo de esa ilusión amorosa se desvanece. Eso que antes, que hasta ayer, me pasaba tan fuertemente con el otro de repente se diluye. Hay algo de paralelismo entre ambas sensaciones. Schopenhauer decía que la vida oscila entre la falta y el tedio: o nos falta o por plenitud sentimos que la cosa no pasa por ahí. Es interesante el tema del dolor y todas sus derivas. Hay un ideal romántico del amor propio que intenta excluir el dolor y capaz que en esa exclusión termina excluyéndose a si mismo.
—En un contexto tan complejo como el actual, ¿por qué es importante volcarse a la filosofía?
—Hacer filosofía es por definición amor al saber. Con la clase que proponemos no sólo volver a la filosofía sino que la filosofía vuelva sobre si misma cuando intenta explicar el amor. Lo que más me interesa en el amor es lo que tiene de encuentro con el otro. La clave del amor es el otro. En una cultura como la nuestra que es exitista, acaparadora, es interesante pensar el amor. Amar es retirarse para que el otro sea y eso entronca bien con la filosofía.
La pregunta no tiene el objetivo de alcanzar el saber. Me interesa más el estado permanente, revolucionario, de los cuestionamientos a toda certeza, que el hallazgo de verdades que estaban ocultas. La filosofía no se hace preguntas para encontrar respuestas sino para cuestionar las respuestas establecidas. En una época donde se instalan algunos dogmas, la filosofía emerge con mas fuerza que nunca en su afán de poner en cuestión toda afirmación o toda idea que no de cuenta de su propio origen, de su historia, su contradicciones, sus paradojas.