Se ha creído ver en el pensamiento de Occidente como un cierto “retraso inicial” (F. Romero) del problema humano en relación con el de la naturaleza… pero que en verdad siempre ha sido el humano sólo que proyectado en aquélla. La que básicamente es materia y energía, sea animada o inanimada. Y materia animada (con alma en sentido aristotélico, no platónico) y además consciente, lo es el hombre. Quien en virtud de ello ha generado, tanto un pensamiento como el lenguaje articulado que lo expresa. Actividad que de algún modo y para su permanencia quedará registrada en la materia, aunque sin confundirse con ella sino remitiendo a significados… que son humanos. El complejo de los cuales conformará una cultura fundada en los valores que sustente esa sociedad… por tanto, humana. Ello no sólo en el sentido de saber manipular el medio material para sobrevivir, sino también inmaterial.
Es la cultura de una sociedad humana, que comprende los modos de vida de sus integrantes, materiales e inmateriales, así como sus productos; toda su actividad, en suma, en tanto que no sea lo meramente animal. Y se contrapone a naturaleza en cuanto referida ésta a objetos ya existentes, ni creados ni utilizados ni modificados por el hombre. Porque hay en éste algo que le es exclusivo. Ni natural ya dado ni sobrenatural recibido; que ni es su cuerpo ni la movilidad que lo anime; sino cierta actitud frente a la realidad. Más precisamente un “sentido intencional” que él le atribuye y que es su propia objetivación. Objetivación espiritual (no ya animal ni tan sólo gregaria) que denominamos su cultura espiritual. Portadora de un significado al cual remite. Significado que a su vez relaciona a otros con los que totaliza un conjunto (relacional) o mundo; el que ha sido definido como multiplicidad abierta e indefinida de relaciones con implicación recíproca (Merleau-Ponty). Relaciones que lo son para una conciencia humana, agreguemos.
Complejo significativo que no es estático, sino que evoluciona. Pero si lo hace, ¿será con un fin predeterminado?; ¿el fin de qué sujeto, en tal caso?
Como fines, históricamente se han mencionado: la salvación del alma humana en la Europa medieval; el triunfo de la razón sobre la ignorancia para dar paso al progreso, con el Iluminismo; la consagración de un Espíritu Absoluto, con el idealismo alemán,…
En cuanto a cuál sea su sujeto, se supuso en la Modernidad un equivalente al sujeto trascendental kantiano en figuras que fueran representativas de unidad cultural. Portadoras ellas de un apriori de visión del mundo que objetivan en obras. En virtud de una “tensión de vitalidad” por la relación consciente de esas grandes personalidades con su espacio y su tiempo,…
Es que la categoría cultura está suponiendo la producción de un mundo ya en la individualidad misma, en palabras de Humboldt… en tanto que ella, añadamos, encuentre expresión en la realidad en que vive.
Como vemos, está siempre implicado el hombre, diferente de los objetos naturales y aun de los que él mismo produce. Es lo que en el hombre es suyo, ni material ni animal ni tan sólo gregario, y que llamamos su espíritu; sin con ello atribuirle un carácter sobrenatural sino evolutivo. Actitud que al hombre le ha permitido crear y desarrollar un lenguaje, arte, moralidad...
Y en tanto que no se trate del hombre mismo sino del resultado de su actividad, a tales productos se los ha considerado además, espíritu objetivo; siendo Hegel el primero en aplicar esta designación. Que hoy la ciencia denomina cultura social.
Se trata de un todo unitario y orgánico, de un mundo. El cual, dada la complejidad organizada de la sociedad actual, se halla implicado en sus sistemas. Como dice Simmel: “Cada uno, expresando toda la materia del mundo en su especial lenguaje”. En el siglo XIX el romanticismo hizo ver que ese proceso es múltiple y responde a las peculiaridades de cada pueblo. Hasta llegarse en el siguiente a la reducción del enfoque al hombre individual, como arrojado a cada situación que vive, como un estar-ahí que pregunta sobre el ser, en Heidegger. Sólo que además, a este ser él debe realizarlo, agreguemos.
En verdad lo que en la realidad la ciencia hoy comprueba es que hay materia y energía, hay masa y naturaleza, sólo que el hombre, sobrepujando su condición, ha hecho posible con sus obras una trasformación. La síntesis hegeliana nos supo mostrar esa realización de la idea que se vive en la subjetividad (en la individualidad de un Humboldt) y que se objetiva en la vida social y cultural. Así, a la par de las ciencias naturales surgió un conocimiento individualizador relativo al hecho histórico. Que en el siglo XIX Dilthey planteara y teorizara y que a fines de ese siglo la filosofía de los valores pusiera de relieve con la cuestión del valer por sobre la del ser. Porque los procesos culturales, se dirá, se realizan “en vista de valores”, fundamentos de los sistemas diferenciados… en una sociedad compleja organizada, añadamos.
Y porque los hechos culturales son, recién, objetivaciones del espíritu, una vez desprendidos de su proceso de creación e integrados que estén, a la cultura respectiva. La vida de ésta consistirá entonces, en el conjunto de las acciones y reacciones entre tales objetos y la actividad humana que los crea, modifica y comprende. La vida de la cultura pues, como la dinámica de esa interacción.
Todo, en correspondencia con la concepción del mundo de su época. La que otorga “unidad de estilo”. Dirá Nietzsche: la cultura es la unidad del estilo artístico de las manifestaciones vitales de un pueblo. En efecto, ese “sistema de significados devenidos forma” suele manifestarse con un estilo artístico que lo caracteriza y representa.
Mundo cultural, que es aquello “interior” que vive en las costumbres, obras de arte… y que es aprehendido en un comprender. Y eso “interior” es espíritu, se ha llegado a decir, que tiene existencia en el aparato externo de sus objetivaciones. Habiendo sido Dilthey, tenemos dicho, quien hizo ver ese correlato objetivo, ese contexto, que llamamos “mundo”; ese complejo que expresando algo anímico, está significando algo espiritual y objetivo. Cultura inmersa en la historia, de cuya teoría dicho autor se ocupara.
La Ontología filosófica por su parte, que estudia al ser, nos enseña que este ser consta de existencia y de esencia. Lo que es aplicable a la cultura: singularidad de existencia de la obra, universalidad de esencia en su significación.
De modo que no hay “cosa” sustancial alguna denominada “Espíritu” sino relación, o mejor correlación, entre ese complejo de exteriorizaciones y cada conciencia que lo comprende, valora y comparte. Entre el alma (o cuerpo animado de vida) y su medio, la significatividad que el hombre le acuerde, dando sentido a su vida.
Sin embargo, ¿hay acaso alguna experiencia concreta de este Espíritu? La hay, si sabemos cultivar nuestra sensibilidad. Se nos podrá objetar que haciéndolo, se nos expone a un mundo que es agresivo; pero valga como consuelo su réplica: lo en verdad insoportable es nuestro vacío interior.
www.juanalbertomadile-pensamientos.com